Era un sábado en la mañana y la pareja con su hija iban a visitar a Eneida, la señora de la pensión. Andrés se sentía apenado por no haber ido a verla antes, hacía unos meses que llegó de la selva amazónica y no se había personado en su modesta pero agradable pensión. Recordaba todo el cariño, la atención y la paciencia que esa buena señora tuvo con él, sinceramente tenía mucho que agradecerle y él lo sabía, la apreciaba demasiado pero con tantas cosas había ido posponiendo este momento, tanto así que ahora estaba completamente avergonzado y no sabía como poner la cara. La había llamado por teléfono para avisarle de su llegada y le dijo que estaba bien, no le habló de su hija ni de su esposa, así que decidió ir con ellas para presentarle a sus dos razones de vida, a los seres que más quería en el mundo y para darle una sorpresa. La vez que la quiso invitar a cenar estaba de viaje y aunque no duró mucho y supo de su regreso con lo de Laura no tuvo cabeza para nada más. Iba absorto en sus cavilaciones y dubitaciones, pero muy atento con el volante. Su esposa estaba a su lado, con el cinturón de seguridad abrochado correctamente, concentrada en una melodía de la radio, era una canción vieja de Julio Iglesias, ″La vida sigue igual‶, «un tema para reflexionar, por alguna razón me recordaba mi vida...meditó dubitativo, su hija iba en el puesto de atrás, pensativa y silenciosa. Por suerte estaban en luna cuarto menguante, ya habían pasado exitosamente las dos primeras lunas llenas y todo salió bien, sin ningún incidente que lamentar. Todo era cuestión de acostumbrarse y establecer la rutina de esa etapa. Le dolía y se sentía impotente el saber que no podía hacer nada en esas fechas y que en su pequeña recaía toda la responsabilidad, pero no podía hacer otra cosa más que aceptar la realidad, ellas eran diferentes, de una condición inhumana, demasiado fuertes y él un simple mortal. No obstante a ese sentimiento de incapacidad e impotencia, estaba feliz de que su amada Laura siguiera con vida y aunque sonara egoísta no se arrepentía de nada, cualquier cosa era mejor que perderla. Aparcó en el estacionamiento que había muy cerca de la pensión y se dirigieron los tres caminando hasta el sitio. Se veían hermosos, ambos padres a cada lado, Andrés a la derecha y Laura a la izquierda de Mariluna, tomando sus manitas. La niña caminaba en el medio, muy orgullosa de sus padres El vigilante de la garita los observaba con admiración, era una familia que no pasaba inadvertida. Un hombre alto, fuerte, de mirada profunda, imponente. Una joven esbelta y hermosa, de ojos verdes, brillantes; con su negra y larga cabellera sedosa. Una niña hermosísima, vivaz, con ojos demaciado azules, profundos e insondables. Resultaba evidentemente imposible no admirar tanto derroche de bellezas y personalidades, ya sea masculina o femeninas.
Andrés llamó al timbre de la pensión y no tardó en salir Eneida, al verle lo abrazó espontáneamente, emocionada hasta lo indecible, él le correspondió tras un segundo de duda, no esperaba un abrazo tan efusivo después de haberse demorado tanto tiempo en ir a verla. Luego de unos minutos abrazados fue que la señora reparó en la presencia de Laura. Su cara se le hizo familiar pero no estaba segura, achicó los ojos tratando de hacer memoria y logró recordarla pero aún así no estaba del todo segura tras el inmenso cambio.
Se apartó de Andrés y algo abajo llamó su atención, bajó la mirada y fue cuando vio a la pequeña, se sintió apenada por no haber reparado antes en su presencia. Ambos, Eneida y Andrés, tenían lágrimas de emoción en sus rostros, se apartaron, trataron de secar sus lágrimas discretamente sin conseguirlo, a las miradas detallistas de madre e hija no se les escapaba nada, la señora Eneida las saludó cohibida.
―Hola...
―Hola, soy Laura la esposa de Andrés... no se si me recuerda, soy la muchacha de la silla de ruedas, la que vino a preguntar por Andrés hace unos meses atrás...
―¡Siiiiií!, ¡te recuerdo! Pero estás tan cambiiada―la abrazó emocionada―disculpa si dudé... ¡¿Qué bueno que lograste caminar?! Me alegro tanto por ustedes, Andrés se lo merece, es un buen hombre—La miraba asombrada y perpleja, el cambio había sido radical, de una mujer enfermiza a esta mujer radiante que tenía en frente.
―Sí... la operación fue todo un éxito.―mintió aunque no le gustaba para nada, así lo había hecho con sus amistades y lo haría con todo el que preguntara, su padre le aconsejó que así lo hiciera, hasta le dio un curso con todo lo que supuestamente le habían hecho para recuperar su locomoción, así estaría preparada para aclarar y despejar cualquier duda y no despertar curiosidad, también para los que no se conforman con una sencilla explicación, por suerte la señora no preguntó más, lo único que le importó fue saber que ella estaba bien y que su amigo estaba completamente recuperado.
―Ella es nuestra hija, Mariluna―dijo Andrés cuando al fin pudo hablar, las emociones lo habían dejado mudo―es adoptada, pero como si fuera de mi propia sangre, es nuestra adoración―expresó con emoción incluyendo a su esposa porque estaba seguro de que así era.
―Hola pequeña―dijo Eneida observando atentamente a la niña, ella no conoció en persona a la hija que ellos perdieron pero había visto la foto que Andrés siempre cargaba en su billetera y juraría que eran como dos gotas de agua, no obstante no dijo nada al respecto, prefirió no tocar un tema tan doloroso y delicado. No quería que la felicidad que se reflejaba en el rostro de su querido amigo se viera empañada por recuerdos dolorosos del pasado.
―Es un placer conocerla señora Eneida, mi papá habla muy bien de usted y aunque no haya venido antes a verla le aseguro que la estima muchísimo.
―Se que es así mi niña―se derritió con las calidez de Mariluna. Al imaginársela huérfana se le arrugó el corazón y se le hizo un nudo en la garganta, se contuvo para no llorar y se dijo internamente «nada de lástima, ese sentimiento es molesto, incómodo, impropio... además ella era una niña feliz y ya tenía nuevos padres, estaba segura de que Andrés era el mejor padre del mundo» Sus bellos ojos azul turquí desbordaban alegría, observó.―Tú padre es como un hijo para mí, estuve muy preocupada por él... demaciado preocupada—admitió— pero está bien y feliz...―miró a Andrés con ternura y sonrió alegre―eso es lo único que importa, se nota que la presencia de ustedes dos es lo único que necesitaba para salir adelante...
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Editado: 18.05.2022