Samuel no pierde tiempo y al cabo de dos días me hace la primera invitación. Así que en este instante estoy sentada frente al espejo maquillándome y, por absurdo que suene, me siento entusiasmada.
Me he encargado de escoger el lugar, una cafetería concurrida a la que más bien acuden las personas luego de sus trabajos y no necesariamente parejas. Al principio, él se había negado, pero al ver que yo no cedía, decidió aceptar y eso era un punto a mi favor.
Al entrar al lugar veo que Samuel está sentado en una de las mesas revisando su teléfono, avanzo hacia él y en pocos segundos advierte de mi presencia. Se levanta de la silla y viene a mi encuentro.
―¡Qué guapa que estás Carolina! —exclama acercándose a mí para darme un beso en la mejillas.
―Gracias Samuel, tú también estás perfecto.
Sonríe.
Para esta ocasión llevo puesto un pantalón sencillo con zapatos cerrados y una blusa amarilla, nada llamativo. Él, en cambio, está pulcramente vestido con un pantalón de tela y una camisa morada.
―Siéntate por favor ―ofrece al llegar a la mesa. Mueve la silla para que me siente con comodidad.
A continuación, llega la mesera y hacemos un pedido de acuerdo a nuestras preferencias.
―Cuéntame de ti, Samuel, ¿tuviste hijos? ―pregunto. Al parecer eso lo incomoda como si no quisiera hablar del tema.
―No, y me alegro porque estaríamos en una situación aún más difícil de lo que pasamos. Mi exesposa al parecer no puede tener hijos.
—Entiendo.
―Y ahora cuéntame de ti. ¿Qué has hecho en el tiempo que no nos hemos visto?
―Pues, ¿qué puedo decirte? Estoy a punto de terminar mi carrera en la Universidad, estudio administración de empresas, tengo una perrita llamada Alina y… nada más, todo sigue igual de siempre.
―Mmm y… ¿estás soltera? ―Enseguida pienso en Alex al escuchar su pregunta.
―Sí ―digo.
Él abre los ojos como si le asombrara mi respuesta.
―Me sorprende que sigas soltera.
―Preferiría no hablar de eso.
Asiente en el preciso momento que llega nuestro pedido.
Mientras bebo mi cappuccino, Samuel toma mi mano libre. Intento zafarla de su agarre, pero la presiona para que no lo haga. Lo miro fijamente, pero bebe de su café como si no pasara nada. De seguro estamos dando la impresión de que somos una pareja. Le permito sostenerla y acariciarla solo por un momento porque al darle una mordida a mi pizzaroll necesito de mis dos manos.
―Deberíamos ir a bailar más tarde, conozco un lugar muy bueno.
―No creo, por hoy esta cafetería está bien.
―¿Quiere decir que podemos hacer planes para ir a bailar otro día? ―Arquea las cejas preguntando y mirándome cautelosamente.
―Tal vez.
Por muy sorprendente que parezca, la conversación siguiente con Samuel ha sido agradable, además de tomar mi mano no intenta nada más, lo cual es un alivio.
―¿Qué te parece si vamos a comprar un helado? ―pregunta al salir de la cafetería. Señala al frente donde está el parque con un quiosco donde venden helados.
―Está bien. ―Acepto su proposición.
Me toma de la mano y cruzamos corriendo la calle. Me siento en una banqueta que está junto a la venta de helados.
―Voy a escoger de chocolate y ¿tú? ―pregunta.
―Marmolado de cereza por favor ―digo el primer sabor que se me ocurre.
Al cabo de un tiempo degustamos los deliciosos sabores, compartiendo entre nosotros los helados.
―Es extraño que después de haber mantenido una relación, estemos sentados aquí como si recién nos estuviéramos conociendo.
Lo miro confundida ante su comentario, pero tiene razón. En ese entonces cuando lo conocí yo era una muchacha, solo nos dejamos llevar por la pasión y el deseo, sin tener en cuenta las consecuencias de nuestros actos. Es extraño que ahora que no tenemos compromiso alguno estemos tan tranquilos.
―Mejor es así, ¿no crees? ―Reparo ante su comentario. Lo miro para ver su reacción pero al parecer no está de acuerdo.
―A veces, las segundas oportunidades son las mejores ―refuta, pero no respondo.
Cuando nos terminamos el helado, vamos hasta su auto; acepto que me lleve a casa. En el trayecto, hablamos y disfrutamos de la música.
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Editado: 27.02.2019