“Después de la tormenta siempre llega la calma y un hermoso arcoíris”, esa es una frase popular que he escuchado y en la que empiezo a creer. Con ayuda del papá de Bryan, hemos podido obtener un poco más de tranquilidad; el hombre le ha dado un trabajo en la empresa a mi padre —si no me equivoco es ayudante en el departamento de finanzas—. Aquello lo mantiene ocupado y al mismo tiempo es una fuente de ingresos para nosotros, quizá no podamos permitirnos lujos como los de antes, pero al menos es algo. He pensado en buscarme un trabajo de medio tiempo, pero mi padre no me lo permite, dice que con nuestros ahorros y con el empleado de él es suficiente, quiere que solo me dedique a estudiar.
Miro a quienes están en la mesa conmigo, la familia de Alex es maravillosa. En el poco tiempo que llevo de conocerlos (esta es la tercera vez que visito su casa) no he dejado de sentirme nerviosa más allá de su buen trato, creo que toda chica pensaría lo mismo cuando la llevan a comer donde la suegra.
Miro como su madre les reparte las porciones de comida a sus hijas; es enfermera y trabaja en el hospital de la ciudad. Para ella, la profesión no es solo un trabajo, es su pasión. Cuando habla de su labor desinteresada por los demás, se emociona y es fácil notar que ha nacido para ese empleo.
—Cariño —habla Leyla para llamar mi atención—. No es preciso decirte que puedes venir las veces que quieras sin necesidad de ninguna invitación. Nuestra casa es tu casa, ¿verdad, mi amor?
—Por supuesto —confirma Jorge el padre de Alex. Continua comiendo con deleite, es evidente que adora la comida de su esposa. Él es más reservado que su mujer, es maestro de matemáticas y física en la Universidad.
—Nosotras también te queremos, Caro.
—Eres como nuestra hermana —comentan al mismo tiempo Paula y Paulina.
Son unas gemelas hermosas de doce años. El poco tiempo que las he tratado son divertidas e insoportables cuando se lo proponen.
Me emociona ver a la familia unida de Alex, es como si formaran el hogar perfecto. Siempre están apoyándose entre ellos en cualquier actividad, demostrando su unión.
—Muchas gracias, de verdad que agradezco su generosidad.
—Es un placer tenerte con nosotros mi amor —completa Alex haciéndome ruborizar.
Después del almuerzo con la familia de Alex, nos retiramos a su habitación para poder hablar a solas. Es la primera vez que entro y me asombra lo ordenado que está todo, diría que eso es debido a su mamá, pero una vez él me comentó que en su casa cada uno arregla su dormitorio. Tiene su cama y junto a ella una mesita con una lámpara, un escritorio con una computadora, el lugar donde guarda su ropa y el baño privado.
—Ven. —Alex toma mi mano para guiarme a la silla del escritorio. Mientras me siento, veo que saca de un cajón una calculadora, libreta y un lápiz con borrador. Estas cosas las coloca frente a mí.
—Y, ¿qué significa esto? —pregunto y señalo los objetos.
—Te voy a enseñar a hacer un presupuesto —aclara mirándome con cautela—, me imagino que nunca lo has hecho, ¿cierto?
Fijo mi mirada en él. Para ser sincera, antes ni siquiera me fijaba en el precio, si algo me gustaba lo compraba y ya, al fin y al cabo la cuenta de la tarjeta le llegaba a papá y él se encargaba de pagar.
—Pues, no lo he necesitado nunca, por tanto no sé hacerlo.
Asiente, dándome la razón.
—¿Han hablado de tus gastos? Me imagino que sí.
—Sí, papá me ha dicho que me va a dar una asignación mensual, como si fuera un sueldo. Se supone que de ahí dependen mis gastos personales.
—Me parece una buena decisión, eso te ayudará a que puedas limitar gastos y solo comprar lo necesario.
Frunzo el ceño al recordarlo, aunque no me parece una buena decisión tengo que someterme a ella.
—Además, me ha restringido las tarjetas de créditos y solo me ha dejado con una. Es tan lamentable mi situación —resoplo.
—Ay Caro, yo no tengo tarjeta de crédito y no me he muerto. Estoy seguro que sobrevivirás, no negaré que será duro, pero no imposible de sobrellevar. Pienso que deberías de darme la tarjeta para guardarla.
—¡¿Qué?! —exclamo asombrada. Definitivamente está loco.
—Me parece que es la mejor opción. Mientras no la tengas a mano, no va a ser tentación para ti.
—¡No! —protesto levantándome de la silla—. Eso sí que no, todo menos eso —hablo con firmeza.
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Editado: 27.02.2019