—¿Qué haces aquí?¿Cómo entraste?—De alguna manera había logrado entrar en el apartamento.—Mi padrino es el inspector de policía de Nueva York, no creo que le guste que un extraño se cuele en su casa.
—Vamos, vamos, relájate. No voy a matarte.—Se quedó un momento pensativo y luego volvió a sonreírme.—Porque no puedes morir, sino, tal vez sería yo el encargado de llevarme tu alma.—Seguía con aquella absurda locura de la muerte. Opté por no hacer caso a lo que me estaba diciendo, quizás se diera por vencido en algún momento.
—¿Cómo entraste?—Le pregunté preocupada e intrigada.
—Por la venta.—Me respondió encogiéndose de hombros.
—Imposible.—Le respondí. No podía haberse colado en mi habitación por la ventana.—Es un noveno.—El levantó las manos y dejó escapar una risa divertida.
—Vale, vale, me has pillado. No entré por la ventana, pero sería menos creíble si te dijera la verdad.
—¿Más imposible de creer que el hecho de que has trepado por la pared de un edificio de diez pisos, te has parado en el noveno y has entrado por la ventana? Créeme después de eso nada me va a sorprender.
—Bueno, usé uno de mis tantos dones, la teletransportación, un poder que tú también tienes.
—Ajá. Claro. Sí, supongo que es más creíble lo de escalar el edificio y entrar por la ventana.
—Mira, entiendo que no me creas, pero tienes que ir aceptando esto ya. Ya te dije que no tenemos mucho tiempo y tengo que enseñarte unas cuantas cosas.
—¿Tú a mí?
—Claro. Y deberías de estar contenta, no soy el maestro de cualquiera, es más, de mis hijos tú eres a la única que entrenaré personalmente. A tus hermanos los han entrenado mis hermanos. Te enseñaré como ser una enviada, como usar tus poderes, como recolectar almas. No es una tarea sencilla.
—Estoy segura, pero no me interesa.—Lo mejor era seguirle la corriente en todo momento, lo que faltaba era que le diera un ataque psicótico o algo por el estilo.
—Sí, sé que piensas que estoy loco, pero no es así, te lo puedo demostrar de varias formas, empecemos por la más sencilla. ¿Qué te dijo tu madre cuando le hablaste de mí?—¿Cómo sabía eso también? ¿Había puesto micrófonos en mi casa o qué?
—No le dije nada sobre ti.—Quería ver qué me decía, como reaccionaba.
—No me mientas. Le preguntaste por mí, ella te dijo nunca haber conocido a alguien llamado Stefan, pero estaba muy nerviosa y no te miraba a los ojos cuando te contestó. ¿Me equivoco?—Definitivamente se había colado en mi casa y había puesto micrófonos, no había otra explicación.
—Lo que haces es ilegal. Podrías tener muchos problemas, mejor vete y déjame en paz. Prometo olvidar todo esto.
—Ya veo. Sigues sin creerme. Está bien, tomaré otras medidas. ¿Dijiste que era un noveno piso verdad?—Me preguntó sonriente. Lo miré confundida y rápidamente comprendí de lo que estaba hablando. Stefan se acercó a la ventana y se sentó en el marco de esta. Iba a saltar.
—¡No! ¡Para! ¡Detente no hagas una locura!
—Vamos, cálmate, ya te dije que no me va a pasar nada. Bueno, sangraré y todo eso, pero mis heridas se cerraran antes de que llegue una ambulancia.
—No es necesario que saltes. En serio.—Él se quedó pensativo y luego me miró.
—Bueno, puede que tengas razón, a demás sería llamar mucho la atención... ¿Tienes por ahí unas tijeras?
—¡No! Deja ya esto.
—¡Oh! ¡Mira, ahí tienes una tijera!—Stefan se dirigió hacia el escritorio para tomarlas.
—¡Oye! ¡Suéltala!—Le grité, pero él no me hizo caso. Stefan me miró con una gran sonrisa, como siempre, y luego se quitó su abrigo negro.—En serio, detente.—El siguió haciendo caso omiso a mis palabras y se levantó la camiseta para luego, tras mirarme una última vez, clavarse la tijera en el estómago de un solo golpe. El objeto atravesó la piel y la carne, revolviendome el estómago.
—¡Oh por Dios!—Exclamé. Me acerqué a él rápidamente.—Tenemos que llevarte a un hospital.—Me di la vuelta para buscar mi teléfono, pero Stefan me agarró del brazo impidiéndome hacer lo que pensaba.
—Espera, no te precipites. Observa.-Mire al chico, no parecía sentir ningún tipo de dolor, su estómago estaba manchado de sangre, la cual salía de la herida en donde se había clavado la tijera.
Stefan agarró el arma y tiró de ella sacándola rápida y limpiamente. Él seguía con aquella escalofriante sonrisa suya, no se había ni movido un solo centímetro.
—¿Cómo es posible?—Tendría que estar en el suelo quejándose de dolor.
—Eso no es nada, solo espera, mira la herida. Hice lo que me pidió y me quedé viéndola por unos instantes, hasta que algo impresionante sucedido. La herida que él mismo se hizo fue cerrándose sola rápidamente, como por arte de magia, en cuestión de segundos la herida había cicatrizado por completo y ni siquiera una leve cicatriz quedó grabada en su cuerpo. Solo un poco de sangre para confirmar que lo que Stefan había hecho fue real.