No pude volver a dormirme luego de esa horrible pesadilla. Esperaba que en cualquier momento comenzase a sonar mi teléfono y que alguien me dijese que algo terrible le había sucedido a mi amiga Mary. Pero nada sucedió, y pronto sonó mi reloj despertador, indicando que era hora para prepararme para el velorio de Rose.
La capilla estaba llena de gente. Siempre cuando muere alguien joven, parece que nadie puede perderse su velorio. Muchos chicos del instituto estaban allí, y en general, la mayor parte del pueblo. Aunque todos estaban al tanto que había sido un supuesto suicidio, eso no afectaba para nada la cantidad de personas presentes.
Uno a uno fuimos pasando por el ataúd donde estaba mi amiga. Me daba un poco de miedo verla, más aún después de la pesadilla que había tenido. Pensaba que en cualquier momento, tal vez ella abriría sus ojos y me tomaría del brazo, murmurando cosas escalofriantes, o algo por el estilo. Cosas típicas de las películas de terror con las que nos habíamos obsesionado tiempo atrás mis amigas y yo.
Por suerte no fue así. Rose yacía en su ataúd, pálida como la nieve. Una lágrima corrió por mi rostro al verla allí, y no pude evitar otra vez sentirme llena de culpa y remordimiento. Aunque debía dejar de hacerlo, todo era culpa del demonio y no mía. Yo no lo había buscado a él, sino que él había sido quien me había buscado; y seguramente buscaría la forma de destruir mi vida aunque yo lo obedeciera en todo. De cualquier forma estaba perdida.
Me senté junto a mis amigas. Las tres vestidas de negro, las tres sumidas en una profunda tristeza y las tres preocupadas sobre cómo seguiría nuestra pesadilla. Aunque ni Jessica ni Mary podían llegar a imaginarse que yo conocía al patán responsable de todos nuestros males en carne y hueso.
Ninguna podría jamás llegar a imaginarse las cosas que él me había hecho, y ni siquiera yo podía imaginarme las cosas que aún le restaba hacerme.
Salimos de la capilla y caminamos hacia el cementerio cuando fue la hora del entierro. El cementerio quedaba a solo dos cuadras de allí, así que todos los presentes caminaron hasta allí en una silenciosa procesión.
Nos detuvimos a unos metros de la parcela dónde se había removido una buena porción de la tierra para hacer lugar al féretro de nuestra querida amiga. En un momento, algo dirigió mi atención a un árbol a mi izquierda. Allí estaba posado el búho, con su mirada clavada en mí. Parecía tener una cara burlona, aunque seguro solo era mi imaginación. ¿Desde cuándo tenían caras burlonas los búhos?
Por suerte todo pasó rápido, y pudimos emprender el camino de vuelta a casa. Las tres salimos caminando últimas, ya que quisimos decirle unas palabras finales a nuestra amiga luego de que los demás se hubiesen retirado.
—Todavía no lo puedo creer —afirmó Jessica mientras caminábamos por la acera. Ella iba en el medio, Mary estaba a su derecha y yo a su izquierda.
—Yo tampoco —comenté, un poco cabizbaja.
Mary iba caminando en silencio junto a nosotras, mirando la acera mientras lo hacía, con la mirada un tanto perdida, hasta que de pronto, se separó de nosotras y comenzó a cruzar la calle.
—Mary… Mary ¿Qué ha…? —Jessica no alcanzó a terminar la frase, cuando una camioneta salida de la nada atropelló a nuestra amiga.
—¡Oh, Dios mío! —exclamé histéricamente, rápidamente tomando mi móvil para llamar al 911 mientras Jessica corría hacia donde Mary yacía, en el medio de la calle, en un charco de sangre.
El conductor de la camioneta se había detenido y estaba al lado de Mary mientras se agarraba la cabeza desesperadamente. Era obvio que, al igual que nosotras, no podía creer lo que había sucedido.
—Ju… ¡Juro que no la vi! ¡No la vi! ¡No la vi!
—¡No tiene pulso! —exclamó Jessica con impotencia. Mientras tanto, yo ya había llamado a la ambulancia, la que no tardó casi nada en llegar. Los paramédicos nos obligaron a alejarnos del lugar y, mientras ellos revisaban a Mary, la policía nos hizo preguntas. Las dos estábamos en estado de shock, y casi no podíamos responder sobre lo que había sucedido.
—Simplemente comenzó a cruzar la calle —explicó Jessica al joven oficial que la estaba interrogando.
—No sé si vio la camioneta que venía…nosotras no la vimos venir —le dije yo, intentando retener las lágrimas que amenazaban con correr por mi rostro. Yo sabía que algo le sucedería a Mary, y sin embargo, ni siquiera había intentado detenerlo. ¿Qué clase de amiga era?
Los oficiales quedaron en interrogarnos más tarde. Probablemente pensaban que nosotras dos podíamos haber empujado a Mary a la calle. Después de todo, tenía cierta lógica cuando otra de nuestras amigas había recientemente sufrido una muerte trágica bajo circunstancias similares. Por lo que nosotras dos éramos sospechosas hasta que se demostrase lo contrario.
—Está muerta —dijo uno de los paramédicos—. Murió con el impacto.
—¡No! ¡No! ¡No! —gritó Jessica, aferrándose firmemente de mí.
Ambas nos quedamos abrazadas, llorando en la acera hasta que nuestros padres llegaron y nos obligaron a separarnos para llevarnos a casa. Evidentemente se veían preocupados. Estas no eran cosas que sucedieran comúnmente en el pueblo, y mucho menos cosas que usualmente sus hijas tuvieran que sufrir ni presenciar. Todo se estaba volviendo una carga demasiado pesada de llevar.
Mi madre tenía la teoría que Mary no había podido soportar la pérdida de su mejor amiga y que, por eso, había decidido cruzar la calle al ver esa camioneta. Yo sostuve todo el tiempo que debía haber sido un mero accidente, que Mary nunca se hubiese suicidado. Pero a todos les costaba aceptar mi teoría, especialmente después de la muerte de Rose.
No quise almorzar. Subí a mi cuarto y me tumbé en mi cama a llorar ahora que nadie podía verme, por más que ya no sabía de dónde sacaba lágrimas para hacerlo. Había tantas cosas que quería expresar y no podía. “¿Con quién podría hablar? ¿Con quién?”