Llevaba tiempo corriendo por el bosque, alejándome lo más posible de mis padres, incluso de Stacy. Pero sabía donde encontrarlos y si quería regresar lo haría, aunque sinceramente dudaba volver a pisar sus territorios.
Me sentía furioso, lleno de ira, de deseos asesinos que me carcomían la mente y me nublaban la razón; todos los sentimientos negativos se centraban en mi interior y acarrearía consecuencias.
Hasta ahora no me encontré con nadie en el camino, la lluvia no cesó, por el contrario, se volvió un jodido diluvio. Mi pelaje estaba completamente empapado, el lodo se adhería a mis patas mientras atravesaba a grandes pasos el bosque; las ramas de los árboles se oscilaban de un lado a otro con violencia y los relámpagos sobre el extenso cielo era la única luz que me proporcionaba la noche. Sin embargo, no necesitaba luz para recorrer el sendero oscuro por el que corría, me sabía los caminos de memoria, no necesitaba nada.
De pronto pude apreciar la presencia de otros lobos, mis sentidos se agudizaron y mis instintos bestiales y demenciales me controlaron. La sed de sangre resurgió con más intensidad y aceleré mi paso hacia ellos.
Atravesé un gran terreno limpio de árboles, luego otro más cubierto de ellos, luego el olor de esos lobos fue siendo más intenso, más nítido. Podía oír sus pasos, los leves gruñidos que dejaban escapar, se percataron de mi presencia en cuanto estuve lo suficientemente cerca.
Unos metros más allá los encontré, eran alrededor de diez, corrían todos en la misma dirección, había unos jóvenes y otros mayores, mucho más que yo tanto en edad y tamaño; me uní a ellos, el Alpha al percatarse de mi presencia ordenó que se detuvieran con un gran aullido.
Luego se dirigió a mí, me lanzó un gruñido de advertencia para que retrocediera. Reí en mis adentros.
En segundos sin darle tiempo de parpadear me lancé sobre él, justo a su garganta que desgarré enseguida; su sangre se derramó y salió a presión de la herida, cubrió mi pelaje y se mezcló con la lluvia haciendo más densa la sangre y notándose negra bajo la oscuridad de la noche.
Un aullido desgarrador brotó de su garganta antes de que pudiese defenderse y hacer algo al respecto. Arrojé su cuerpo hacia un costado masticando su carne en mi hocico.
Todo fue silencio hasta que un trueno retumbó en mis oídos, el mismo que pareció hacer reaccionar a la manada. Ésta retrocedió, el miedo era nítido en sus ojos y fue como una sensación placentera la que atravesó mi cuerpo mientras disfrutaba del terror clavado en sus córneas.
Retrocedieron, rindiéndose. Pero a mí no me servía. Lo que quería era matar.
Así que lo hice.
Acabé con todos y cada uno de ellos en menos de lo esperado, descargando mi frustración y mi furia con sus cuerpos; en cada aullido doloroso, en cada gruñido lleno de agonía y en la sangre derramada mi satisfacción fue en aumento.
Esto es lo que era. Esta era mi esencia. La maldad me dominaba y dominaría para siempre y nadie podía librarme de ella.
El disfrute se abrió paso entre mis venas, la sangre que derramé cubrió el suelo, la absorbió y el olor prevaleció, y lo haría. Llenaría todos los bosques con ese olor, utilizaría sus cuerpos como abono, su sangre como el agua que riega y hace florecer los campos, pero en este caso florecería mi mundo, mi ley, sólo la mía.
Al finalizar no quedó nadie. Alcé la vista y el agua limpió la sangre de mi cara más no de mis manos, ella se quedaría ahí como un recordatorio constante de lo que yo era.
Entonces lo sentí, sentí su presencia y lo vi caminar entre los restos de los lobos, de esos cuerpos desmembrados que dejé como un paisaje siniestro con el que nadie querría en su vida toparse. Y, sin embargo, él sonreía ante la escena, admiraba todo con una gran sonrisa que se fue ensanchando cada vez más. Parecía una figura espectral, un ser demoníaco y en parte lo era.
—Perfección. ¿Lo ves?, esto es lo que somos. Tú y yo no fuimos creados para estar entre los humanos, fuimos hechos para liderar, para ser adorados. Nuestra palabra debe ser la única que valga.
Nunca estuve más de acuerdo con él. Tenía razón, la tenía.
—Ven conmigo, te daré lo que te prometí. Ellos ya no son tu familia, te han rechazado por ser lo que eres, lo que yo te ofrezco es lo que sé que te mereces, Lane Black.
Cambié de forma en un parpadeo. Él no borraba la sonrisa de su rostro.
—¿Crees que puedes lavarme el cerebro, Rodrik? —Inquirí.
—No intento hacerlo. Sólo te doy una salida factible. ¿O qué harás?, ¿volver y pedirle perdón a Donovan?. Él no lo merece, no merece nada de lo que tiene. —Dijo severo— Yo pensaba usar a tu madre, pero Kairi supo desde un principio lo que yo quería de ella, Donovan la engañó y destrozó su corazón frente a todos, la humilló por venganza. Yo sólo quería a mi hijo.
Hice las manos puño, mis dientes crujieron con fuerza cuando apreté la mandíbula. El recordar lo que mi padre le hizo me causaba demasiado dolor y rabia.