Adrián regresó a su reino, con Meliades y Alexia, lo decidió poco tiempo antes de la mudanza de la familia de Mariluna. Exactamente un día antes de que se muestran todos a la nueva mansión, se fueron. Adrián sabía todo, estaba enterado de la gran sorpresa que le tenían a la joven. Estaba muy feliz por ella, sabía que eso le iba a hacer mucho bien. Aún no había logrado nada con ella, seguían peleados aunque se llevaban bastante bien. Incluso salían de vez en cuando. Todavía no lo había perdonado, Adrián la comprendía, sabía lo difícil que estaba siendo todo para ella. Le permitió quedarse en el apartamento, bueno, más bien se lo permitieron sus padres, pero no abanzó nada en su cercanía. Sabía que ella lo amaba, desde aquella reunión en la sala le quedó claro, ella lo afirmó también frente a la tosos, aún al recordarlo sentía que el corazón se le quería escapar del pecho, jamás imaginó que un corazón de vampiro pudiera latir así por alguien. Creía que era insensible por naturaleza y que nada ni nadie era capaz de conmoverlos, se equivocó, al menos con el suyo. Enterarse de que un lobo amaba para siempre a una misma persona lo llenaba de esperanzas, tenía toda una eternidad para conquistarla y ganarse de nuevo su confianza.
Se decidió a regresar a su ciudad porque ya había pasado mucho tiempo fuera y temía que su madre en persona fuese a buscarlo. También temía que por alguna razón vinieran a buscarlo y se comportarán estúpidamente frente a los lobos y ocurriera una desgracia. Tenía que ser él quién le advirtiera primero de los lobos a los suyos, no quería que por ningún motivo se enfrentan, por eso debía irse aunque no quisiera, porque si permanecía al lado de Mariluna y su familia, tarde o temprano eso iba a pasar. La verdad también tenía que hacerlo para poder estar con Mariluna, sabía que su idea era una locura pero quería de verdad casarse con ella, con la bendición de sus padres y los de ella. «Una verdadera locura», pensó, «cosa de locos pensar en una unión matrimonial entre un lobo y un vampiro y peor aún, esperar la aprobación de ambas especies; pero tenía que intentarlo al menos, no era ningún cobarde, no se rendiría fácilmente.» Tenía que ser digno de ella.
Meliades se reunió con él un día antes de la partida, Alexia lo hizo mucho antes. Sabía que a Meliades le resultó difícil dejar atrás a su novia humana, su primo y él estaban en la misma encrucijada. La travesía fue rápida de regreso, esta vez no tenían que detenerse en buscas de pistas de nadie. Maikel estaba muerto, él mismo se lo buscó, siguió el mismo camino equivocado que sus padres y terminó de la misma forma, siendo cazado por los Lobos.
Siempre escuchó tantas historias de los Lobos, los imaginó de tantas formas, hasta los odió porque por culpa de ellos estaban aislada del resto del mundo; pero al ver el comportamiento de Maikel e imaginar a sus ancestros así, comprendió que ellos eran como los guardianes de la justicia del mundo sobrenatural, si los vampiros abusaban de los humanos alguien tenía que defenderlos. Sintió vergüenza de su especie, pero lamentablemente ellos eran de naturaleza fría, egoísta y podía ser capaz de comprender la falta de humanidad, para ser exacto, ni siquiera eran humanos. Pero habían aprendido a serlo con el paso del tiempo, utilizando la racionalidad ya que el corazón lo tenían de hielo. Y de cierta manera eso se lo debían a los lobos.
Llegó a palacio y entró sin dilatar su tiempo en nada, lo único que deseaba era hablar con sus padres.
—¿Dónde está mi madre?—le preguntó a uno de los sirvientes.
—Está en el salón de reuniones príncipe—le respondió enseguida el súbdito, con voz temblorosa.
—Muy bien, gracias.—le dijo con tono un poco más amable y se dirigió al salón, seguido de su primo y su tutora.
Enteró sin llamar, abrió las dos alas de la puerta de golpe y entró a un salón repleto de vampiros. «Por lo visto todos estaban reunidos allí, perfecto», pensó con satisfacción, así le facilitaría las cosas, no tendría que organizar una reunión, todo estaban presentes, como esperando por él.
—Príncipe. ¿Por qué entras así sin avisar?—exclamó la reina.
—Madre, así es cómo recibes a tu hijo ausente—reclamó, ese trato tan frío de su madre lo seguía afectando aunque tratara de ignorarlo.
—Las normas de cortesía son para todo momento.
—Es bueno que estén todos aquí, así me evitaron un gran trabajo y pérdida de tiempo.—expresó ignorando el comentario de su madre.
En el salón se formó la conmoción, hablaban entre sí, por lo bajo: de la inesperada llegada de el joven príncipe, de su falta de educación, inmadurez y más. El suelo comenzó a temblar y todos guardaron silencio. Adrián estaba perdiendo el control. Que todos hablarán de él era culpa de su madre, si ella no lo trataba con el debido respeto, sus súbditos se creerían con el derecho de hablar de él y juzgarlo.
—Soy el príncipe y exijo respeto y obediencia—advirtió apretando muy fuerte los puños y la mandíbula.
—Diga sobrino, cuál es el motivo de la interrupción—habló Augusto Aragón, su tío, con tono fuerte, al parecer el enojo del príncipe no lo afectaba para nada.
—He venido expresamente ha hablarles de los Lobos.
En la sala se formó otra vez el alboroto, pero en esta ocasión los comentarios y el tono de las voces eran muy diferentes. Se denotaba el temor masivo.
—¿Qué tienes que decirnos sobre esa especie maldita?—inquietó su madre alterada.
—Que siguen allá afuera, vigilando al mundo, liberándolo de vampiros como Maikel, ellos fueron los que le dieron muerte.—Reveló ante los vampiros que los lobos mataron a Maikel. Aprovechando que todos estaban reunidos en el salón.
Por primera vez el rostro de su madre se tornó preocupado.
—Te enfrentaste con ellos hijo—indagó Isabel, parecía muy preocupada por él. Por primera vez vio en el rostro de su madre que le importaba algo.
—No madre, pero estuve con ellos. Los conocí en persona.
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Editado: 18.05.2022