El mediodía brillaba radiante sobre Canterlot, la majestuosa capital de Equestria. Por las blancas calles, multitudes de ponis caminaban alegres, rebosantes de confianza y entusiasmo. En cada casa y tienda se veía algún adorno conmemorativo que celebraba la gran festividad del día: el Festival de las Dos Hermanas. En una ocasión especial como esta, había pocas excusas para no disfrutar.
Bajo un cielo despejado, cerca de uno de los miradores de la ciudad, una potra de melena amarilla disfrutaba despreocupada de su helado, mientras un vistoso globo de papel flotaba tenuemente atado a su lado. El globo, elaborado por la potra y sus amigos como parte de un intercambio de regalos, luchaba contra el débil nudo que lo sujetaba, ansioso por liberarse.
Poco a poco, la cuerda se deshizo hasta que el nudo finalmente cedió, y la lámpara voladora escapó, ascendiendo con gracia hacia el profundo cielo azul.
"¡No, mi lámpara!" exclamó tardiamente la potra, con ojos llenos de consternación al darse cuenta de que su regalo ya estaba fuera de su alcance.
Sin embargo, su preocupación fue breve. En un destello inesperado, una pegaso de pelaje púrpura apareció desde lo alto. Con movimientos ágiles y precisos, atrapó la lámpara al vuelo y descendió con suavidad para devolvérsela a la pequeña.
"¡Sí, mi lámpara! ¡Muchas gracias, muchas gracias...!" La potra se quedó muda al reconocer la figura de la poni que le había hecho aquel gesto.
Sin esperar más agradecimientos, la amable alicornio se alzó nuevamente en el aire con un vuelo elegante, su melena ondeando apenas alrededor de su majestuoso cuerno.
Twilight Sparkle, sin portar ningún atuendo que la distinguiera como princesa ni obligaciones que interrumpieran su breve tiempo libre, ascendió hasta alcanzar una altitud desde la que podía observar toda la ciudad. Bajo sus cascos, las tiendas de comercio estaban ordenadas según lo planeado, los agentes de seguridad cumplían con sus funciones, y el estadio de carreras rebosaba de ponis ansiosos por presenciar el evento inaugural que estaba a punto de comenzar. Todo avanzaba según lo previsto, incluso mejor, ya que muchos se habían ofrecido como voluntarios para guiar a los visitantes.
"Más familias que en ocasiones anteriores... Tendré que revisar las estadísticas después", pensó, observando las largas filas en los juegos de entretenimiento.
Sin nada más que supervisar, Twilight comenzó a planear en círculos sobre la ciudad, permitiendo que su mirada vagara por lugares que conocía bien: la biblioteca, la escuela de magia, y otros tantos rincones familiares. En cada uno de ellos, veía ponis divirtiéndose o colaborando en la celebración, creando un ambiente lleno de alegría y amistad.
Twilight sonrió, dejando que una ligera nostalgia acompañara su vuelo. Sin embargo, no era una nostalgia triste; al contrario, su corazón brillaba como el sol del mediodía bajo un cielo despejado de preocupaciones. De buen humor, continuó surcando el firmamento.
Bajo ella se extendía la ciudad donde había crecido y estudiado durante tantos años. Era el lugar que, por mucho tiempo, consideró su único hogar: el lugar donde residía su familia y tantos recuerdos queridos.
Twilight detuvo su vuelo, y su mirada se dirigió más allá de los límites de Canterlot, hacia el vasto bosque que se extendía en el horizonte. Sus ojos se fijaron en el pequeño pueblo cercano, uno que conocía demasiado bien. Allí, su vida había dado un giro inesperado. Fue donde dejó atrás su antiguo yo para convertirse en una princesa alicornio. Ponyville: el hogar de las mejores amigas que una poni podía desear, las mismas que la habían impulsado hacia la posición que ahora ocupaba.
Su sonrisa se ensanchó. Pronto, aquellas grandes amigas vendrían a visitarla. Pasarían la tarde conversando y poniéndose al día con todo lo que había ocurrido durante el último año. Tal vez incluso le prepararían alguna sorpresa, como ya habían hecho en otras ocasiones.
Con la mente entretenida imaginando de qué podría tratarse esta vez, Twilight descendió en picada hacia las cataratas que caían desde la ciudad, solo para elevarse nuevamente, como un rayo de luz púrpura, hacia una de las torres del castillo. Los transeúntes en las calles, maravillados, observaron el hermoso arcoíris que dejó tras de sí la princesa en su fugaz vuelo por el cielo.
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En uno de los cuartos de limpieza cercanos a la suite real del castillo, Twilight organizaba materiales de cocina y limpieza. Había terminado de lavar unos platos conmemorativos del festival del año pasado, una tarea que normalmente recaía en los mayordomos o el personal de limpieza. Sin embargo, todos ellos estaban ausentes, ya que Twilight había dado la orden de que disfrutaran de las actividades del día festivo. Solo los guardias permanecían en servicio.
"Veamos... Estos cubiertos no están completos. Necesito cinco más, pero no son del mismo tono", murmuró mientras fruncía el ceño. Hablar consigo misma no era algo habitual en su rol como princesa, pero en aquel momento (estando ella sola ahí) se permitía ser simplemente Twilight.
"Le pedí a Spike que organizara las cajas como las demás..." añadió, algo molesta, al notar el desorden frente a ella.
Con un leve destello de su magia, levantó una de las cajas apiladas, revelando otra debajo que parecía estar en mal estado. Sobre su tapa, un texto a mano decía: "Platos, cubiertos y otros del castillo de la amistad...".
"¡Sí! ¡Perfecto, esto es justo lo que necesitaba!" exclamó emocionada. La caja, ahora flotando en el aire, se abrió mágicamente. Un juego completo de tazas, platos y cubiertos salió de su interior, levitando en un orden impecable. Twilight inspeccionó cuidadosamente cada pieza, contando y verificando su estado. Tras un momento, asintió con satisfacción.