Hoy, como todas las noches se dirigía al club a embriagarse para ahogar sus penas. Estaba sentado en la barra esperando que le servirán su trago, cuando llegó el dueño del club, su antiguo jefe Damián, Andrés lo estimaba, lo admiraba y lo respetaba enormemente. El recién llegado reparó en su presencia y al darse cuenta de que aún estaba sobrio dio la vuelta a la barra y se sentó a su lado para hablar con él.
―Buenas noches, Andrés.
―Buenas noches Damián ―le respondió él aludido a su antiguo jefe y amigo.
―Me alegro encontrarte aún sobrio amigo mío ―hizo una pausa, lo miró muy serio, examinándole escrutador, y luego continuó diciéndole―. Sabes que te aprecio. Hace ya tantos años que te conozco... por eso me tomo el atrevimiento de meterme en tu vida―, se rascó la barbilla, como jugando con una barba inexistente, estaba un poco nervioso porque no sabía cual sería la reacción de Andrés ante su intromisión, suspiró y se decidió―. Hace un par de meses que te veo aquí, acabándote la vida... y ya no puedo quedarme callado sin decirte nada. Se que pasaste por una situación extremadamente difícil, un golpe muy fuerte y te comprendo, sin embargo lo que no entiendo es que te refugies en el alcohol como un cobarde. Yo estoy seguro de que a tu hija no le gustaría vete así como estás.
Andrés lo miró avergonzado, sabía que el hombre que le estaba halando no era cualquier hombre, era una persona íntegra y respetable.
―Usted tiene toda la razón señor ―admitió con voz segura.
―Eres un hombre joven, aún puedes rehacer tu vida, volverte a enamorar, casarte, tener hijos...; pero si sigues por este camino no lo vas a lograr nunca.
―No se si pueda volverme a enamorar de alguien más alguna vez, para serte sincero aun no logro olvidar a mi esposa, creo que jamás lo haré; pero sí tienes toda la razón cuando dices que tomando no gano nada ―Andrés hizo una pausa para meditar y reflexionar las palabras de su amigo y tomó una decisión.
―Gracias Damián, te agradezco en el alma la preocupación; porque sé que es sincera y lo haces por mi bien, te prometo que desde hoy intentaré ponerle rumbo a mi vida ―prometió con determinación.
Quizás el camino de cada hombre está marcado y siempre nos lleva a un punto para el que estamos destinados, o tal vez solo somos simples marionetas de algún ser divino que se divierte manipulándonos a su antojo, con hilos invisibles. Como decimos comúnmente, el destino está escrito, a veces pasan cosas malas para que puedan ocurrir cosas buenas. El caso es que Andrés había llegado a un punto decisivo de su vida, todos tenemos esa oportunidad de cambiar, para bien o para mal, la diferencia está en tomar la decisión acertada o la incorrecta.
Damián se puso en pies y le palmoteó el hombro con cariño, como el buen y sincero amigo que era:
―Eso es Andrés, ¡fuerza! tu eres un hombre y los hombres de verdad no se dejan derrotar; por muy dura que sea la caída tarde o temprano se ponen de pie―, y con estás palabras se marchó para seguir con sus labores.
Andrés miró el trago ante sus ojos, levantó la vista y le pidió la cuenta al barman. Pagó, dejó la propina y se dirigió a la puerta de salida. Cuando estaba justo en medio del salón, llamó su atención un grupo de hombres de apariencia sospechosa y expresiones de sujetos malos. Inconscientemente se remontó al día en el que conoció a Laura y recordó a los individuos de aquella ocasión cuando pretendieron secuestrarla. Pensó que tal vez esa noche también podría salvar a alguien.
Decidió no irse y se sentó en una mesa muy cerca de ellos donde podía escuchar claramente sus conversaciones, sólo deseó no recibir nuevamente un balazo; porque ya no tenía a su Laura para cuidarlo, pero si por casualidad del destino llegaban a dárselo, "sólo quería que esta vez el sujeto tuviera más puntería y lo mandara directo al cielo para al fin poder abrazar a su hija". Hizo un esfuerzo por alejar esos pensamientos de su mente mientas enfocaba más su atención en la mesa contigua, para escuchar y entender lo que estaban hablando ya que el ruido del ambiente no le favorecía.
―Entre más hombres seamos es mejor, recuerden que adentrarse en el Amazona no es tarea fácil, es una selva virgen y la vegetación puede cambiar por lluvias o quien sabe, además hay muchos animales salvajes y peligrosos. Como ya les he dicho antes, en la cueva viven una especie de lobos gigantes que debemos eliminar para tener acceso a ella. Sus paredes brillan de tanto oro...
―¿Y como tu sabes eso? ―preguntó curioso otro individuo en la mesa de estas personas, interrumpiendo al que hablaba que al parecer era el Jefe de la expedición, por así llamarle.
―Yo estuve allí con otros hombres y por suerte cuando nos alejábamos vimos a la manada de lobos acercarse a la cueva, así que nos largamos lo más rápido que pudimos de aquel lugar ―mintió Marlon, porque así se llamaba el sujeto que hablaba y que Andrés escuchaba atentamente. Era un hombre alto, de complexión robusta, con ojos color miel y cabello castaño claro. Bastante atractivo. Era una persona de apariencia engañosa, un arma de doble filo, si quería podía aparentar ser un hombre correcto, hasta de la clase alta si se lo proponía, pero también sabía como lidiar con la peor de las clases: malhechores, asesinos, arpones...; y más aún, se hacía respetar en ese ambiente de los malos de verdad, de los malos con poder, los que están en la cima de ese mundo corrupto y podrido, o al menos defenderse. Era el mejor con armas de fuego, donde ponía el ojo ponía la bala, infalible. Sabía como tratar a todo tipo de personas, muy inteligente y perspicaz, jugaba con la psiquis de las personas, era todo un experto y casi siempre lograba lo que se proponía. Definitivamente era un hombre demasiado peligroso y muy ambicioso...
Andrés vio la oportunidad que estaba esperando, alejarse de la civilización por un tiempo. El oro a él no le interesaba en lo más mínimo, no obstante sí le llamaba la atención el adentrarse a las selvas vírgenes amazónicas, la adrenalina del peligro, explorar lugares inhóspitos y experimentar nuevas experiencias. Estas ideas cobraban sentido en su cabeza y lo llamaban. Sintió como si tuviera que cumplir con una misión importante aunque no tenía ni la menor idea de que se trataba. Quizás el destino lo estaba llamando para cumplir con el deber encomendado de su vida, al que estaba previamente destinado.
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Editado: 18.05.2022