— cuando me hablaste —
Otra vez llegué tarde al instituto y no me dejaron entrar, puede que repruebe la asignatura de literatura y lengua castellana.
— Joder que asco.
Mi madre me iba a regañar, porque le llegaría también una sanción ya que le contesté mal al profesor.
Puede que no me haya despertado muy bien hoy. Comenzando por los gritos de mis padres y acabando por mi discusión con mis hermanos. Y luego teniendo una segunda discusión con Lydia, mi mejor amiga.
Me dirijo a la cafetería cuando veo la clase de mi hermano menor, cuando él se gira para verme, le saco el dedo, él frunce su ceño y saca su lengua. Cuando llego cojo un zumo de piña, mí favorito.
Acabo el zumo y tiro el cartón en la papelera y voy hasta el patio, una vez allí me siento en el suelo que tiene forma de rampa para abajo, y me quedo observando a los chicos de el otro bachillerato haciendo educación física.
Estaba tan concentrada en verles que me asusté un poco al ver a un chico al lado mío.
— Se me hace gracioso ver como les regaña el profesor —dice el chico.
Pelo negro ¿azabache? ojos verdes azulados, blanco de piel y con una leve capa de pecas por lo que se puede observar de su perfil. Tenía un perfil bonito, igual que su nariz.
Se gira hacia mí en un movimiento brusco.
— Tú debes ser Janneth Lennon ¿no? —me dice.
— Sí. Tú eres Joey Hannon. Vas conmigo a clase —le contesto y vuelvo a mirar hacía delante.
El chico era tierno. Pero no debería gustarme nadie, lo pasé muy mal en sus tiempos, necesito concentrarme en mí misma y en nadie más.
— Ya se de que te conozco ¡Vas a mi clase!
Vale, este tipo tiene un problema en el cerebro.
— ¡Sí! —le digo igual de "emocionada" que él.
— ¡Que guay!
Dios sálvame de esto.
No digo nada, solo me levanto, me cuelgo la mochila en el hombro y me voy al único lugar que me hace feliz.
Una vez dentro de las instalaciones del instituto, subo las escaleras para llegar a ese lugar.
La biblioteca me saluda, su aroma me abraza, las estanterías me sonríen y los libros gritan mi nombre eufóricos para que los elija.
Mi lugar feliz. El mejor lugar del mundo.
Cuelgo la mochila en el respaldar de una silla enfrente del gran ventanal que da al bosque detrás del instituto.
Me siento y lo observo. El bosque esta bañado en niebla y las gotas de lluvia finas le acarician.
Genial se a puesto a llover y no tengo paraguas. ¿Puede ir a mejor el día?
Vuelvo otra vez la vista a ese oscuro bosque.
— Diosito hazme el favor y apiádate de esta pobre alma solitaria y haz que un tipo, de cualquier lugar del mundo, cree una máquina para sacar a los personajes de los libros. En nombre de todas las lectoras te estaríamos muy agradecidas, o eso creo. El caso, que necesitamos esa máquina y queremos que la hagas. Gracias, gracias, gracias y amén.
Me levanto de la silla para ir a la estantería, miro los libros. Y una extraña sensación de que me observan me invade. Así que me giro y pego un salto del susto al ver a ese ser tan idiota delante mío.
— ¿Qué haces aquí? —le pregunto.
— Es la biblioteca del instituto, no creo que sea un sitio prohibido o secreto para que preguntes eso —me dice y se sienta en mi sitio.
— Genial, otra escoria con la que debo soportar en esta vida.
— Te he escuchado —me dice y se cruza de brazos indignado.
— ¿Porque crees que lo he hecho?
Vi como hinchaba una mejilla y mira hacia todos lado en busca de algo.
— ¿Se puede beber aquí? —me pregunta mientras abre la mochila y saca una botella.
— Supongo, no hay carteles que lo prohíban y tamp-
— Calla, hablas mucho —me dice.
¿Y a este que le pasa?
— Pero si me has preguntado tú, solo te estoy respondiendo —dije enfadada.
— También recuerdo haberte dicho que te calles y no me has hecho caso —contraataca mientras abre la botella y se levanta para coger un baso de la máquina expendedora de agua.
Creo que no se llama así la máquina.
¿Que más da conci?
Vuelve a su sitio y vierte el líquido en el vaso. Tenía pinta de... hay no que asco.
— ¿Eso es alcohol? —pregunto con una mueca de asco.
— Sip, es Pisco, un tipo de alcohol —me dice.
Como si yo no supiera lo que es el Pisco.
— Tira eso, es asqueroso. El alcohol daña tu sistema, daña los riñones. Como sigas a este paso a los treinta te quedas sin riñones. Que asco —le digo y voy hacía él con el propósito de quitarle el vaso.
Parece que me leyó la mente o mi intención era muy obvia, ya que me dió un manotazo y se apartó para beber el líquido de un tirón.
Luego se levanta y se aleja de mí, se echa más en el vaso de plástico que tiene en las manos.
— ¿De donde has sacado eso? —le pregunto mirando en su mochila. Sólo habían tres libros, una libreta, un archivador y el estuche.
— Allí —señala al lado mío dónde esta la botella de agua con el acholo dentro— ese líquido que no es agua, es Pisco.
Cojo la botella, me encamino a la basura y la tiro.
— Asunto arreglado.
— Yo creo que no.
Va a la basura y coje la botella, seguidamente le pega un trago a boca.
¿Porque existe el alcohol? ¿Alguien me lo explica? Porque no lo entiendo.
Me cae mal este chico. Qué necesidad hay de... ¡de beber!
— Te gusta leer por lo que veo —dice y se levanta.
— Si me-
— Léete este libro, a mí me gustó, puede que a tí también.
— Sabes que a lo mejor lo que a tí te gust-
— Mm... Este libro léelo también. ¿A qué esperas? ¡Tómalos!
Me está poniendo de mala leche. ¿Se cree que puede interrumpirme cuando él quiera? Pues no le daré ese gusto.
Cojo los libros que me dado y leo las sinopsis malhumorada. El primer libro era La Reina Roja de Victoria Aveyard y el segundo era Seis de cuervos de Leigh Bardugo.
— He escuchado sobre estas escritoras. Dicen que escriben bastante bien y sus libros son bastante buenos. Pero nunca llegué a leer nada de ellas —comento.