Ultralita

15. Enemigos

Ayer, domingo, me quedé en casa todo el día, pensativa. No sentí nada extraño, pero me di cuenta de que iba como si estuviese andando de puntillas, con cuidado y temor a no caer de nuevo en ese abismo.

No he pegado ojo en toda la noche, y en consecuencia esta mañana me quedé traspuesta en el aula de Algebra. Pegué un salto cuando el profesor mencionó a pleno pulmón: «¡Señorita Miller!» Más tarde, en la hora del almuerzo quise acudir a la biblioteca, para conectarme a internet, y lo hice, pero no pude acceder a ningún ordenador porque el único que les funciona estaba ocupado.

Llevo arrastrándome por las esquinas desde que entre al campus. No obstante, cuando vi a William, en la asignatura que compartimos, mis sentidos despertaron de su letargo, y la expectación fue en aumento. A pesar de eso, no me habló, ni me miró, y le faltó tiempo para salir al exterior cuando el señor Fisher dio la clase por acabada.

Me sentí decepcionada, y al mismo tiempo aliviada.

Quedan cinco minutos para que suene el timbre de la última clase, la de francés, y me debato entre regresar otra vez a la biblioteca, o irme directa a casa para estudiar. Es la única asignatura que llevo mal, y odio ir rezagada con respecto al resto de los compañeros. En Arlington estudiaba español, pero aquí al estar tan cerca la frontera con Canadá, no tenían esa optativa.

Brian, con el que comparto clase, se ha ofrecido a pasarme sus apuntes. Sin embargo, creo que no será suficiente, aprender un idioma nuevo de cero es horrible por muy exótico que sea.

Me dispongo a recoger los bártulos que tengo sobre la mesa, y los guardo en la mochila. Acaba de sonar la campana, y mi intención es ir a la biblioteca lo antes posible. Me despido de Brian alzando el brazo, y salgo al pasillo. Una vez en el exterior, avanzo por el soportal pegándome a la pared. Aunque no hay mucho viento, la lluvia está cayendo con fuerza.

Al llegar al edificio, le indico a la amable bibliotecaria que quiero utilizar un ordenador, y me pide el carnet de estudiante. Lo busco en uno de los bolsillos de la mochila, y me recuerda el horario de cierre.

Lo primero que compruebo en cuanto me siento y enciendo el aparato, es que usan un modem obsoleto, y por lo tanto necesitaré paciencia porque tiene toda la pinta de que irá lento, muy lento.

Pego un pequeño respingo cuando veo la ventana del buscador en la pantalla, y lo primero que consulto es la leyenda de Fernie. Como me imaginé, la búsqueda me pone de los nervios, la información es escasa, casi nula, pero descubro que en efecto existe un pequeño pueblo con ese nombre, y la historia corrobora lo que el señor Couture me contó.

Deslizo las imágenes, y me quedo de piedra al descubrir que el desalmado que engañó a la pobre muchacha se llamaba William. «¿Tendrá algo que ver?», mi mente racional lo descarta con rapidez. Me pongo a leer un artículo adjunto que data de 1908. Es de un periódico local: "Nos han pedido que digamos que William Fernie niega el pequeño truco, que se rumorea, de él con la doncella india después de la cena que compartieron. Estamos contentos de que el Sr. Fernie lo niegue por la seguridad futura de nuestra ciudad".

«Si se trata todo de una fábula, si fue todo una sarta de mentiras, ¿Por qué un periódico de la época se haría eco de algo tan banal como una reunión?», pienso para mí mientras muevo el ratón hacia abajo.

Descubro que años más tarde, y según cuentan de manera simbólica, el señor Fernie firmó la paz con una facción de la nación Kutnaxa, el 15 de agosto de 1964, a pedido de la Ciudad, encabezados por el Jefe Ambrose Gravelle, se reunieron en Fernie para un levantamiento ceremonial de la Maldición de Fernie. Por todo esto, y sin importar la fuente, la maldición parecía lo suficientemente real como para mover a todo un pueblo. No obstante, parece que no todos estaban conformes con esa ceremonia, ya que el padre de la joven se negó a formar parte de tal evento.

Me muerdo el interior del labio, observando al anciano Fernie que posa para la imagen. Pocos días después encontrarían su cadáver en mitad de la llanura…

―Es la hora del cierre, señorita ―me indica la bibliotecaria, en tono molesto.

―Perdón, ahora mismo acabo ―me disculpo con ella, no he sido consciente del tiempo―, solo dos minutos más. Lo prometo ―pongo cara de lastima, y aunque no le ha gustado se da la vuelta murmurando por lo bajo.

La curiosidad me puede, y tecleo cazadores de brujas. Agrando los ojos y el corazón empieza a latirme con tanta intensidad que siento que me va a estallar en cualquier instante. Mujeres quemadas en la hoguera por herejía, desmembradas para que no resuciten, lapidadas o enterradas en vida… Todas las imágenes que contemplo son aterradoras, me es imposible creer que alguien de este siglo sea capaz de realizar esto.

Me tapo la boca con la palma de la mano al distinguir en una pintura del siglo XII, una niña pequeña que yace en los brazos de su madre, le han arrancado el corazón. Y lo peor de todo es que en el cuadro al óleo, se percibe el jubilo de la gente que celebra su muerte como una victoria contra el mal.



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En el texto hay: amorprohibido, amor eterno, secretos

Editado: 30.05.2018

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