Laura
Después de pasar todo el día calle arriba calle abajo, visitando comercios, hosterías y oficinas en busca de un trabajo, paré en la tienda de comestibles de Sofía para comprar la cena.
Un par de bandejas de comidas, de esas ya preparadas que solo necesitan siete minutos en el microondas, y una lata de carne sabrosa para Pulgas.
— ¿Quieres bolsa? — Me preguntó Sofía mientras escaneaba los productos y miré al chico nuevo que me estaba sustituyendo.
— Veo que ya has encontrado un reemplazo para mí. — Le dije a Sofía y asentí a su pregunta. Sofía me dio una bolsa y comentó por lo bajo.
— Ha entrado hoy de prueba. Es ese chico… — Sofía empujó su cabeza en dirección al escaparate y miré hacia allí, aparte de la calle y sus normales transeúntes, solo vi el bloque de pisos donde vivía ahora.
— Onofre. — Dije sorprendida a mi ex jefa y Sofía asintió.
— Me ha insistido tanto que no he podido decirle que no, aunque no tenga experiencia en el sector. — Sonrió frente a su enorme bondad y me sentí rencorosa por haber sido presa de su intolerancia y echada como si nada.
— Voy a coger algo más. — Avisé a Sofía y caminé hasta la sección de bebidas, allí me hice con un paquete de seis latas de cerveza y antes de regresar me detuve mirando al nuevo empleado. Se mantenía casi de espaldas a mí, con la espalda encorvada e incliné la cabeza para intentar verle la cara. No, era imposible. ¿Por qué Onofre abandonaría su sueño de ser pintor para trabajar en una tienda de comestibles?
Llegué hasta Sofía y le di las cervezas.
— Con esto son doce con cuarenta y uno. — Me informó Sofía guardado por mí las cervezas en la bolsa y añadiendo todo lo demás.
— Pagaré con tarjeta. — La saqué de un bolsillo y esperé, dedicando otra mirada al nuevo reponedor. Aparte del uniforme de la tienda, llevaba una gorra en la cabeza y seguía estratégicamente de espaldas a mí mientras limpiaba las estanterías de la pasta.
Pagué mi deuda y salí de la tienda para recorrer el corto camino a casa, donde al entrar Pulgas me recibió ladrando y moviendo la cola, siendo constantemente un obstáculo cuando quise llegar a la cocina.
— ¿Estás solo? — Le pregunté una vez me libré de la bolsa y me incliné para acariciar su cabeza. Pulgas ladró y sonreí. — ¿Me has echado de menos?
Había algo gratificante en regresar a casa y que ese pequeño cachorro te saludara como si verte fuera lo que había estado esperando todo el día.
Luego de darle sus merecidas caricias, fui hasta el salón y al encender la luz descubrí que todos los lienzos de Onofre estaban ordenados y empacados en pilas. El caballete estaba cerrado contra la pared y habían desaparecido todos los botes de pinturas, así como los pinceles. ¿Se habría vuelto loco de repente?
Comí sin más compañía que la de Pulgas, quien aparte de comerse su comida pidió la mía y acabó comiendo él más que yo.
— Si luego te duele la barriga no será mi culpa. — Lo reprendí, tirando la basura en el contenedor frente a casa y quitándome toda responsabilidad de su salud. Lejos de sentirse mal por ser un glotón, Pulgas se alejó corriendo hasta Onofre que cargaba con una enorme bolsa de basura, efectivamente, vestía el uniforme de la tienda de Sofía. Luego de saludar a Pulgas, Onofre me miró con la misma cara de perro sin hogar con la que el cachorro solía mirar.
Sentados en un banco del parque miramos a Pulgas correr de un lado a otro, sin atrevernos a ser el primero en hablar.
Debía de sentirse muy avergonzado por haber renunciado a su sueño solo veinticuatro horas después de asegurarme que no lo haría. Pensé que si él podía hacer eso empujado por la presión económica, ¿qué me impedía a mí aceptar la oferta de trabajo de Jonathan? ¿El orgullo? ¿Iba a caso el orgullo a darme de comer?
— Creo que voy a aceptar el trabajo de Jonathan. — Hablé por fin y miré a Onofre al tiempo que él me miró a mí. — En cuanto me pague, te daré una parte para cubrir el alquiler y los recibos. Es lo mínimo que puedo hacer mientras esté en casa. — Onofre asintió estando de acuerdo y le sonreí. — No deberías renunciar a tu sueño.
— ¿Umm… ? — No me comprendió y señalé el balcón de casa.
— Has recogido todo porqué vas a dejar de pintar y a trabajar de verdad, ¿no? — Hablé y terminé por señalar su ropa.
— La galería donde exponía mis obras ha cerrado. El fin de semana pasado tenía que haber retirado mis cuadros, pero no lo hice por falta de espacio y el dueño de la galería me los traerá mañana. Solo he hecho sitio. — Explicó y me sentí ridícula. Realmente había creído que renunciaba a todo.
— ¿Y el trabajo en la tienda de Sofía?
— Necesito ganar dinero de forma más regular. — Aclaró y cuando se levantó me quedé con cara de idiota, al menos hasta que lo escuché darse ánimos con vigor. — Me convertiré en la clase de hombre que una mujer quiere para su mejor amiga.
— ¿Qué? — Pregunté al no entenderlo y me miró.
— Nada. — Le quitó importancia y se marchó hacia la tienda. Suspiré. ¿Por qué cuándo parecía que lo entendía, dejaba de hacerlo?
Pulgas corrió detrás de Onofre y me levanté.
— ¡Pulgas! — Lo llamé y Onofre se detuvo, se inclinó hacia el cachorro y me señaló.
— Ve con mamá. — Lo alentó y Pulgas corrió obediente hasta mí. ¡¿Mamá?!
Me quedé en blanco, viendo a Onofre recuperar la postura e ir a incorporarse a su trabajo. Era como si de pronto tuviera un objetivo que cumplir aparte de ser un artista conocido.
— Mamá, papá y Pulgas. Parecéis una comedia romántica. Pero no voy a negar que suena agradable. — Comentó Cinthia con diversión, mientras esperábamos nuestro café mañanero en un bar. — ¿Te gusta él?
Editado: 24.02.2022