—¿Sabes? Aquel día pensé que ya no querías enrollarte conmigo —soltó Miguel de golpe.
En ese momento se encontraban caminando hacia el local donde se encontrarían con Marianne Foster.
—¿Cómo? —Simon no lo entendió. Su mente sólo estaba enfocada en cerrar el caso.
—Aquel día en la discoteca. Pensé que te habías ido porque pensaste que era mejor así, que no pasara nada. Para no estropear el buen rollo que teníamos. Y me pareció correcto. Claro que, lo que no imaginaba es que cuando nos viéramos días después, ese buen rollo ya no existiría…
—No creo que sea el momento, Miguel…
—Pues yo creo lo contrario, no sé cuándo encontraré el momento, así que…
—Oye chicos —oyeron la voz de Lucas tras el pinganillo que llevaban en la oreja—, recordad que os oigo ¿eh? ¿Os queda mucho?
—No, ya estamos llegando —le respondió Simon.
Llegaron al portal. Simon echó un vistazo tras los cristales de la puerta.
—Vaya, la pared está arreglada y vuelve a ver puerta —dijo.
La puerta de entrada estaba cerrada, pero en la breve conversación que Miguel había tenido con la hija de Marianne, le indicó donde encontraría una copia de la llave del portal.
En un hueco entre el alfeizar del balcón del primer piso y la pared. Estaba muy alto para que llegase una persona, pero podían conseguirlo si Simon se subía a los hombros de Miguel.
—Ya sabes lo que toca —le dijo él con una sonrisita.
—Pues venga, rápido —suspiró ella.
Él se agachó y ella se sentó sobre sus hombros. Otra vez sintió ese calambre por todo el cuerpo. Quiso que pasara rápido, por lo que en cuanto la alzó, tanteó con prisas en encontrar el hueco.
—No des tantos golpes a la pared —le susurró él—, vas a llamar la atención…
—Sólo… quiero… encontrarlo… —dijo ella entre dientes.
Al fin. Un trozo del ladrillo se movió, y Simon pudo sacar las llaves de dentro.
—Ya, bájame —le apresuró.
La bajó, y Simon le dio las llaves a él mientras ella recuperaba el aliento.
—Vaya, aquí hay más de una llave —se quejó Miguel mientras probaba una.
Simon se lo quedó mirando y no pudo evitar sonreír mientras lo veía pelear con las llaves.
—Parezco el sereno… —susurró él en broma.
—Va, que se nos escapará.
—Lo intento, lo intento…
Por fin pudo abrir.
Sacaron sus armas y se colocaron frente a la puerta. Estaba cerrada.
—Como tengas que probar una a una estamos listos…
—Primero quizás nos aseguramos que no hayan bombas… —dijo él.
Simon acercó la oreja a la puerta.
—No oigo nada. Pero tú te fiabas de la hija ¿no?
—Sí, sí, era para entretenerte mientras miro las llaves, antes con la mirada fija me ponías nervioso… Esta se parece más a la cerradura de un piso…
—¿Por qué no podía simplemente dejar dos llaves?
—Yo qué sé, hablaba con prisas… —contestó colocando la llave en la cerradura—. Mira, he abierto a la primera… —dijo con una sonrisa de oreja oreja.
—Ya… —le contestó Simon pensando que era un presumido.
Miguel abrió la puerta de golpe, y con las armas en la mano, entraron.
No había nadie. Y el local seguía igual de vacío.
—Cómo no —suspiró Simon— ¿Por qué iba a estar aquí?
—Pues, estar no está, pero parece que si estaba…
Miguel señaló un agujero en el suelo al otro lado de la habitación.
—No es que la otra vez tuviéramos mucho tiempo de inspeccionar el lugar, pero no recuerdo haber visto ese hueco ahí… —comentó Miguel.
Simon se acercó.
—Parece que ha estado aquí para recoger algo… Espera…
Simon inclinó la cabeza tratando de agudizar el oído.
—Escucho un ruido.
—¿No será otra vez un: pi pi pi …?
—No, suena como un chirrido…
Simon se acercó a la única ventana que había. No tenía barrotes y daba a un patio interior. Sacó la cabeza y miró hacia arriba.
—La madre que me…
—¿Qué pasa? —preguntó Miguel acercándose a la ventana.
Cuando sacó la cabeza, vio a una mujer mayor subida a una polea que iba en dirección al techo.
—¿En serio? —se sorprendió.
—En serio… —dijo ella—. ¿Hay terrado en este edificio?
—No lo sé, pero nos toca subir y comprobarlo.
Salieron al relleno y corrieron escaleras arriba. Éstas eran estrechas y altas, así que para cuando llegaron arriba ya casi les faltaba el aliento.
Sí que encontraron una puerta que comunicaba con el tejado.
Abrieron, tras ella estaba Marianne apuntándoles con una pistola.
Por su aspecto nadie diría que era una delincuente. Llevaba un vestido, pero no era algo muy moderno. Parecía una mujer mayor salida de un pueblo muy pequeño de mente ultra conservadora.
—¿Ya no tiene edad para subir escaleras? —le preguntó Simon recuperando el aliento.
—Muy graciosa para tener un arma apuntándote… Dejad vuestras armas en el suelo —les ordenó, y a la vez soltó la maleta que llevaba en la otra mano.
Simon y Miguel se miraron, y bajaron las armas.
—Ahora levantad los brazos.
Obedecieron.
—¿Cómo pensaba escapar? ¿Saltando de techo en techo? —preguntó Miguel.
—No esperaba a nadie… ¿quién se ha ido de la lengua? … Déjame adivinar, mi hija.
—¿Qué más da? —dijo Simon—. No puede escapar eternamente.
—Sí puedo. Acercar vuestras armas hacia mí de una patada.
Volvieron a obedecer.
—¿Era Harry Foster su compinche? —le gritó Miguel.
La mujer sonrió y se acercó.
—Supongo que puedo deciros la verdad antes de mataros… —dijo—. Harry era mi primo. Él no sabía que yo era al que llamaban el asesino de la casa de muñecas. Y yo no sabía que él había fundado una agencia para el gobierno.
“Al principio, él no sólo era el fundador, también trabajaba como agente de campo. Estuvo a punto de pillarme, así fue como lo supimos. Yo me escapé y estuve con mis negocios fuera…