Laura escuchaba atentamente la asombrosa, fantástica e increíble historia, desde que comenzó a hablarle de los hombres lobos sus ojos parecían querer salirse de sus órbitas, empezó a dudar de la cordura del hombre que amaba. Pensó que quizás alucinó por tanto tiempo metido en ese horrendo lugar, se imaginó, creó y creyó toda esa fantasía para poder aguantar todo lo que pasó, podía incluso entenderlo. Desvió su atención hacia Mariluna cuando la pequeña tomó la palabra, la miró atentamente y pasmada cuando contaba la parte de su manada, lagrimas y dolor se apreciaban en su rostro angelical, no dudó que fuera verdad que esos asesinos masacraran a su familia, a su tribu, pero de allí a creer que de verdad eran hombres lobos era demasiado. Sintió que se le desgarraban el alma, al imaginarse a esa pequeña en medio de tanto horror, que sus inocente ojitos hayan visto tanta maldad, era increíble que no hubiera necesitado ayuda psicológica para superar la tragedia vivida.
Andrés y Mariluna le contaron toda la historia, de principio a fin, sin omitir ningún detalle, interviniendo él en las partes en la que a la niña se le quebraba la voz por el inmenso dolor que sentía tras rememorar la pérdida de todos los suyos. Laura los miraba con incredulidad cuando le dijeron que la pequeña había llevado sobre su lomo a su esposo la mayor parte del tiempo para poder agilizar el escape y la salida de ese selva.
Cuando terminaron de contarle todo lo vivido a Laura, Andrés se dirigió a la puerta trasera y la cerró para que nadie entrara a esa área, no había ninguna casa tan cercana a los alrededores de su mansión y con el bosque que él creó estaban aislados de miradas imprudentes. Se acercó a su esposa y le dijo suavemente.
—Amor, lo que vas a ver es... increíble— utilizó esta última palabra al no encontrar otra mejor expresión para describir lo que vería a continuación—No quiero que te alteres, relájate, sigue siendo nuestra hija, no lo olvides.
Laura apartó su mirada del rostro de Andrés y miró a su hija, así la sentía y lo era legalmente, ella era su mamá.
«Pobre pequeña mía», pensó con una opresión intensa en el pecho, «vivió toda la vida en un bosque y creía que era un lobo». Mariluna se alejó un poco de ellos, se quedó como vino al mundo y se transformó ante la mirada atónita de su madre. Laura se llevó una mano al pecho, sintió que iba a infartar en cualquier momento, tenía ante sí a una loba negra con reflejos azules, así como su cabello único cuando tenía forma de niña. Sus ojos azul turquí la miraban intensamente, alumbraban como dos linternas a pesar de la claridad del día, se acercó a Laura lentamente, mantenimiento su mirada fija en la mujer de la silla de ruedas y al llegar colocó su gran cabeza sobre sus piernas sin apoyarse del todo. Laura la acarició con manos temblorosas y le habló con voz de la misma forma.
―Eres mi hija, sin importar la forma que adoptes, pero vuelve ya a tu forma humana, necesito acostumbrarme.
La niña se transformó y se vistió de nuevo con su traje de baño, que consistía en dos piezas diminutas de color fresa, con flores blancas, el cual se había quitado y colocado encima de una silla antes de la transformación.
―Gracias mamá por aceptarme.
―No tienes que agradecerme nada cariño, el deber de un padre es querer y aceptar a su hijo tal y como es, comprenderlo, apoyarlo, guiarlo siempre por un buen camino, enseñarle lo bueno y lo malo, escucharlos, valorarlos, darles siempre un buen ejemplo, regañarlo o castigarlos si se lo merecen, si actúan mal, pero amarlos siempre por encima de todo, sin importar lo sobrenatural que sean...
Hablaba más para sí que para la niña, la verdad es que quedó un tanto traumatizada, pero ya se le iba pasando, se hiperventiló, hablo de más; pero en su interior nada había cambiado, amaba a esa criatura y el amor verdadero lo puede todo, lo supera todo, acepta todo.
―Mamá...
Su voz insegura, dudosa, vacilante, atrajo toda la atención de Laura, sus ojos se dulcificaron perdiendo todo rastro de miedo, conmoción, confusión y demás emociones que pudo haber sentido en determinado momento, era su amada hija la que tenía en frente, nada ni nadie cambiaría eso.
Andrés las miraba a ambas con adoración infinita, una lágrima traicionera se le escapó y rodó por su mejilla, saber que Laura era una velita casi consumida, que solo bastaba un simple soplo para que se apagara... lo desquiciaba, no quería perderla, no otra vez, la amaba demasiado. Tampoco quería demostrarle su amargura, no quería que ella supiera que se estaba muriendo...
—Yo quiero pedirte que seas como yo, no quiero perderte, se que vas a morir pronto, tu también lo sabes aunque intentes actuar normal.
Andrés quedó paralizado, esa niña era más inteligente de lo que creía, no se le escapaba nada, pero eso de hacerla como ella no lo entendía, «¿como iba a logar hacerla como ella?», se preguntó inconscientemente, él tenía entendido que la niña nació siendo loba, o al menos era hija de lobos, ellos pertenecían a otra raza, nunca fueron humanos, ella le contó algunas historias de su vida, de su familia y de sus antepasados, durante el tiempo que estuvieron por la selva, por lo que entendió que ellos nunca fueron humanos, que se reproducían solo cuando había un eclipse de luna, no entendía el porqué le decía eso a Laura.
―Hija, ¿porqué le dices eso a tu madre?, tu naciste así, perteneces a otra raza, Laura nunca podrá ser como tú.—le reprochó con amarga, decepcionado con la pequeña por darle falsas esperanzas.
―Sí puede papá—afirmó con convicción y determinación—yo puedo hacerla parecida a mí, eso le salvaría la vida, pero ella tiene que estar de acuerdo, ambos tienen que estar de acuerdo, porque ella necesitará de ti papá.
―Explícate mejor Mariluna, no entiendo lo que quieres decir.— dijo Andrés prestándole mucha atención a Mariana, empezaba a interesarse, en esa proposición descabellada, pero a esta altura se aferraría a lo que fuera por tal de no perder a su mujer.
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Editado: 18.05.2022