Su mirada me atraviesa con un odio tan profundo como el que intuía que sentía por mí. Es descorazonador ver cómo los ojos que antes eran mi hogar, ahora parecen ser mi infierno personal. Un lugar inhóspito, vacío, frío.
—Kala... —Tengo la mandíbula tan tensa que siento un dolor punzante, pero no quiero perder el control, no debo. Es más, ni siquiera debería estar montando esta escena. Tendría que darme igual lo que hiciera. Lo correcto sería alegrarme por ver que se está adaptando a la ciudad, pero no puedo dejar de pensar en que algo malo pueda pasarle.
Podría malinterpretarse como un pensamiento arcaico, puede que lo sea, pero, por desgracia, no deja de ser una realidad. Ser mujer implica estar expuesta a riesgos casi invisibles para los hombres.
Veo sus músculos tensarse cuando su nombre cae de mis labios. Sé que está enfadada y, posiblemente, con toda la razón del mundo. Mantenerme sentado en la butaca de la barra con Julia no es una opción. Dejó de serlo cuando me percaté de su presencia en el local.
Sus mejillas rosadas adquieren un color rojizo. La gente sigue bailando y bebiendo a nuestro alrededor mientras nosotros nos sumergimos en una batalla de miradas interminable que solo puede acabar con un ganador.
—Acompáñame a casa —susurro casi suplicante. No puedo simplemente dejarla aquí a su suerte, aunque haya sido lo que he hecho esta última semana. Quería darle su espacio, o como dice Thony, huir de ella, de su presencia, su olor, de los recuerdos que me arrasan cada vez que la veo.
De pronto, el odio desaparece de sus iris. La música se silencia junto a las carcajadas y conversaciones insustanciales. La marea de cuerpos sudorosos se detiene y el mundo se para. Solo somos ella y yo en mitad de un lugar abarrotado de gente.
Escucho mi corazón latir frenético, como la primera vez que la vi. Observo sus manos temblorosas jugueteando nerviosas con el collar que lleva puesto, las pequeñas gotas de sudor que hacen que su escote resplandezca bajo la tenue luz del local y el atisbo de sonrisa que tira del extremo de esos labios que tanto he echado de menos.
Estoy tan centrado en ella que paso por alto el reflejo dorado que vislumbro por el rabillo del ojo.
—¿Va todo bien? —Una mano pequeña y cálida se posa en mi hombro. Casi por acto reflejo la cubro con mía mientras asiento. En realidad no sé qué está pasando, bueno, sí, Kala es lo que está pasando. Su sola presencia es suficiente para revolver el mundo y establecer un nuevo orden de las cosas.
La voz de Juls es suficiente para ganarse toda la atención de la morena. Sus ojos relampaguean entre la rubia y yo, confundidos, hasta que se quedan posados en nuestras manos unidas. Veo las pequeñas arrugas de su frente acentuarse más con cada segundo que pasa con la mirada fija ahí, justo donde mi piel y la suya se tocan.
Se aleja unos pasos, negando con la cabeza mientras una sonrisa incrédula se dibuja en sus labios.
—No pienso irme contigo. Me lo estoy pasando bien, Dylan. Yo no me meto en tu vida y tú no te metes en la mía —recuerda enredándose un poco con las palabras. El alcohol está comenzando a tener sus efectos en ella—. Ese era el trato, ¿no?
Sí, joder, ese era el trato. El puto trato que yo mismo establecí. Los límites de mierda que quise dibujar entre nosotros para evitar este tipo de situaciones. Pero, ¿por qué me cuesta tanto cumplirlos? No quiero meterme en su vida. Juro que es lo último que quería, pero después de ver cómo el castaño de ojos marrones lleva toda la noche comiéndosela con la mirada desde la barra, no he podido evitar que me saliera la vena protectora. Al fin y al cabo, es mi hermanastra.
Asiento a regañadientes.
—Perfecto, pues nos vemos en casa.
—¿En casa? —preguntan sorprendidas Julia y Anya al unísono. Me había olvidado de la presencia de las dos.
Kala asiente hacia la morena con puntas azules.
—Él es mi... Hermanastro —escucho que le explica mientras se alejan de nosotros.
Una mirada llena de rencor me atraviesa y esta vez no es Kala la dueña de tal sentimiento.
Ruedo los ojos. Vale, puede ser que en su momento me comportara como un capullo con ella, pero eso fue hace años. Anya y yo tuvimos nuestros encuentros casuales cuando llegué a la ciudad y digamos que no terminó demasiado bien. Aunque no puede decir que fuera porque yo no se lo advertí. Siempre fui claro con lo que buscaba y lo que estaba dispuesto a dar. Siempre.
—Déjala que disfrute un poco, no está haciendo nada malo. Es más, deberías haberla invitado tú —susurra Julia afianzando nuestro agarre—. Es tu hermana, no tu propiedad. No tienes que cuidarla ni protegerla, ella solita se vale para ello.
—No es mi hermana —clarifico mirándola por primera vez desde que apareció a mi lado.
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Editado: 31.08.2023