Tú, mi destrucción ©

Capítulo 3

La miraba de soslayo y percibía su enojo y su frustración, incluso al no verla a la cara, esos sentimientos serían palpables para mí.

Caminaba a paso lento, muy lento, buscando la manera de retrasar el momento para llegar a nuestro destino; más no importaba si llegábamos por la noche o mañana, el hecho es que llegaríamos y mientras el tiempo transcurría, puedo decir que él se movía en contra de la persona que le hizo eso a su rostro, porque mi furia aumentaba, a pesar de que no era visible ni notable en mí.

Yo aprendí a ocultar mis emociones, en ocasiones mi madre al decirle que la amaba, se notaba confundida ante mi mirada desprovista y mi semblante exánime. Pero jamás lo dudaba, ella sabía que era mi vida, lo más valioso que yo poseía y sólo por ella es que me alejaba; Kairi Baker no se merecía más dolor en su vida, mucho menos por mi causa.

—Él vive ahí —me dijo deteniéndose en un callejón mientras señalaba una de las ventanas del edificio que se alzaba sobre nosotros.

—Bien —dije mirando la ventana con suma atención.

—¿Qué vas a hacerle? —me preguntó dejando entrever el nerviosismo en su voz suave.

—¿Por qué preguntas lo obvio? ¿Crees que vengo a hablar con él? —increpé subiendo por las escaleras de incendio que quedaban justo debajo de la ventana del departamento del idiota ese.

—Lane, espera —murmuró siguiéndome los pasos—. No puedes asesinarlo —me detuve y me giré para mirarla. De nuevo se había colocado la capucha y su cabello caía sobre el lado de las cicatrices.

—¿Que no puedo? —repetí cada palabra con calma. Alaina tragó saliva y mojó sus labios, sacando su lengua muy lentamente y mojándolos de una manera que me excitó.

¿Desde cuándo una mujer lograba encenderme con un gesto tan simple? Por una brevedad de segundo me olvidé de donde estaba y a lo que había venido, centrándome en los labios de esa pelinegra, tan perfectos, suaves y gruesos. Me encantaba la forma en que su labio inferior era más grueso, perfecto para tomarlo entre mis dientes y tirar de él, mordisquearlo una y otra vez hasta hacerlo sangrar.

Ahora fui yo quien tragó saliva mientras mis pantalones se volvían apretados sobre mi entrepierna, presionándose contra mi sexo que pedía atención, la atención de Alaina.

¡Maldita sea, era tan bella!

—Bien, sí que puedes —titubeó—, pero no vale la pena, él no lo vale —su voz bajó, detonando cierta tristeza en ella.

—¿Le quieres? —mi pregunta la tomó por sorpresa. Sus ojos se abrieron mucho, trastabilló y movió sus manos como buscando algo para sostenerse y no perder el equilibro, para al final hacerlas puño y mirarme desafiante y segura.

—¿Qué clase de pregunta es ésa? Él me marcó, casi me asesina y tú preguntas que si le quiero. Debes estar demente —sonreí y di un paso al frente, acercándome más a ella.

—En este mundo hay personas de todo tipo —le dije—, desde esposas que toleran golpes de su pareja por amor, hasta otras que disfrutan que las lastimen —terminé encogiéndome de hombros. La escuché soltar un bufido y me miró mal.

—Pues yo no soy ni una ni otra —espetó—. No soy tan estúpida para permanecer a lado de alguien que me causó o causa daño.

Me le quedé mirando, más mi mente se remontó hasta mi madre, de nuevo.

Recordé todo lo que sufrió a lado de mi padre, la manera en la que él la hizo sufrir por una venganza en la que ella no tenía nada que ver; ninguno de los dos me habló de esos días, pero entre la manada me encargué de que alguien me hablara sobre ello.

Sentí demasiada rabia hacia mi padre, no fue justo, hizo sufrir demasiado a mi madre, pero entonces ¿por qué yo no podía pensar en luchar contra mis instintos para no cometer los mismos errores que él?

Por el contrario, los dejaba dominarme, quería que lo hicieran; no permitía de ninguna manera que la bondad que había dentro de mí ganara, simple y sencillamente porque quizá la maldad era más fuerte, pero también yo ayudaba, día con día, en mi manera de asesinar, de sentir disfrute al hacerlo, en saber que todos eran inferiores a mí y que por ende, nadie debía de negarse a mis deseos, y quien tuviera el suficiente valor o la suficiente estupidez para hacerlo, acabaría bajo mis garras: Muerto.

—Lane —susurró Alaina Jade.

—Subamos —dije poniendo fin a mis pensamientos.

Con una facilidad y agilidad enorme logramos entrar por la ventana que se mantenía abierta. Alaina Jade me seguía detrás mientras recorría con mi mirada el departamento de ese lobo.

No era para nada ordenado; había cajas de pizza mal cerradas sobre la encimera, vasos sucios, botellas de alcohol vacías, ropa esparcida y su repugnante olor siendo palpable en el ambiente de forma brusca y asquerosa.

—Parece ser que no está —dijo ella a mi espalda; sonaba aliviada.




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