Tabitha
Sé que no tendría que haberlo seguido, pero era estúpido de mi parte negarme a él. Simplemente no podía.
Tenía entrelazadas nuestras manos mientras me guiaba a una cueva sobre la playa. Había una fogata encendida y una manta cerca de ella para sentarnos.
Crucé mis piernas y él hizo lo mismo junto a mí. No despegamos nuestras manos en ningún momento. El fuego nos hipnotizó y nos mantuvo en silencio unos minutos.
—Me encanta estar aquí contigo —pronunció de repente.
Lo miré. Sus ojos negros se iluminaban por las llamas y su cabello rubio se tornaba más claro ante la luminosidad de la fogata.
—A mí también.
Me sonrió y besó mi mano con cariño.
—¿Por qué estamos aquí? —pregunté después de otro lapso de tiempo sin decir palabra alguna.
Kyle se encogió de hombros y esbozó una sonrisita tímida.
—Quería tenerte para mí, aunque sea un rato.
Ladeé la cabeza, consciente de que ésto no hacía más que complicar las cosas entre nosotros.
—Sabes que no...
—Ya sé —me cortó—. Sólo... pasemos el rato, ¿Sí? Después volvemos a ser amigos... —susurró, acercándose a mí.
Rodeó mis hombros con su brazo y me atrajo a él. Apoyé la cabeza sobre su hombro y lo miré.
—¿Después? ¿Y ahora qué somos?
No respondió pero tampoco se quedó inmóvil. Acercó más su rostro hacia mí, lo suficiente para que sus labios se unieran a los míos. La corriente eléctrica que fluye siempre entre nosotros no tardó en hacerse presente y el calor que emanaba el fuego se trasladó hasta nuestros cuerpos, buscando fundirse uno con el otro.
—Tabby, yo...
Seguíamos besándonos, pero no quería que dejara de hablar.
—Yo...
Sus labios empezaron a ser intangibles y ya no lograba sentir su tacto. Abrí los ojos y la escena no se había modificado: seguían sobre los míos, moviéndose al compás de ellos, pero era como si estuviese besando al aire.
—Tabitha, quiero decirte que...
Las seis y media. Esos números grandes y rojos aparecieron frente a mí cuando abrí los ojos, en la realidad. Froté mi cara con las manos y me levanté para ir a bañarme.
El examen había resultado mejor de lo que esperaba. Alex era un profesor increíble, me había tenido toda la paciencia del mundo y me explicó con ejemplos básicos los conceptos más complicados. Estaba emocionada por decirle lo bien que me había ido.
Iba a sacar mi móvil del bolsillo de mi chaqueta y detuve la acción cuando lo vi sentado en el capó de su auto. Sonreí hacia su dirección y me encaminé hasta tenerlo enfrente.
Abrió sus brazos para recibirme y yo me fundí con él en un abrazo.
—¿Y?
Lo miré y le obsequié la sonrisa más feliz que pudo salirme en ese momento.
—Tengo al mejor profesor, ¿Qué crees?
Alex soltó una carcajada y deshizo el abrazo. Me abrió la puerta del copiloto y esperé a que rodeara el auto para que él también entrara.
—Sabía que te iría bien. Soy maravilloso.
Le pegué un puñetazo suave en el brazo y el pelirrojo encendió el motor para abrirse camino rumbo a mi casa.
—¿Qué tal el ciclo de vida de las bacterias?
—Fisión binaria, autoduplicación del ADN, maduración, división, colonia, crecimiento exponencial, fase de declinación, muerte —recité.
—Soy maravilloso —repitió con una sonrisa presumida.
—¿Mi inteligencia no cuenta en nada? —pregunté "ofendida".
—Claro que sí, pero admite que fui yo quien te facilitó el estudio.
—Nunca dije que no.
Alexis volvió a sonreír, esta vez mirándome, y encendió la radio para que la música nos envolviera.
Llegamos a mi casa al ritmo de I'm yours de Jason Mraz y me pregunté por qué el ojiverde no se comportaba así con todos.
Siempre se mostraba tan distante, tan cerrado a socializar. Era un poco más extrovertido con Thommy, Jane, Kyle y los hermanos de éste, pero estaba segura que no cantaba delante de ellos como cantaba conmigo. Y no lo hacía nada mal.
《¿Qué otra cosa no hace nada mal?》
—Voy a decirle a Jane que organice otra pijamada para todos y vas a venir a hacer karaoke conmigo —amenacé divertida.
Él negó con la cabeza.
—Sólo uno de los dos tiene que obedecer al otro por un favor académico. Y no soy yo.
Maldita sea.
—Todavía me debes una apuesta—le recordé.
—Cierto. Podría haber cumplido con lo anterior si me lo hubieras dicho como pago por ella, pero tendrás que conformarte con una cena.
Me maldije en mi interior. Tendría que haber esperado a que se me ocurriese algo mejor que una cena. Era lo mismo que en las discusiones, ¿Por qué se nos ocurrían las mejores cosas cuando ya había pasado todo?
—En la cena habrá karaoke.
—No vas a dejarlo estar, ¿No? —resopló con un suspiro como risa.
—Cantas muy lindo. No voy a desaprovechar oportunidad de oírte —confesé.
Alex me miró y ladeó la cabeza. Mi respiración comenzó a agitarse cuando se acercó a mi rostro con una lentitud desesperante.
Se detuvo a centímetros de mi boca. Levantó la mirada buscando mis ojos.
—Tu madre está esperándote.
Y regresó a su lugar, dejándome con la respiración entrecortada y los labios entreabiertos. Sonrió autosuficiente y desbloqueó el asiento de copiloto.
—Estamos hablando —atiné a decir cuando salí.
—Claro —me guiñó un ojo—. Felicidades. Por el examen.
—Gracias por enseñarme —contesté.
Alex me sonrió por última vez y se marchó. Me di media vuelta y, efectivamente, mi madre estaba esperándome en la puerta. Me acerqué a ella y la saludé con un abrazo.
—¿No tienes nada para contarme? —preguntó con curiosidad mientras dejábamos nuestros bolsos sobre la mesa.
La miré encogiéndome de hombros.
—Nada relevante si es lo que te interesa.
Entornó los ojos, escrutiñándome.
—¿Ese muchacho no es relevante?
—No, es pelirrojo —me reí.
Mamá me tiró un repasador en la cara y luego puso los brazos en jarra.