Al llegar a casa, camino sumida en mis propios pensamientos, pero aun así logro divisar a papá que está sentado en el sillón de la sala. Puedo ver su aspecto desmejorado y pensativo, no es propio en él y eso enseguida me preocupa. Mi padre es un hombre de negocios, su ambiente exige que sea fuerte, pero en este momento se lo ve demasiado vulnerable; en su mano reposa una copa de vino. Al verlo así, dudo en ir hacia él, pero al final decido acercarme.
Reparo en su cabello negro, en ciertas partes se le divisan algunas canas; sus manos gruesas tamborilean a un lado como si estuvieran en compás con sus pensamientos. Es un hombre de contextura gruesa y sus ojos oscuros siempre reflejan autoridad.
Mientras me voy acercando, su mirada se fija en mí por varios minutos. Su rostro muestra decepción e impotencia, esto logra que me preocupe incluso más: él no es así. Sigue mirando profundamente hasta que decido hablar.
—¿Ocurre algo papá?
Al principio creo que no me va a responder, mis nervios se apoderan de mí al instante.
—Lo hemos perdido todo Carolina, absolutamente todo —responde a mi interrogante de forma pausada, dando un largo trago a su copa hasta acabar el contenido casi al instante.
Parpadeo en un intento por comprender lo que me ha transmitido con aquellas pocas palabras.
A continuación, procede a explicarme los sucesos que provocaron la situación, pero ya no le presto atención a lo que dice. En este momento no me interesa nada, ni siquiera los motivos que llevaron que lo perdiéramos todo, tal como él lo afirmaba.
Me siento vacía, sola.
Nunca le he dado importancia al dinero, tal vez porque lo he tenido a mi disposición. Siempre digo que no es necesario, pero en este momento empiezo a sentir pavor al imaginarme mi vida sin la libertad de usarlo.
¿Se puede ganar y perder al mismo tiempo? Sí, estoy segura de eso, o mejor dicho, es lo que me ha ocurrido.
He pasado una tarde perfecta con Alex, considerando que no necesito nada más para ser feliz, pero ahora la escasez de dinero me hace plantear diferentes situaciones que han cambiado el rumbo de mi vida. Por mi mente aparecen imágenes de las cosas que he pensado comprar: la última versión de mi móvil, las carteras, zapatos, ropas de marca, largas tardes de spa y viajes, entre otras cosas.
Entrar a las tiendas y comprar sin fijarme en el precio es un hábito. Lamentablemente, no sé si podré vivir sin hacerlo. La risa sin ganas de papá me hace salir de mis perturbadores pensamientos.
—Lo único bueno de toda esta situación —murmura sin ganas —, es que te darás cuenta de que siempre he tenido razón. Ese noviecito tuyo solo está contigo por interés, cuando se entere que ya no podrás proporcionarle beneficios, te dejará.
No tolero su afirmación, ese es motivo suficiente para salir corriendo hacia mi habitación.
Allí dejo caer todas las lágrimas que retenía y cierro la puerta, dejándome caer en el suelo. Mi vida ha cambiado de forma repentina.
Despierto con el cuello dolorido. Al parecer, me he quedado dormida después de tanto llorar y ni siquiera me he fijado que mi cabeza reposaba sobre mis rodillas. Acaricio suavemente mi cuello dando leves masajes y, para mi desesperación, me doy cuenta que lo que me ha dicho papá no ha sido un maldito sueño.
Nuevas lágrimas brotan al recordar lo que nos ha ocurrido. Enseguida recuerdo a mis amigas, necesito contarle a alguien mi lamentable situación. Tomo el móvil de mi bolso y envío un emoji al grupo de WhatsApp:
Yo: 😢
Mabel: Y… ¿eso?
Teresa: ¿Estás bien? ¿Ha ocurrido algo? ¿Dónde estás?
Yo: Estoy en casa
Roy: ¿Puedo ir también?
Bryan: Si quieren vamos en mi auto. O ¿es cosa de mujeres?
Yo: Vengan rápido por favor.
Luego de recibir la pronta respuestas de los chicos, y al darme cuenta que Alex no escribió, decido llamarlo. El tono del teléfono suena una y otra vez, pero al darme cuenta que no va a contestar, dejo de insistir al tercer intento.
Mi ánimo se mejora al darme cuenta que mis amigos llegan con prontitud. Sin más, decido contarles lo poco que pude escuchar y entender. Todos me miran con atención, en sus rostros se refleja la incertidumbre. Dejan que les cuente lo ocurrido sin interrumpirme mientras Teresa acaricia mi cabello con ternura. Luego, permitimos que por un momento el silencio nos invada.
—Más se perdió en el Titanic —afirma Roy, levantándose del sofá donde está sentado —. Quita tu hermoso trasero de esa cama. Debes de hacer como menciona el dicho, «si la vida te da limones, pide sal y tequila». No permitas que nada te doblegue.
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Editado: 27.02.2019