Estaban reunidos exactamente 29 lobos y 13 vampiros, contando a Andrés. Gracias a que estaban los principales líderes de ambas especies pudieron llegar a un buen acuerdo mediante el diálogo. Salieron todos presurosos con el plan en mente. Tenían un mismo objetivo en común. La reina Isabel aún no daba crédito a la traición de su hermano, pero era un hecho.
—Al final del pasillo están Alexia y Meliades—informó uno de los vampiros que estaba a cargo de la guardia. Todos se detuvien y se voltearon hacia el vampiro que habló—lo sentimos mucho alteza—se disculpó enseguida en nombre de él y de todos sus compañeros. Los restaurantes 8 pronunciaron las mismas palabras casi al unísono mientras se incaban de rodillas frente a la reina en señal de respeto y sumisión.
—Nuestra prioridad es otra, luego habrá tiempo para lo demás.—expresó su reina.— pónganse de pie y nunca más vuelvan a defraudarme.
Siguieron la orden real y juraron lealtad a sus Reyes. Los lobos solo miraban la escena percatandose de la diferencia tan grandes en ambas especies. Mientras los vampiros parecían una anarquía ellos eran una familia.
—Yo voy madre, sigan ustedes adelante. Los alcanzo lo más rápido posible.—habló Adrián y se dirigió veloz hacia la celda indicada. Abrió la misma con las llaves que le entregó uno de los guardias y se acercó a los dos cuerpos profundamente dormidos. Sacudió a Meliades y este reaccionó lentamente, lo dejó a un lado para hacer lo mismo con su tutora. Una vez que estuvieron despiertos les comunicó la situación.
—¿Seguro que pueden?—insistió.
Meliades bostezó con pereza.
—Si primo, los ojos se me cierran solos pero tengo mi fuerza de voluntad entera.
Medio bromeó su primo. Adrián le lanzó una mirada asesina sin comentarios verbales.
—Igualmente yo, no te preocupes príncipe.—aseguró Alexia, llamando su atención.
—Entonces vamos, no podemos perder tiempo.—ordenó Adrián con seriedad.
Justo donde lo predijo Isabel estaba Augusto. El muy canalla no perdió la oportunidad de sentarse en el imponente trono. No esperaba que fueran liberado los reyes, menos aún, que estuvieran los lobos en el reino. Los guardias humanos que primeramente los interceptaron no le avisaron por temor. Tampoco confiaban en Augusto. Los humanos del reino no lo querían como rey, sabían que todo cambiaría, para mal, si él llegaba a ser el Rey de Andarus la Magnífica.
Al ver a su hermana atravesar la gran puerta de doble hoja, seguida de su esposo, cambió de color. Un nudo se le instaló automáticamente en la boca del estómago y luego, al ver entrar a su peor pesadilla tras los reyes como si fueran escoltas, sintió que la tierra se abría bajo sus pies y caía a la nada. La impresión le provocó vértigo, si hubiera sido un humano se hubiera hecho caca en los pantalones. Se levantó ágil y tembloroso del asiento imperial.
—¡Hermana!— fue lo único que atinó a decir.
—Aún me consideras tu hermana—respondió con ironía.
—Claro, yo...—por primera vez, a lo largo de toda su larga vida, a Augusto Aragón se le quedó la mente en blanco. No encontraba palabras para tratar de darle explicación a lo que había hecho.
Pronto se recuperó del estupor, sabía que tenía que derrotar a todos los presentes si quería vivir y reinar. Pero más que nada: ¡vivir! Consentró todo su poder y lanzó la llama del infierno contra su hermana y los que la acompañaban. Nadie se esperaba un ataque así y menos de tal magnitud. Mariluna reaccionó rápidamente y la detuvo con su poder, justo antes de alcanzarlos a todos pero no era una solución definitiva. Por otra parte los vampiros fieles a Agusto iniciaron un ataque y los suyos la defensa. Los demás Vampiros, al ver a los reyes se pusieron de parte de ellos. La lucha era feroz, más aún con ese enorme poder que tenía ese vampiro. En medio de la pelea un vampiro calló en la ardiente llama y se desintegró en el acto. El temor a la muerte navegaba en el alma de todos los presentes. La reina Isabel Aragón consentró todo su Qi y luego lo lanzó contra su hermano. Tenía la esperanza de que al lanzarlo su hermano quedaría agotado y afortunadamente fue así. Su poder era único y aterrador, era como las mismas llamas del infierno, eternas. Pero solo podía hacerlo una vez y no más hasta recuperarse de la perdida de todo su Qi, eso lo dejaba indefenso y frágil por tiempo indefinido. Por ese motivo él no usaba ese poder y nadie de los vampiros existente en la actualidad, a excepción de ella, sabía de la existencia de ese poder. Las llamas se apagaron radicalmente. Vio como su hermano apenas podía sostenerse en pies. Ella estaba igual de débil. Había utilizado toda su energía.
Su cuerpo se tambaleó y unos fuertes brazos la sostuvieron antes de caer.
—¿Que te sucede cariño?—preguntó alarmado y preocupado su esposo el rey.
—No te preocupes, solo es cansancio—le respondió casi sin aliento. La calidez de los brazos de su esposo le produjo seguridad. Nunca se había sentido tan frágil.
—¡Madre!—escuchó a lo lejos la voz preocupada de su hijo. Adrián venía entrando junto a su primo y su tutora.
—Matalo hijo, no quiero juicios, no lo merece.
—No lo hagas por favor, soy tu tío— suplicó por su miserable vida a pesar de todo.
Adrián hizo oídos sordos ante la súplica y obedeció sin vacilar el mandato de su madre. Desintegró a su tío con un fulminante rayo. Luego hizo lo mismo con sus complices. Quizás parezca inhumano el actuar de la reina y de su hijo, pero eso de dejar al malo con vida por no ser igual solo pasa en las películas o novelas. Dejar a alguien con vida que no tiene escrúpulos ni principios, que solo quiere destrucción, poder y no le importa matar y causar mucho mal para conseguirlo, no merece vivir.
Adrián leyó su mente sin pudor y supo con claridad lo que hizo y lo que estaba dispuesto a hacer Augusto. No había arrepentimiento sincero por sus malos actos, todo lo contrario, deseaba cumplir todo lo que se había prometido. Ya no tendría la oportunidad de hacerlo. Está comprobado que hacerlo, osea dejar vivo al villano, solo causará un mal mayor. Además los vampiros ya tenían muchos siglos de vida. Si todo lo pasado no les sirvió para cambiar nada lo haría.
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Editado: 18.05.2022