Último recuerdo

1

Agua.

Agua cristalina, la más hermosa que he visto en mi vida.

Me rodea.

Que paz...

Sentada en la arena contemplo como los peces pasan a mi alrededor mientras yo solamente puedo admirar su belleza.

Respiro con tranquilidad aunque esté envuelta de agua.

Es el mar.

Que ironía, así me llamo yo.

¿Cómo observar unos simples peces puede hacerme sentir tan relajada?

-¡Buenos días a todos!- grita el presentador de la radio sacándome de mi dulce sueño- espero que estéis de un humor increíble porque se viene una de las mejores canciones que se podrían haber creado o al menos eso pienso yo- comienza a sonar Counting Stars de OneRepublic, haciendo eco por toda mi habitacón.

Abro los ojos lentamente y me mentalizo que la realidad no es como mi sueño, no hay paz ni relajación, solo es ruido y estrés. Miro el techo. Un techo simple y sin vida ya que mis padres no me dejan pintarlo, muy triste. 

Solo quiero dar un poco color a mi monótona vida.

Me levanto de la cama aún adormiladas y con mis neuronas intentando funcionar correctamente. Abro mi armario, lista para buscar entre toda la ropa que tengo algo decente que no me haga llamar mucho la atención. 

Si, soy un poco aburrida. 

Al final, me pongo un jersey azul y unos vaqueros negros, ato mi pelo en una coleta y me miro al espejo, probando distintas expresiones en mi rostros para disimular las ojeras notables debajo de mis ojos por no dormir correctamente. 

Tampoco voy tan mal.

Me cuelgo la mochila en los hombros y decido bajar las escaleras solitarias de mi casa completamente vacía, ya que mis padres, como siempre, no están por culpa del trabajo. Esquivo la cocina y salgo de mi casa sin desayunar. Miro mi móvil comprobando la hora y espero durante dos minutos hasta que un coche negro aparece delante mío, listo para llevarme al instituto.

¿He mencionado que mis padres son ricos?

Pues ya lo sabéis.

-Hola, señorita- asiento con la cabeza en forma de saludo y él arranca- ¿cómo se encuentra hoy?- le sonrío con toda la alegría que puedo reunir.

-Pues la verdad, hoy me he despertado con ganas de pintar, pero como ya sabes, mis padres no me dejan- frunzo los labios durante unos segundos hasta que vuelvo a sonreír como si eso no me apenara.

Que sí lo hace.

-¿Sabe?- me pregunta después de unos segundos en silencio el chófer- Siempre me ha caído usted bien, mejor que sus padres, ellos son unos amargados.

-¿Y yo no?- niega con la cabeza y me mira de reojo por el retrovisor, pero sin quitar los ojos de la carretera.

-Usted desde el principio me ha sonreído y me ha preguntado cómo estaba.

-Siempre he pensado que con un simple hola, se puede alegrar la vida de los demás- me encojo de hombros sin darle importancia.

Lo que yo daría por un hola de algún compañero.

-Pues es una acción que sin duda a mucha gente le encanta- aparca delante de la puerta y yo miro a través de la ventana.

-Ojalá en este instituto, algún día, alguien me saludara por lo menos- lo miro a los ojos ya que se ha girado en su asiento y ahora lo tengo de cara- Nadie me presta atención, todos me huyen- se me forma un nudo en la garganta.

Él se pasa una mano por su cabello castaño que tiene algunas canas ya visibles. Guzmán tendrá unos cuarenta y pico años, mucha paciencia y siempre sabe como encontrar el lado positivo de las cosas. Es uno de mis pilares, si se cae, yo voy detrás.

-La gente suele juzgar a las personas por su aspecto, pero yo creo que usted transmite tranquilidad más que miedo, son los estúpidos adolescentes de su instituto que no lo entienden- suelto una risa por lo bajo e intento que la sonrisa me dure unos segundos más.

-Adiós, Guzmán.

-Hasta luego, Sea.

Bajo del coche y se me borra toda diversión o alegría del rostro, ¿para qué fingir o siquiera buscar algo bueno en este lugar? 

Me adentro en el instituto sin mucha prisa, me queda tiempo de sobra. El edificio es enorme y viejo, lleva años en pie con orgullo, teniendo a los mejores alumnos en el, y con lista de espera para entrar kilométrica. 

Voy a mi taquilla y saco los libros que necesito para las siguientes horas. También me gustaría añadir que pesan muchísimo. Cuando estoy a punto de cerrarla, visualizo a una chica que entra toda vestida de negro, con las puntas del cabello teñidas de morado y una sonrisa siniestra que me hace reír. Ella llama la atención de todos ya que es conocida por cosas no muy buenas, por decirlo de alguna manera  y todos sienten miedo a su alrededor. Supongo que por eso somos tan buenas amigas.

Cómo juzga la gente hoy en día.

La chica pasa las manos por su pelo rubio y sonríe nada más verme.

-Hola, guapa- me da un abrazo y yo se lo devuelvo.

-Hola, Cin- las dos juntas comenzamos a caminar en dirección a matemáticas.

-¿Hoy has tenido el mismo sueño recurrente?- asiento.

-Lo llevo teniendo una semana entera, pero no logro descifrar que significa- suspiro cansada- a lo mejor no tiene ningún sentido y me estoy volviendo loca.

-Yo creo que sí lo tiene, no es normal soñar durante tantas noches que estás en el fondo del mar, respirando y mirando los pececitos pasar.

-Pues no se qué hacer- niego con la cabeza ya a punto de explotar- para algo interesante que me pasa, va y no lo comprendo.

Nunca en mi vida había soñado algo, incluso he llegado a pensar que yo era una máquina o algo así, porque a veces lo parezco, pero no es así. La gente suele llegar de sus casas, con el pelo revuelto y una sonrisa por el alegre y hermaso, extraño e irreal, sueño que tuvo esa noche, queriéndoselo contar a todo el mundo, mientras que yo, solo recuerdo las pesadillas. Cuando le conté a Cin sobre mi recurrente sueño me dijo que investigara, aunque no se para que. 



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En el texto hay: misterio, amor, amistad

Editado: 09.01.2021

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