“No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”.
“No, siempre supiste lo que tenías,
sólo que pensabas que jamás lo perderías”.
Una frase y una metáfora convirtiéndose en realidad.
“El primer amor nunca se olvida”
Catalogada como una mujer fuerte y sin sentimientos ante los demás… ese día demostró que tenía más amor del que pudiesen imaginar. Con tan sólo 23 años, Nainari presenció una de las pérdidas más grandes de su vida. Además de su padre, fue el primer hombre al cual amo. Y el amor no necesariamente es de pareja. El amor paternal es mucho más fuerte, porque es aquel que ve todo de ti. El que te ve caer, se queda y te levanta. Aquel que demuestra estar para ti en todo momento. Aquel que te corrige, que te motiva, que te inspira, que te da sin esperar nada a cambio, aquel… que te ama. Simplemente… un amor incondicional.
Desesperado, solo y sin apoyo, Joel tuvo que empezar de cero cuando se enteró que su esposa murió al dar a luz a su pequeña. Ambos habían acordado llamarla “Alexa” porque era un deseo de él, pero tras la noticia, prefirió llamarla como su amada; Nainari. Los padres de Joel lo dejaron de apoyar cuando se enteraron de que a sus 19 años había embarazado a su ahora esposa. Como pudo, regresó a la ciudad y empezó de cero con su nueva familia; su hija.
De un rincón en su trabajo hasta un pequeño cuarto cinco metros cuadrados, Joel decidió trabajar duro, quedarse sin vestir y comer con tal de brindarle todo a la pequeña. Conforme pasaron los años, Joel avanzó y logró hacerse de sus cosas. La pequeña había crecido y era el momento de educarla. Aunque había días en los que no había que comer, jamás se dio por vencido. En ocasiones, envidiaba a las personas de su edad; universitarios con plan de carrera, aspiraciones y una vida más estable mientras que él sobrevivía con $15.00 la hora con una jornada de más de doce horas los siete días a la semana.
La situación era difícil y aunque pensó renunciar innumerables veces, jamás lo hizo. ¿Por qué? Tenía un porqué. Ese porqué, era ella.
La pequeña creció, acudió a la escuela y las burlas sobre su vestimenta no se hicieron esperar. Un día, la pequeña se negó a ir a la escuela; su padre extrañado preguntó el porqué. Cuando Nainari expresó sus razones, él le dio una lección que posiblemente sus compañeras no tendrían.
—Tal vez no tengamos lujos, pero hay algo que tú tienes que ellas no—explicó Joel arrodillándose a su altura pasando un dedo sobre sus mejillas limpiando sus lágrimas—. Humildad y compromiso. —Nainari se quedó callada sin poder entender— El compromiso te ayuda a ser responsable y perseverante con lo que quieres. Quizá hoy no tengamos mucho, pero el día de mañana… Créeme, valdrá la pena cada uno de nuestros esfuerzos. Recuerda esto: “Los esfuerzos de hoy, son las recompensas de mañana”.
A Nainari siempre se le quedó grabada esa frase. Tanto, que en cada dificultad que atravesaban recordaba que era para que tuvieran algo mejor. Su padre fue su héroe y no se cansaba de recordarle lo agradecida que estaba con él.
Cuando cumplió quince años, decidió ayudarlo trabajando en un pequeño local de abarrotes que se encontraba a quince minutos de su casa. Poco a poco, ambos se fueron haciendo de sus cosas. Para cuando cumplió dieciocho, ambos juntaron sus ahorros de más de dos años y se hicieron de un pequeño terreno donde construyeron su propia casa. Fue un periodo largo pero lleno de emoción en cada movimiento que se hacía. Y, para cuando ingresó a la Facultad de Ingeniería, su padre emprendió su propio taller mecánico. Y fue ahí donde aquella frase de su padre cobraba sentido. Absolutamente todo el esfuerzo que su padre había puesto en ella había valido la pena.
Desafortunadamente, todo tiene un final. Nainari se había graduado de la carrera de “Ingeniería en Sistemas Computacionales”. Lamentablemente, ese hecho lo cambió todo. Mientras para muchos era un día de alegría y felicidad, para ella oscuridad y depresión.
Eran las 9:58 a.m. La ceremonia estaba a la mitad. Era momento de entregar los títulos y su padre no aparecía por ningún lado. Nerviosa, los buscaba con la mirada por todos lados. Le mando mensajes de texto e incluso varias llamadas; su respuesta era nula. Las horas pasaron, su título le fue entregado y su padre seguía sin aparecer. La familia de su novio le tomó varias fotos prometiendo enseñárselas a su papá además de animarla en qué tendría una buena razón en faltar en un evento tan importante como aquel. A pesar de ello, no prestaba mucha atención. No porque no le interesara, sino por la preocupación y la angustia que empezaba a sentir en ese momento. Una sensación desconocida la acorraló avisando que algo malo estaba sucediendo. No sabía cómo, cuándo ni porque, pero sabía que debía de regresar a buscar a su papá. Desesperada, se despidió de la familia de su novio a lo cual se ofrecieron a llevarla a su casa.
Al llegar, se encontró con el auto de la novia de su padre con ella fuera. Al verla, Liz corrió hacia ella.
—Que bueno que te veo. —vociferó Liz con voz quebrada, cosa que preocupó a Nainari al verla con los ojos rojos e hinchados. —Fui a buscarte a la escuela, le pregunté a tus amigos por ti y no supieron dónde estabas. Me tenías preocupada—la abrazó con un instinto de madre que hasta a Nainari le pareció raro.
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Editado: 28.07.2020