Otra vez yo estaba detrás de esa mujer, y está vez lo hacía atado a la palabra amor.
Un frío espectral me recibió apenas traspasé la entrada, pero a su vez, todos los males que me atormentaban desaparecieron con el mismo soplo. Por otra parte, la ligera luz de la luna que entraba por la ventana, me hacía el favor de iluminar la penumbrosa habitación, así que no tardé en ingresar con más seguridad hasta llegar a mi objetivo.
Su rostro inmaculado, sin rastros de falsedades, me mostraba un paisaje que me llenaba de tentaciones, y sin poder evitarlo, me incliné sobre su lecho apoyando suavemente mis manos a sus costados. Tenía la clara intención de robarle algún que otro suspiro esa noche, pero ella al parecer tenía otros planes. Como si de un espectro se tratase, la vi abrir los ojos de golpe, y producto del espanto, me hizo retroceder hasta chocar contra unos cuadros que estaban sostenidos en la pared, logrando así que estos cayeran, para más tarde, provocar un gran estruendo al estallar los cristales.
—¿Syrkei? —ella pronunció mi nombre, y se sentó inmediatamente sobre la cama con una expresión alarmada. Mientras tanto, yo que tenía una mano en el pecho, suspiraba por la reciente impresión que me había hecho llevar—. ¿Estás bien?, pero más importante. ¿Qué haces aquí? —una vez retomé la compostura, volví al sitio donde se encontraba ella.
—Estoy bien. ¿Pero qué clase de despertar fue ese? Casi me matas del susto —le reproché, y luego respondí a lo demás—. Simplemente no podía dormir, así que en lo que caminaba por los pasillos, sentí tu presencia, probé la puerta, y simplemente entré —era medianamente lo que había pasado.
—¿Entonces te sentiste solo y viniste a verme? —ella sonrió con una brillantes que hizo que me faltara el aire, así que baje la vista un poco.
—No exactamente… sin embargo —cerré mis ojos, me acerqué, y me medio giré posando mi mano en la cintura para luego ofrecerle la otra—. Ya que estamos despiertos, ¿por qué no damos un paseo por el valle que está cerca?
—No me importaría —mencionó emocionada, pero en cuanto tomó mi mano, se percató de que Alouqua no estaba.
—¿Dónde está Alouqua? —inclinó su cabeza con extrañeza.
—No lo sé —claramente no me interesaba que había pasado con ella después de encontrármela, tampoco deseaba infórmale sobre lo sucedido, no lo veía necesario. Por otra parte, no dejé que volviera a mencionar el dichoso tema, porque la tomé de la muñeca, abrí la ventana y me saqué la tiara dejando así mis alas expuestas junto a mi cola—. Agárrate fuerte o caerás —le advertí.
—¡Pero! —cuando ella menos lo esperaba, yo salté por la ventana con ella a cuestas, y entonces empezamos a surcar el vasto territorio. Imaginé enseguida que sentir sus pies flotando fue suficiente como para que ella se quedara callada y se aferrara con fuerza a mis ropas—. ¡Wow! —expresó cuando vio la altura en la que estábamos, pero además, por el extenso campo de magnolias al que nos aproximábamos.
—Aquí nos quedaremos —le notifiqué ya descendiendo, y finalmente aterrizamos tocando suavemente la tierra.
—¡Este lugar es hermoso Syrkei! —inmediatamente se separó de mí sin contemplaciones, y se dirigió rápidamente hacia las ramas más cercanas al suelo para poder así apreciar la belleza de aquellas plantas.
—¡Hey! —me quejé un poco al ver como se alejaba e iba por su cuenta, pero a paso lento me acerqué a donde estaba.
—¡Me gusta mucho, gracias por traerme aquí! —se volteó a verme con esa significativa expresión que tanto me había puesto los pelos de punta últimamente, pero yo no pude hacer más que mirar hacia otro lado.
—No es para tanto —luego, me llevé una mano al pecho, apreté mi camisa con mis dedos, pero también clavando un poco así mis uñas en éstas; estaba algo inquieto.
Por un leve instante, en lo que ella seguía recorriendo cada espacio de nuestros alrededores, sentí la necesidad de pedirle algo, pero no antes de dedicarme a observar ese camisón rosado que cubría su cuerpo hasta las rodillas y, que a duras penas cubría sus hombros, sin mencionar el detalle de que hoy también se encontraba con su cabello recogido.
—Ángela, necesito que hagas algo por mí —me atreví a decir, y ella se detuvo en sus movimientos para voltearse a ver.
—¿Sí? —me observó intrigada.
—¿Podrías quitarte el listón de tu cabello? —le pregunté un tanto nervioso.
—Claro, no tengo ningún problema —ella sin indagar frente a lo dicho por mí, inmediatamente acató mi petición, y en tres parpadeos, ya la pude ver con su cabello suelo.
—Bien, ahora, quítate ahora tu gargantilla —le ordené.
—Pero mi gargantilla —se llevó las puntas de sus dedos a esa zona, y me miró con algo de preocupación—. ¿Para qué? —yo chasquee la lengua.
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Editado: 28.01.2019