Ubi sunt: ¿qué fue de quiénes vivieron antes que nosotros?

El Extranjero

Cuando el grupo por fin vio la luz al final del túnel, se emocionaron, pero a la vez se preocuparon. Apagaron las linternas en lo que un grupo de nómades dirigidos por Antonio fue al frente. Ellos debían salir a cerciorarse de que no hubieran francotiradores o algo mas esperándolos al otro lado. Era riesgoso, y la tensión se expresaba al apretar sus armas mientras apuntaban hacia arriba y en sus ojos abiertos de par en par. Cuanto mas subía la vía férrea a la superficie, mas la tensión subía, y los latidos de su corazón lo manifestaban. A su izquierda habían ruinas de de no mas de dos pisos y llenos de excrementos de gaviotas. A su derecha habían unos pocos de similares características, pero eso no le preocupaba. Les preocupaban los que estaban mas allá, hacia el centro de la ciudad. Edificios mas altos y desde un francotirador podía apuntar y disparar hacia ellos tranquilamente y ponerse a cubierto antes de que pudieran responder.

Aun así, para su suerte, no había nada de eso. Ni siquiera cuando salieron del subsuelo, alguien salió a recibirlos con disparos. Inmediatamente indicaron a los demás que salieran sin problemas con un movimientos de sus manos. 

Los grupos siguieron avanzando pegados a los restos del paso superior donde antes continuaba la línea férrea, saliendo así de la vista de cualquier potencial francotirador del centro de la ciudad. Tenían vista hacia las calles que iban hacia la costa, y no tardaron en notar que el mar había entrado incluso hacia el interior de las antiguas cuadras. Incluso notaron algunos animales como osos marinos caminando entre las calles anegadas. 

Mas allá aparecieron los restos de una antigua carretera que contribuía a cubrirlos. Sus puntos de referencia eran dos edificios de departamentos blancos que sobresalían entre lo que antes había sido un barrio suburbano de principalmente casas de dos pisos. Cada cierto tiempo alguien subía a los escombros de la carretera para ver mejor los mismos y así saber cuánto debían avanzar. Llegados al momento, indicó que ya estaban listos. Todos subieron por los escombros, para ese punto a duras penas por toda la caminata prácticamente sin descanso que habían tenido. Al bajar los primeros, fueron recibidos por dos soldados montados del asentamiento. Eran afrodescendientes y usaban prácticamente el mismo uniforme de los nómades de Fruitvale. 

—¿Ustedes son los refuerzos? —dijo uno de ellos.

—Sí señor —contestó Antonio. Los otros iban bajando como pudieran.

—Son mas de los que esperábamos.

Cuando todos estuvieron abajo, les indicaron que les siguieran. Siguieron por la calle principal, atravesando varias cuadras con casas arruinadas de dos pisos, con alguna que otra restaurada y/o bien cuidada, de las que se asomaban distintas personas, tanto niños como adultos, a mirar a los recién llegados, cuya multiplicidad de uniformes y facciones era muy rara de ver en esos lugares.

Llegaron finalmente a una esquina que tenía dos características diferenciadoras. A la derecha comenzaba una cuadra que tenía unas pocas casas que estaban remodeladas y con diversas estructuras de madera que servían de puestos de vigilancia, notando que un poco mas allá se abría un parque que cubría alrededor de tres cuadras. A la izquierda había un edificio blanco de un piso con una cruz negra pintada y que cubría un buen trozo de la cuadra. Siguieron al frente, y les dijeron todos esperaran en unas casas abandonadas que estaban a su izquierda, y que las personas a cargo de la marcha debían reunirse con los jefes de la milicia local en una sala que estaba en la parroquia.

Los distintos grupos se distribuyeron en las casas y ocuparon distintas habitaciones. Las mismas parecían limpias, libres de plantas, aunque en un estado ruinoso. Algunas tenían un techo construido en forma de parche porque el original había desaparecido, usando láminas de metal. Allí se sentaron y sacaron sus cantimploras para beber agua estando muy sedientos. Otros sacaron algún alimento que tenían como ración, y mas de alguno fue a buscar alguna letrina para hacer sus necesidades. Desde la calle distintas personas que habitaban West Oakland miraban intrigados al grupo de recién llegados. Incluso algunos hacían comentarios en voz alta, no siempre positivos. Los adultos en particular les decían a sus niños que no se acercaran a ellos.

Entretanto, Mille Collines, Antonio Magón y Waris Kumire se reunieron con un grupo de oficiales de la milicia local. Había mas tensión de la esperada en el ambiente.

—Así que las hijas pródigas han vuelto —comenzó uno.

—Y trajeron a otros mas similares.

—¿Así es como reciben a sus refuerzos? —preguntó Mille —. No me extraña que Pancho esté ganando.

—¡Cierra el hocico pionero asesino! —exclamó otro.

—Nosotros solo queremos saber qué está pasando y en qué podemos ayudar. Digo, en caso contrario, para tomar nuestras cosas y largarnos.

Uno de ellos soltó un gruñido. Entonces apuntó a la mesa en la que estaban alrededor, la cual tenía un mapa de la ciudad.

—West Oakland está separado del Centro por una carretera que pasaba por una pequeña quebrada—comentaba apuntando a los lugares —. Una serie de puentes conectaban ambos lugares antes de la pandemia, pero ahora están derribados. Cuando Pancho llegó cruzando el pantano de la Alameda y tomó el centro, nos replegamos al otro lado y allí aguantamos por un buen tiempo. Sin embargo hace no mucho realizaron una ofensiva para tomar una cabeza de playa en este lado y lo lograron.

—¿Hace cuánto fue eso? —preguntó Antonio.

—Será casi una semana. Desde entonces, nuestra última línea de defensa está aquí, en la avenida en que caminaron ustedes. Todo lo que está mas allá al este, incluyendo el Parque Lowell, es tierra de nadie. 

Recién allí los recién llegados notaron los coros de gospel que venían de la ceremonia religiosa que se realizaba en otra parte del edificio.




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