Verla en el comedor, comiendo al lado de su hija con ganas, feliz, saludable, deslumbrante..., era realmente un milagro, lo mejor que le podía pasar. Su familia estaba bien, reunida, de vuelta a la normalidad. Laura estaba fuera de peligro, rebosaba alegría, era tan grande la gama de sentimientos y sensaciones que lo invadía, que resulta imposible explicar las emociones que inundaban su corazón.
—Hola mis princesas, buen provecho.— saludó Andrés.
Cuando Laura se percató de su presencia, se le acumuló de golpe toda la sangre en sus mejillas, sintió su cara hervir por la pena, ¡Andrés la había visto comer de esa forma! Estaba segura, y así era, que tenía la boca y hasta la nariz embarrada de grasa ensangrentada y de restos de pollo. Se limpió con el dorso de la mano y enrojeció aún más, estaba actuando por instinto, ni siquiera utilizó una servilleta, se sentía distinta, primitiva; entonces recordó cuando Sara le avisó que el almuerzo estaba servido y vio a su hija con su comida “especial”, se le hizo la boca un mar de saliva, por primera vez entendió lo especial que realmente era. Nunca imaginó que le fuera a gustar el pollo así, menos aún que sus dientes arrancaran la carne con tanta facilidad, incluso pudo sentir el olor desde su habitación, sintió sus tripas rugir como un león, pensó que era porque llevaba mucho tiempo sin comer, creyó que llevaba varios días inconsciente, pero Mariluna le aseguró que fueron alrededor de 18 horas solamente, ahora llegaba Andrés y se portaba tan extraño, irracional.
—¡Hola papá!
—Hola...—apenas murmuraron los labios de Laura.
En cuanto Andrés fijó su mirada en el rostro avergonzado de su esposa, enrojecida hasta la máxima potencia, lo cual él no entendía porque ambas lucían sumamente adorables, sintió una necesidad insoportable de tomar a su mujer en sus brazos y llevarla a la habitación, a la de él, la cual sentía tan vacía y solitaria sin ella... pero controló el impulso por su hija, lo que tenía en mente no era apto para menores de edad, no era capaz de deducir que tanto sabía o comprendía esa cabecita inteligente por lo tanto no se arriesgaría a que sospechara lo que hacían los adultos, sin importar lo madura que fuera Mariluna él quería que disfrutará una infancia normal; además que a pesar de que su esposa luciera tan lozana aún tenía que descansar y recuperarse, jamás se perdonaría una recaída de su amada por culpa de una calentura, analizó en su interior y su mente continuó por otros derroteros. Era novedoso que Laura se sumara a los hábitos alimenticios, muy particulares de Mariluna, pero le quedaba bien, raro, pero bien. La verdad es que él podía ver a su esposa haciendo piruetas, payasadas, monerías, cantando karaoke desafinada, despeina, vistiéndose con harapos, sin gracia, sin clase, o como una monja y para él sería igual de bella, mientras no se metiera a monja de verdad toda estaba bien para él. Ella era absolutamente perfecta, al menos para él. Llamó a Sara para que le sirviera y se sentó al lado de Laura, cuando la miró de cerca, directo a sus ojos, se quedó prendado y confuso con el desconocido verde de sus ojos.
―¿Te pusiste lentes de contacto?
―No, ahora son mi color natural, desperté así, nuestra hija fue la primera en notarlo, Sara también, pero le dije que me puse lentes...―lo dijo en voz baja, muy cerca de su oído pera que nadie más la escuchara.
―Sí, a todos tenemos que decirle eso, como con Mariluna y su cabello... ― concordó. Cada vez que les preguntaban le decían que se lo teñían con tinte de fantasía, afirmando que a la niña le gustaba así, igual al de su muñeca favorita, agregaban a veces; además le preguntaban por sus labios pintados de rojo siendo tan pequeña, pero en ese caso si decían la verdad, que sus labios eran de ese color natural y así los tenía Laura en ese momento, no sabía si estaban pintados o habían cambiado de coloración.
—A mí también me lo hicieron creer.— manifestó Laura.
—Recuerdo que te molestas te mucho por eso.—Le recordó Andrés con una ligera sonrisa dibujada en sus sensuales labios.
—No estoy de acuerdo con en ese tipo de práctica en los niños, pero ahora se que es natural. Me engañaron los dos.—les reprochó. Su mirada profunda iba de un rostro a otro tratando de analizar sus reacciones.
—Lo siento mamá, no podíamos decirte...
—Lo sé—la interrumpió, ni necesitaba explicaciones, comprendía sus razones—pero en lo adelante no quiero más secretos, ¿me lo prometen?
—Te lo prometo mamá.
—Te lo prometo—expresó su esposo sincero mientras tomaba una de sus manos y la apretaba fuerte, con cariño, sin importarle que no estuvieran limpias.
—Pueden confiar siempre en mí, son mi familia y lo más importante que tengo, la razón de mi vida, sin ustedes dos no soy nada.
Sara llegó con la primera parte de la comida y Andrés tomó su plato y comenzó a servirse lo que le apeteció.
Después del almuerzo los tres se fueron a ver televisión. En la tarde los suegros de Andrés vinieron a ver cómo seguía su hija. Se asombraron al verla con una coloración normal en su rostro, en especial su padre que era su médico particular. Ella llevaba un tiempo pálida, con un color de piel enfermizo, anémica, delicada de salud, incluso desde antes de que Andrés apareciera otra vez en su vida o de descubrir su enfermedad, en estos últimos tiempos solo había empeorado. Carlos se sentía culpable por no darse cuenta a tiempo de la enfermedad de su hija... pero su nueva familia le hacía bien, estaba más radiante que nunca, parecía que tuviera luz propia. Pasaron una tarde y noche agradable, se animaron un poco sus tristes corazones al ver a su hija feliz, su nueva nieta era un encanto, Carlos se encontró hablando de medicina con Mariluna, le preguntaba de todo, le parecía increíble esa criatura, se podía hablar con ella temas de adultos.
—Abuelo, ¿puedes prestarme un libro de medicina? El primero que utilizaste en tu carrera universitaria—específico.
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Editado: 18.05.2022