Aquella mujer destrozada mientras corría sin rumbo alguno sintió como si le arrebataran el corazón y luego lo pisotearan a su antojo. Aquel que amó con locura, la engañó, la engañó con quien ella más confiaba, con la que consideraba la hermana que no tuvo nunca.
La ira y el rencor corrían por sus venas como si de sangre se tratase, aún no procesaba todo lo que había pasado; en el hogar que junto a él planearon tener unos hermosos hijos, el cometió una infidelidad junto con su "mejor amiga" y todavía sus palabras seguían frescas:
"Entiéndelo, yo no te amo, la amo a ella, te engañé todo este tiempo para poder estar a su lado; todo fue una mentira y fuiste tan ingenua como para no darte cuenta antes, aunque te lo hayan advertido" ahí, al frente de las personas en las que más confió se rompió y lloró enviando su orgullo y dignidad al retrete.
Las palabras se repetían como disco rayado en su mente y no dejaban de torturarla; corrió lejos de él, de ella y de todos, buscando una paz que no muy fácil encontraría. Las lágrimas acumuladas en sus ojos verdes comenzaron a descender con fluidez por sus mejillas y la curva de su cuello. Nunca le había gustado llorar, se sentía vulnerable y débil, pero simplemente cuando toda esa carga sobre sus hombros pesaba mucho, explotaba.
En el pasado, nunca se hubiera imaginado a ella llorando por un hombre, siempre se lo repetía ella misma: "No llores por un hombre", pero ahí estaba, corriendo para alejarse de ellos y llorando. Tan distraída como para tropezar y caer colina abajo, dejando un fuerte dolor en su cuerpo; su cabello rubio esparcido por la tierra y su vestido sucio a causa de la tierra.
Veía borroso y su mundo daba vueltas, intentó levantarse pero volvió a caer de espaldas y cerró sus ojos para así aliviar el dolor en su cabeza y poder estabilizar su mundo. A la lejanía escuchaba una suave, gruesa y profunda voz, se acercaba con rapidez en su rescate pero no hacía el intento de moverse del suelo.
Un hombre a lo lejos había presenciado la caída de la joven rubia desde lo alto de la colina, y no dudo ni un segundo en ir en su rescate. Corrió hasta la mujer en el suelo e intentó despertarla, pero cayó en la inconsciencia.
El pelinegro esperó hasta que la encantadora mujer (a su dictamen) despertara de su ensueño, y cuando sintió se agitaba a su lado, lanzó su mirada a la rubia para así confirmar que había despertado.
—¿Se encuentra bien, señorita? —inquirió ayudándola a incorporarse.
—¿Dónde estoy?
—Véalo por usted misma —respondió el varón con una expresión mientras señalaba al frente.
Ella curiosa giró su cabeza al frente para encontrarse con lo más bello presenciado por sus ojos. En su visión estaba un campo atestado de flores, tulipanes amarillos se ampliaban a lo largo de todo la zona, y bajo esos hermosos ojos se vislumbro felicidad.
—Oh señor, es tan... ¡divino! —expresó con admiración.
No era una amante de las flores, más bien las aborrecía pero especialmente los tulipanes amarillos eran sus preferidos, estos les transferían serenidad y conformismo en los días más sombríos.
Retornó su vista al individuo frente a ella y le pensó muy atrayente, tenía unos ojos negros tan hipnotizantes que te perdías en ellos y ese gesto de patán que mataría a cualquier muchacha. Justamente ahora no pretendía dejar de verlo y él a ella tampoco, ambos gozaron una especie de conexión entre sí, que los hacía concebir satisfactorio y reconfortantes.
Desvío su mirada minutos después avergonzada y con un ligero sonrojo en sus mejillas, provocando que la sonrisa del personaje se extendiera más, tanto así que ya sus cachetes le dolían.
La socorrió a levantarse y al reafirmar que ya no se bamboleaba la soltó y agitó su cabello negro azabache en signo de incomodidad. La dorada limpió su vestido e intentó amoldar sus rizos sin ningún éxito.
—¿Necesita que solicite a una asistencia, señorita? ¿Segura que está bien? La caída fue algo fuerte, permítame invitarla a mi estancia, queda a unos metros de aquí —habló el pelinegro rápido inspeccionando con la mirada a la mujer frente a él.
—Estoy bien, simplemente con un ligero dolor de cabeza. Gratitudes —sonrió en cifra para que se tranquilizase—. Opino que me tengo que ir, deben estar esperándome —dijo dando la vuelta para circular.
—¿Por qué una dama tan hermosa como usted está por éstos lares? —Inquirió—, no vienen muchas personas con menudeo —continuó para así alargar la estadía de la mujer.
—Deambular —respondió continuando su carretera. El individuo no sabía ya qué otra cosa decir para que se quedase un tiempo más.
—Soy James Browning, ¿y usted, señorita? —se presentó medio gritando porque ya la joven había tomado cierta ventaja.
—Tal vez en otra ocasión le diga mi nombre, señor Browning —contestó girándose con una sonrisa.
—¿Qué tal... qué tal si esa ocasión es aquí mañana a las siete de la noche? —preguntó con una sonrisa.
—Tal vez —dijo continuando su camino.
—¡Por favor! —gritó causando que ella diera la vuelta.
—Nos vemos mañana.
James sonrió orgulloso de que la rubia haya accedido a verse con él mañana y sin más se encaminó a su casa. Él era un hombre soltero que vivía a las afueras del campo de tulipanes.