—¿Jess? ¿Estás bien?—La voz preocupada de Sasha no tardó en hacerse presente al otro lado de la puerta junto con un par de golpes suaves y secos. Me encontraba paralizada ante lo que tenía en mis manos. No podía ser cierto. En mi cabeza no entraba la idea de que pudiese pasar otra vez. ¿Qué iba hacer? La primera vez logré salir del embrollo de cierta manera para nada agradable, con mucho dolor y una larga tortura, la segunda fue dolorosa, pero lo superé rápidamente. Una tercera vez no podía volver a suceder. Lo sabía, me lo había dicho muy claramente. "Ni una más" ¿Qué se suponía que iba hacer? ¿Cuándo de todas esas veces había pasado?
—¿Jess? ¡Si no me respondes voy a entrar!—Dijo nerviosa mi vieja amiga.
—Estoy bien Sasha, ahora salgo, solo necesito un momento.—Eran las once de la mañana. Todos en el edificio estaban en clase, todos salvo Sasha y yo, por ende podía quedarme un par de minutos más en el baño, sabía que nadie vendría, tenía un par de minutos más para pensar en que es lo que iba hacer.
—Bien. Tienes tres minutos, si no sales después de ese tiempo, juro que tiraré la puerta abajo. ¿Oíste?—Suspiré pesadamente a la vez que le respondía con un breve "sí", y volví a concentrarme en lo que estaba pasando.
Me miré en el espejo. No había dormido en días, se notaba en mi rostro, no había comido nada, ya que mi estomago estaba muy sensible esos días. Dejé el objeto que tenía en las manos sobre el lavamanos, luego abrí el grifo y me eché un poco de agua en la cara. Eso me hizo sentir un poco mejor. Volví a mirar mi reflejo sin poder evitar recordar el día en que me di cuenta de lo que podía estar pasando.
Flashback:
Era una tarde normal y corriente, acababa de llegar a casa después de las clases, me sentía muy cansada y solo tenía ganas de dormir, había pasado una noche terrible, por no hablar de la mañana. Casi me dejo las tripas en el baño. ¡Adiós a la cena! ¡A dios desayuno! Por culpa de eso, me moría de hambre, por lo tanto en cuanto subí a mi dormitorio a dejar mis cosas bajé rápidamente para tomar un tentempié. Fue justo en ese momento, cuando disfrutaba de un delicioso brownie de chocolate, cuando llegaron mi madre y el mocoso.
—¡Jess! ¡Jess! ¡Mira! ¡Mira! ¡Saqué una A en mi dibujo!—Exclamó el niño que corría emocionado hacia mí. Christian era un pequeño de cinco años. Era delgado, caucásico, con el cabello negro y los ojos verdes. Siempre se estaba moviendo, no podía quedarse quieto ni un segundo y tenía una extraña obsesión conmigo. Cosa rara porque yo jamás le había prestado ni un segundo de atención, incluso me negaba a cuidarlo, siempre debía venir una niñera (las contadas veces que mi madre salia de noche). No quería tener nada que ver con él.
Puse los ojos en blanco y seguí a lo mio.
–¡Jess! ¡Jess! ¡Mira! ¡Mira!-El mocoso no dejaba de canturrear enfrente de mí. Obviamente a mí me daba igual su estúpido dibujo, pero su endemoniada voz me daba dolor de cabeza, por lo tanto me levanté de la silla en la que estaba sentada y tras apartar al mocoso me dirigí a mi habitación.
—¡Jessica!—Me detuvo mi madre con un grito. Puse los ojos en blanco y la miré.
Alice, mi madre, la devota. Era tan diferente a como lo era cuando mi padre estaba vivo... Antes era una mujer hermosa, alegre, animada, llena de juventud y muy energica. Ahora era una mujer a la que los años que no tenía se le habían venido encima, sobretodo con la ropa de abuela que usaba. Ya no se arreglaba tanto y todo el tiempo andaba cerca de un crucifijo o de una biblia, no le gustaba salir, si lo hacía era con su adorado marido, o porque tenía que ir a la tienda para preparar la comida, era seria y aburrida, y se había convertido en una ama de casa ejemplar, antes, ni siquiera podía freír un huevo. Su pelo castaño siempre estaba recogido en un perfecto moño y sus ojos marrones se veían cansados. Odiaba a la mujer en la que se había convertido, pero eso a ella le daba igual. Mientras su marido fuera feliz, ella estaría encantada.
—¿Qué?—Le respondí.
–¿Cómo que qué? No trates así al pobre Chris. Él te quiere mucho. ¿Verdad cielo?—Le preguntó al niño mientras acariciaba su pelo.
—¡Sí! Yo te quiero Jess. ¿Por qué no me quieres?—Me preguntó el mocoso.
—Porque eres un mocoso sucio, pesado e insoportable. Dejad de molestarme. No me siento bien.—Me di la vuelta para continuar con mi camino cuando...
—¡Espera!—El niño gritó y me abrazo por detrás, haciendo así que tirara al suelo el plato con el brownie que llevaba.
—¡Jessica, que bruta eres! ¡Ten más cuidado!—Gritó mi madre.
-¡¿Yo?!-Exclamé. Ella siempre me culpaba de todo.—Fue este maldito niño quien me ha hecho tirar el plato.—Grité. Esas palabras hicieron que el niño llorase.