Capítulo 4 El accidente.
La tragedia llegaba a su vida. Sentía una extraña opresión en el pecho, aceleró por la avenida rumbo a su vivienda. Ansioso dobló la esquina de su cuadra y vio una patrulla estacionada frente al portón de su mansión, que le impedía la entrada a su coche, por lo que decidió aparcarlo afuera. No había ningún ruido, extrañamente sentía un perturbador silencio, el vehículo policial estaba completamente apagado, no había señales del o los ocupantes, definitivamente estaban en el interior de su casa, pensó Andrés con los nervios de punta.
Descendió de su auto intranquilo y se dirigió a la puerta personal, abrió con su llave y entró presuroso dejando su Chevrolet afuera sin importarle. Sentía que el corazón se le quería escapar del pecho, un sudor frío cubría su rostro, su respiración se tornaba cada vez más agitada y se le clavó un latido en la sien, sentía como si la cabeza le fuera a explotar en cualquier momento. Al fin llegó al lado de los dos policías, que se encontraban frente a la puerta de su propiedad, hablando con Sara, su empleada doméstica: una señora baja y un poco gruesa, de mediana edad, muy laboriosa, simpática y de su entera confianza. Sin más demora les preguntó cuando se detuvo detrás de los patrulleros, que al parecer ninguno se había percatado de su presencia:
―Buenas tardes, señores oficiales. ¿En que puedo servirles? ―ambos funcionarios se voltearon sorprendidos y una vez que repararon en su presencia quedaron intimidados por la altura, el carácter fuerte y la actitud demandante de Andrés. No fue su intención causarle esa impresión, no obstante debido al mal presentimiento que tenía y al estado de preocupación e impaciencia en el que se encontraba (por no saber la razón de la presencia en su hogar de esos oficiales), se comportaba así. Como estos no respondieron hizo otra pregunta, pero en esta ocasión, digiéndose a Sara:
―¿Donde están mi esposa y mi hija? ―interrogó impaciente y Sara enseguida respondió nerviosa:
―S-salieron s-señor —tartamudeó la mujer. A estas alturas estaba realmente preocupado, porque ambas siempre lo esperaban en casa, para darle la bienvenida. Al fin reaccionó uno de los oficiales, al parecer el de rango superior y le dijo visiblemente nervioso y con voz temblorosa:
―Disculpe, señor ―hizo silencio por un segundo mientras dejaba escapar un suspiro, poniendo aún más nervioso y asustado a Andrés―, por la mala noticia que le traemos.
―¡Vamos, hable!, díganme de una vez por todas que asunto los trajo hasta aquí ―apremió Andrés, con voz grave, alterado.
―Ocurrió un accidente... ―continuó el policía después de su breve vacilación―, e identificamos a su esposa y a su hija...
El policía continuó explicándole los detalles de la situación y el lugar donde ocurrió la tragedia, sin embargo Andrés ya no podía escuchar nada, sentía que todo le daba vueltas. Apretó fuertemente los ojos y se dijo que tenía que ser fuerte y saber los detalles para poder ayudar, respiró muy hondo y se calmo un poco, miró fijamente al hombre y le preguntó:
―¿Cómo están mi esposa y mi hija, oficial? ―se animó a preguntar, aunque no quería escuchar la terrible noticia que presentía en lo más hondo de su ser.
―Su esposa está recibiendo atención en el hospital de su padre, el fue quién nos envió a avisarle... ―guardó silencio y apartó su mirada del imponente Andrés,inquieto. Sin saber de qué manera darle la noticia.
―¿Y mi hija?, ¿Dónde está mi hija...?―interrogó Andrés desesperado, temeroso, afectado; con el corazón pendiendo de un hilo.
El otro policía, él que aun no se había animado a pronunciar palabra alguna, decidió terminar con la noticia y le confirmó lo que más temía:
―La niña no sobrevivió, lo siento señor.
Andres sintió que su mundo se le acababa, que ya no tenía razón para seguir adelante, que la vida era una quimera y la felicidad un espejismo. Que no podía existir un Dios porque no hay justicia divina. Habiendo tantas personas malas en este mundo y se tiene que llevar la vida de una criatura inocente. Las palabras hacían eco en su cabeza, «el accidente...», «su esposa en el hospital...», «Sofía muerta» Las palabras hacían eco en su cabeza. Si esto es una pesadilla ya quiero despertar. ¿Como podría vivir sin su pequeña Sofi?, sin su vocecita tierna llamándole papá, sin su carita angelical que ya no crecería, sin verla jugar, correr y reír como siempre lo hacía, sin que lo recibiera con un beso y un abrazo cada vez que llegaba del trabajo. Se desmoronó sin remedio.
Los policías se despidieron luego, le dieron el pésame y se marcharon, Sara se encargó de abrirles la puerta, cuando regresó vio al señor en el mismo lugar, con una expresión desencajada, de puro dolor ante la tragedia. Ella lo entendía perfectamente porque sabía y veía cada día, todo lo que ese hombre hacía por su familia. Ella también estaba dolida e impresionada, apreciaba y quería a sus jefes de todo corazón, porque eran personas buenas y consideradas. Trataban al personal de servicio con respeto y le pagaban un salario justo. Siempre les hacían regalos en las fechas importantes e incluso en los cumpleaños de cada uno de sus empleados; pero por encima de todo, a Sara le dolía la pequeña y encantadora niña, que ya no la vería más con vida. Siempre estuvo cerca de ella, desde que nació y ayudaba a la señora a cuidarla:
―Pobre criatura... ―murmuró por lo bajo. Se le hizo un nudo en la garganta y se le escaparon más lágrimas. Se dijo en su interior, que tenía que ser fuerte para ayudar al señor. Lo veía realmente muy mal, en estado de shock, sentía tanta pena. De un manotazo se secó sus lágrimas y se decidió de lleno a animarlo y a recordarle que su esposa aun lo necesitaba:
―Señor, acepte mi más sentido pésame por la niña, ella es un angelito que seguro, el padre todo poderoso, la mandó a llamar para hacerle compañía. Ahora es ella quién cuida a sus padres desde arriba ―se atrevió a decirle mientras con su dedo índice señalaba al cielo―. Usted lo que necesita es pensar en su esposa, que está viva en el hospital y que lo necesita.
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Editado: 18.05.2022