El silencio era cómodo, no de la misma manera en que lo era con Alaina, más no me quejaba, mucho menos me detenía a pensar en el porqué de mis comparaciones entre ellas. Distaban de parecerse, no sólo hablaba del físico, sino también de la forma de ser.
Amber era… Dulce, tierna de algún modo por lo que dejó entrever. La inocencia era un factor detonante en ella que me atrajo desde el primer instante.
Alaina era una mezcla de malicia e inocencia, un balance perfecto. Sumisa pero rebelde, sin duda ella no me obedecería en nada si yo no le llevase ventaja en fuerza.
Mientras caminaba con Amber por el parque que anteriormente visité con Alaina, ésta última no salía de mi cabeza, así como no lo hacía la mirada que me dedicó cuando decidí venir con su amiga.
Me decidí a ignorar esa molestia que se mantenía viva en alguna parte recóndita de mi ser. Me centré en la rubia que caminaba a la par mía, con la cabeza gacha, pensativa. Sus bucles se movían con el viento hacia atrás, su cuello quedaba al descubierto, tan delicado y blando, cubiertas sus venas que me encantaría desgarrar como cual vampiro, por esa piel lechosa y tersa.
—Me miras como si quisieras comerme —comentó en un susurro. Porque voy a hacerlo.
Mis pasos cedieron frente a un árbol frondoso, sus ramas casi lamían el suelo, las hojas impedían que la trémula luz del sol se filtrara por ellas. Nos dejaban en las sombras, brindaban cierta privacidad.
La miré a la cara, aquellos ojos bailoteaban entre la curiosidad y el miedo, siendo mayor este último, naturalmente. Siempre de una forma u otra los sentidos nos ponían en aviso sobre el peligro que acechaba. Con Amber no era la excepción.
—Y tú me miras con miedo, me pregunto por qué te causo tal pavor. —Declaré. Su gesto se relajó, soltó un suspiro suave, casi imperceptible.
—No es a ti, sólo que inevitablemente mi mente evocó lo sucedido hace unas noches con una joven. —Confesó serena. Le hice un gesto para que nos sentáramos sobre la banca debajo del árbol. Ella accedió sin rechistar.
—¿Qué fue lo que sucedió? —Pregunté con fingido interés. Cogió su mochila, la presionó más contra su pecho. Sus dedos se asieron a ella, apretándose, como si ella fuese un tipo de escudo que la protegería.
—Asesinaron a una chica de una forma atroz. Al principio la policía dijo que la causa fue un animal, sin embargo, el rumor de que había un asesino en la ciudad se corrió de prisa. —Explicó seria en un susurro, como si temiera que el asesino pudiese escucharla— Un animal no deja restos de carne, si busca comida, naturalmente terminará con lo que haya a su alcance… Es ilógico que dejara más de la mitad de su cuerpo desmembrado.
Advertí el sutil gesto de terror y repugnancia atravesando su rostro cuando mencionó la última frase. Su garganta se movió sugestiva, llamándome nuevamente. Estaba inexorablemente atraído por esta chica. Ella que permanecía tan ajena a lo que era el chico con el que hablaba, no se imaginaba que ahora mismo, si así yo lo decidía, ella entraría a la estadísticas de chicas asesinadas.
—Quizá tienes razón, Amber. Ya lo comprobarás pronto. —Musité. Extendí el brazo, le toqué la mejilla suavemente; su caliente, regordeta y bonita mejilla donde su sangre se acumuló de una forma levísima.
—¿Por qué lo dices de ese modo? —Cuestionó. Retrocedió unos centímetros, reticente a mi tacto. No obstante, momentos después volvió a buscarlo.
—¿Cenarías conmigo? —Cambié el tema. Me miró confusa por debajo de su ceño fruncido.
—Sí, por supuesto. —Sonreí. A veces mis presas facilitaban todo.
Quizá nunca comprendería el porqué los humanos incluso al percatarse del peligro se dirigían a él.
Probablemente se debía al hecho de que lo malo atraía, seducía, había adrenalina, caos, misterio. Una irremediable atracción. Carencia de paz y aburrimiento que lo bueno puede ofrecerles.
—Ésta es mi dirección —dijo, a la vez que la escribía en un trozo de papel. Ojalá pudiese decirle que podría encontrarla tan sólo guiándome con su aroma.
—Bien —murmuré cogiéndolo entre mis dedos, mantenía su sutil aroma.
Se me quedó mirando unos instantes como si no supiera qué hacer. Mientras tanto, la miraba, me gustaba hacerlo. Apreciaba sus ojos claros, brillaban mucho, me transmitían paz. Quizá ella…
—Te veo en la noche, entonces —se aclaró la garganta, apartó la mirada, agachando la cabeza en el proceso.
—Hasta entonces —susurré aún absorto en su mirada. Ella me sonrió, dio la vuelta y la vi irse sin tener la necesidad de ir detrás de ella.
De pronto, mi móvil timbró dentro del bolsillo de mi pantalón. Lo olvidé por completo. Ciertamente tenía cosas más importantes e interesantes que hacer que mantenerme todo el día con la cabeza metida en un móvil. Además que la única razón por la que lo llevaba conmigo, era mi madre. Aquel aparato era una forma más rápida y eficaz de encontrarme.