Me encontraba a nada de fusionar mis labios con los suyos, pero entonces, una presencia hizo que la empujara, y me hiciera para atrás. Al poco de hacer aquel movimiento, pude ver como algo oscilante y oscuro se clavaba en los granos dorados, pero además, apenas había logrado esquivarlo. Cuando me di cuenta, se trataban de unas agujas de plata, las cuales parecían contener energía venenosa, pues la arena empezó a tornarse negruzca.
Después de haber pasado por semejante peligro, el cual me había arrebatado mi oportunidad, busqué con molestia al ser que me había importunado.
—¿Pero por qué me empujaste? —se quejó Ángela, quien estaba aún en el suelo, y claro, no la iba a ayudar de ninguna manera a levantarse, tendría que hacerlo por mérito propio.
—Alguien nos ha atacado —le mencioné, y observé las agujas que estaban muy cerca suyo, así que me di cuenta de que ese ataque no iba dirigido a mí.
—¿Qué? —dijo ella alarmada, luego observó las armas que la hicieron levantarse por cuenta propia debido al susto.
—Lo que has oído —repetí entre dientes. En mi tono se notaba la molestia, pues mi sangre hervía, después de todo, me habían arrebatado la oportunidad que tanto codiciaba—. Ahora cállate, tengo que encontrar al culpable —le ordené, y ella solamente asintió.
A lo lejos, entre uno de los montículos de arena, y alumbrado por el crepúsculo, pude divisar una sombra que me parecía familiar. Enseguida, alguien se me vino a la mente, y por lo mismo, terminé pensando que uno de mis antiguos camaradas me había traicionado. Tan profundos fueron mis pensamientos, que terminé preocupando a Ángela, quien luego me tomó del hombro para sacudirme un poco, y así, traerme de vuelta a la realidad.
—¿Estás bien “Ese”? —me preguntó. Yo sólo la miré un momento para luego dirigir mis orbes al mismo lugar de antes, pero para mi desgracia, aquella sombra se había desvanecido. No me preocupé mucho al perder a mi presa, pues ella había despejado la opacidad de mi psiquis al hablarme tan dulcemente.
—Estoy bien, y será mejor que nos movamos, tengo que hablar con alguien importante —le mencioné. Era mejor seguir adelante, después de todo, nos habían atacado indiscriminadamente frente a un descuido mío, así que era preferible hacer lo que deseaba en un lugar más hermético y vigilado.
—¿A quién se supone que vamos a ver? —me preguntó empezando a seguirme. Ante esa incognita, me detuve indiscriminadamente, y voltee a observarla con seriedad.
—¿Cómo es que estás tan tranquila aún con lo que ha pasado? —la interrogué severamente, mientras tanto, mis ojos se entre cerraban observando a mi sospechosa compañera.
—Bueno, no sé cómo explicarlo, pero me siento segura contigo —me sonrió tan sinceramente, que no pude contradecir sus palabras, solamente miré a otra parte, pero al menos había desviado su atención del tema principal.
—Eso no importa ahora, ya lo conocerás en cuanto lleguemos —le informé, y volvimos a nuestra caminata.
Recorrimos un largo trayecto hasta nuestra meta, la cual era una enorme casona que no parecía estar tan vacía como lo disimulaba. Podía apreciarse en medio de este abandonado lugar, ese edificio oscuro junto al resplandor de las ventanas ámbar. Ese sitio no aparentaba ser como las casas comunes, pues al acercarnos más, pudimos notar que sus muros se encontraban pintados de un negro ceniza con pequeños detalles de manchas blancas, que quizás disimulaban ser estrellas.
Ángela, quien se aproximó a las paredes, posó las yemas de sus dedos sobre el muro, notando así la fría textura, pero no solo eso, sino que también se discernía un aura penumbrosa que sólo se distinguía al acercarse. Debido a la enmarañada estructura, decidí que era mejor alejar a la muchacha del contacto directo con sus paredes, por lo que la tomé del hombro alejándola de los muros, y finalmente, la hice esquivar las flores marchitas que rodeaban la casona hasta llegar a la entrada inmóvil de ese siniestro lugar.
Proseguí entonces a llamar a la puerta, y para mi sorpresa, antes de siquiera tocar, un hombre entre abrió la misma. Poseía ojos del mismo tono que los míos, y sus cabellos llegaban casi hasta el suelo rosando el concreto, de no ser porque lo tenía recogido a la altura de sus hombros. Su presencia enmudeció la noche, y a nosotros mismos, con la diferencia de que fue tan sólo un leve instante.
—¿Qué desean? —sus palabras eran concretas, sin dudas, y algo oscuras.
—Muy buenas noches, Sean, ha pasado mucho tiempo —le mencioné, pues conocía bien al sujeto. Pero lamentablemente no recibí respuesta, en su lugar, pude observar como el pelinegro miraba de manera inquietante a Ángela, quien parecía estar ajena a aquella acción, además, notaba como su presencia de alguna forma lo desconcertaba, o al menos eso me hacía entender—. ¿Me estás escuchando? —me dirigí a él con más intensidad. Estaba algo iracundo, por no decir furioso, pues él estaba pasando de mí.
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Editado: 28.01.2019