Despertó y la cama donde su esposa se había derrumbado en llanto la noche anterior, permanecía vacía. Se había quedado dormido y no tuvo la oportunidad de acompañarla por el pasillo del hospital antes de entrar al quirófano. Se sentía triste, porque quería mostrarle su apoyo. Lo que no sabía, era que los doctores habían tratado de despertarlo, pero su esposa los paró diciéndoles que tenía el sueño muy pesado, que necesitaba descansar después de varios días de no hacerlo.
Izan corrió con uno de los médicos y preguntó la hora en que había ingresado su esposa al quirófano. Éste no sabía nada porque estaba en sus propios asuntos con sus pacientes, pero que investigaría para darle noticias. Mientras, Izan se sentó en la sala de espera del hospital.
Sin darse cuenta, tenía once llamadas perdidas de su madre y cuatro mensajes de texto de su mejor amigo William. Cuando éste se dedicó a devolver la llamada, el teléfono aviso que tenía 4% de batería. Entonces, les mandó su ubicación tanto a su madre como a su mejor amigo.
Eran las 12:00 del mediodía y el médico regreso con información de su esposa; había sido ingresada al quirófano a las 9:00 horas y sin complicaciones, hasta ahora. Izan se volvió a sentar después de pararse en cuánto vio al doctor. Estaba preocupado, pero sabía que estaba estable y en buenas manos. Ahora, sólo quedaba dejarlo en manos de los cirujanos que estaban tratándola.
14:00 horas. Sus papás llegaron al hospital y no se vieron en la necesidad de preguntar por la nuera ni su pareja, porque inmediatamente que entraron, vislumbraron hasta reconocer al festejado que cumplía 28 años aquel día. Sus brazos estaban apoyados sobre sus piernas ligeramente abiertas mientras sus manos yacían en su nuca dirigiendo su mirar al piso recién trapeado.
Su madre se acercó y abrazó a su hijo que no había notado su presencia hasta el contacto de aquel abrazo. Él prometió no llorar, pero no pudo resistirse.
16:00 horas y aun sin noticias de Nainari. Izan estaba preocupado y no dejaba de preguntar por su esposa a los doctores—fácil—cada veinte minutos. Su madre le ordenó que fuera a la cafetería a despejarse un poco y, sabiendo que éste se negaría, le soltó una mirada a su esposo para que se lo llevara por la fuerza.
—¡Vamos, hijo! —su padre le dio una palmada en el hombro.
Izan suspiró resignado. Se paró y desapareció de la sala de espera en compañía de su padre.
—Sé que es duro y que estás muy preocupado por ella, pero todo saldrá bien.
Izan no contestó ante las palabras de aliento de su padre. No lo miró. Metió sus manos en los bolsillos delanteros de sus pantalones y disminuyó con mayor frecuencia su paso hasta que su padre se detuvo; tenía algo que decir.
—Papá, siempre he sido una persona positiva—su padre asintió—. Pero es duro saber que la vida de la persona que más amas está en peligro.
Su padre suspiró.
—Las enfermedades son mentales. Sí crees que tu esposa morirá con esta cirugía, créeme, morirá. Sé que no quieres perderla, pero…
—¡Papá! —Izan interrumpió—Hay cosas que les he ocultado a ti y a mamá.
Su padre pensó lo peor. Izan volvió a suspirar. Estaba a punto de soltar todo, pero—de nuevo—temía mostrarse débil ante su padre, su héroe, su ejemplo a seguir. ¿Por qué? ¡Fácil! Los hombres no lloran, son fuertes, son valientes; porque las lágrimas son signo de debilidad y los Lisboa son lo opuesto a eso.
—La cirugía de Nainari no es por estética. No le pagué un cirujano plástico, como crees. Tampoco es una cirugía por un accidente automovilístico—hizo una pausa, miró el suelo y se armó de valor para mirar unos pequeños, pero muy penetrantes ojos cafés—. Ella… tiene Síndrome Poliquístico Ovárico. Y si, ya sé que me aprendí ese nombre tan raro porque esto no es algo que nos acaba de pasar en un mes. Llevamos casi medio año, uno muy difícil, por cierto. Uno, donde nos han diagnosticado pocas posibilidades de embarazo, pocas posibilidades de formar una familia y pocas posibilidades de que ella salga con vida en esta cirugía.
A Izan se le hizo un nudo en la garganta al formar la última frase. Sus ojos le empezaron a arder, avisando que las lágrimas no tardarían en salir, pero se aguantó. La voz le empezó a temblar, pero eso no significaba que no proseguiría. Su padre siempre había sido un hombre recto y muy estricto donde las emociones eran peligrosas. No es que no sintiera, sino que era demasiado seco por lo mismo. Y no lo reprochaba por eso. Él sabía que en el fondo lo amaba, sólo que a su manera. Tanto así, que viajaron desde Estados Unidos hasta México en cuando supieron lo de Nainari.
—No es que sea pesimista, sino que muchas veces se nos advirtió del riesgo. Las hormonas del tratamiento son cancerígenas, pero tratan los quistes. Sé que no tiene lógica. ¡Nada lo tiene! —Izan empezó a alterarse—Por más que queramos salvar a Nainari de una cosa, sale mal en otra. ¡Y si, estoy desesperado! ¡Estoy preocupado, muy preocupado por apoyar a mi esposa! ¿Por qué? ¡Porque no quiero perderla!
Al ver la rapidez y la desesperación con la que su hijo se expresaba de la situación, su padre no hizo más que abrazarlo. No dijo nada y rodeó su cuerpo con sus brazos para hacer que su cabeza se hundiera en su pecho. Izan no dejaba de hablar, sus manos temblaban y las lágrimas salieron sin cesar. Izan se sorprendió tanto que, al darse cuenta, sustituyó las palabras por pequeños sollozos mientras disfrutaba de aquel abrazo paternal.
#8955 en Joven Adulto
#36775 en Novela romántica
adopcion, romance amor drama celos secresdefamilia, matrimonio joven
Editado: 28.07.2020