Ubi sunt: ¿qué fue de quiénes vivieron antes que nosotros?

El cierre de un ciclo

Finalmente aparecieron los refuerzos pedidos al inicio, entre ellos carros para trasladar a los muertos, heridos, y gente demasiado cansada como para incluso caminar. Organizaron quienes se quedarían a vigilar en distintos edificios al este del parque Lowell y quienes regresarían. Las akashinga estaban entre los primeros, y Vengeur y el escuadrón de Janira entre los segundos. La ruta seguida sería la avenida que recorría la cara norte del parque Lowell. 

Entre los mas afectados por la batalla eran Hans y Desmond. El primero prácticamente no sentía sus extremidades, y no tenía ganas de hacer nada. Solo quería acostarse y no tener que preocuparse mas por hacer algo. El segundo había estado toda la batalla malabareando sus ataques de ansiedad con la concentración del fragor del combate, y aunque logró hacer que lo último se impusiera, ahora que la misma había concluido, todo lo que quedaban eran los nervios, los retortijones, la cefalea, los mareos y las ganas de vomitar. 

Antes de irse del edificio sus compañeros lograron calmarlos y hacer que se sintieran mejor con sus palabras, mientras que Paulo les daba golpecitos en las espaldas. Quizás lo mas inesperado fue a ver a Alexis entre ellos, quien fue y contribuyó a calmarlos. Sophie tomó las manos de Desmond y comenzó a masajearlos para poder relajarlos. Alexis hacía lo mismo pero con Hans. Este último logró progresivamente sentirse mejor, pero había algo mas. Había un sentimiento extra agregado que no reconocía. Era como si la mera presencia de ella provocaba tal sentimiento. Ahora que estaban en el carro, sus ojos no dejaban de buscarla en el otro carro de forma instintiva. Su mente no parecía estar de humor para otras cosas.

Los que usaban para llevar los cadáveres iban a la cola, escoltados por soldados montados de los Húsares Sangrientos. Los que iban a pie al frente casi arrastraban los pies y llevaban los brazos caídos, con sus armas cruzadas a la espalda gracias a unas correas que venían incluidas. Y a pesar de eso, iban sonriendo, felices, y con una sensación de orgullo y triunfo que les permitía seguir adelante. 

Cuando llegaron a la avenida que antes había sido la última línea de defensa, se encontraron con algo inesperado pero muy bonito a la vez. Varias personas de la comunidad se habían reunido en los bordes de las calles para felicitarles y darles las gracias, tanto adultos como niños. Aplaudían y gritaban alabanzas y palabras de gratitud por lo que habían hecho. Pero lo mas peculiar fue que varios llevaban ramas de árboles con ellos, todavía con sus hojas y las ponían de tal forma que formaban un túnel con ellas, pasando por encima del grupo que regresaba. La mismas personas que lo formaban gritaban palabras como "¡Hosanna!" "¡Aleluya!"

Esta último recibimiento fue tomado de distintas formas. Para el escuadrón de Janira, la mayoría de los rangers y los citadinos de Craco fue extraño y peculiar, pues nunca habían visto algo así. Pero para los habitantes de Fruitvale, West Oakland y algunos rangers fue todo lo contrario. Sonreían de lado a lado, sintiéndose verdaderamente felices por esta muestra de gratitud. Alexis miraba hacia arriba, viendo las ramas pasar. Pierre Collins estaba conteniendo las lágrimas. Antonio se acomodó en su puesto para ver mejor la procesión con su brazo inmovilizado por el balazo. Mille Collines y sus cinco zelotes, que iban a la cabeza junto con Villanelo Arlegui, se sentían particularmente bien con esto. Era  una sensación de orgullo que no habían sentido nunca. Incluso el mismo Mille hinchó el pecho en señal de esto. 

Pero las sorpresas no terminarían allí, porque cuando llegaron a su destino, a una cuadra de donde habían dormido antes, donde había un gran edificio donde atenderían a los muertos y heridos, algunos milicianos estaban esperándolos con dos niños entre ellos. Fue Paulo el primero en sorprenderse al verlos.

—Diego, María Belén, ¿qué hacen aquí? —preguntó con la voz preocupada.

—T... te seguimos. Queríamos verte pelear contra los citadinos —contestó Diego.

—¿Saben lo peligroso que es? Les pudo haber pasado algo malo.

—Vivimos en Fruitvale, nos va a pasar algo malo de una forma u otra. De hecho, ya nos pasó, ¿o lo olvidaste? —le dijo María Belén algo molesta. Paulo quedó algo impactado por la respuesta, porque se dio cuenta de que tenía razón. 

—Entonces, ¿qué hacemos con ellos? —preguntó el miliciano afroamericano.

—Vendrán con nosotros, nos haremos cargo. 

Dicho esto, tomaron a los niños y los llevaron consigo, en lo que varios médicos y soldados iban a recoger a los heridos para llevarlos dentro del centro hospitalario. Paulo también fue, pues todavía tenía el brazo herido.

Ya todo el escuadrón de Janira reunido en el nuevo lugar donde descansarían, comenzaron a interrogar a los dos niños, preguntándoles qué habían hecho. Ellos contaron cómo les habían seguido, donde habían dormido y dónde habían visto toda la batalla desenvolverse. Estaban en ello cuando dos personas aparecieron por la entrada en la habitación. Eran Mille Collines y Villanelo Arlegui.

—Disculpen soldados —comenzó el segundo —, pero necesito hablar con ustedes. Dicen que aparentemente estuvieron de fisgones la noche antes de partir.

Desmond y Asama se miraron, y el resto del escuadrón hizo lo mismo con ellos. Luego de que los dos invitados se sentaran, comenzaron a contar toda la historia desde que escucharon la conversación, todo lo que hicieron al día siguiente y como fue que comunicaron la noticia, y así sucesivamente, pues el comandante quería saber todo lo que había pasado. No paraba de sobarse la barbilla, escuchando atentamente. Al terminar, dio su apreciación.

—Debo darles las gracias a ustedes, porque con sus actos salvaron muchas vidas —comentó —. Solo porque decidieron negociar es que los miembros de la expedición se salvaron, de lo contrario, estarían atrapados en una feroz batalla con las milicias de Fruitvale hasta que yo haya llegado.




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