Siento en mi mejilla el cosquilleo de un roce, me remuevo frunciendo el ceño, y realizando un quejido porque quiero seguir durmiendo. De pronto, recuerdo el dolor y los fogonazos de imágenes aleatorias en mi cabeza. Abro los ojos de golpe y me incorporo como si tuviese un resorte que se activase con un botón.
Estoy dentro de un coche, pero no es el mío. Dirijo la mirada hacia la parte delantera y compruebo que William está observándome desde el asiento del conductor.
―¿Qué hago aquí? ―le pregunto, aturdida.
―De nada ―me contesta de manera seca.
Entrecierro los ojos ante su respuesta, es posible que me haya ayudado, y que deba agradecérselo, pero no tiene por qué ser tan borde. ¿O sí?
Me llevo la mano al cuello y me percato de que tengo puesto el colgante. Ayer a la noche en un arranque de rabia me lo saqué, y esta mañana me he marchado de casa sin el al instituto. Poco a poco voy acordándome de la información que encontré en internet, y de la sospecha de que William puede que sea un cazador. Inspecciono el lugar donde estamos aparcados, el bosque…
«Necesito tomar el aire», pienso, abriendo la puerta para salir.
El aire fresco golpea mi rostro, inspiro en profundidad y dando una serie de pasos sin rumbo aparente. El equilibrio me falla durante un instante, y sin saber cómo o cuando ha salido del coche, William me sostiene del antebrazo. Nuestras miradas se cruzan, y mi corazón empieza a tronar con rapidez, tanta que cualquiera que lo oiga pensaría que tengo retenidos cientos de caballos galopando a través de mis venas.
―¿Para qué me has traído aquí? ―lanzo por la boca lo primero que se me pasa por la mente, pero no me arrepiento de ello. Sus pupilas se dilatan, y mi respiración se agita―. ¿Me vas a responder?
―¿Qué es lo que sabes, Destiny? ―«Destiny…», pronuncia mi nombre completo con una cadencia que turbaría a cualquier mujer―. Dime, ¿qué crees que va a pasar?
Aprieto los labios, forzándome a no desviarle la mirada, y le digo con rabia:
―¡No sé nada! ―alzo la voz―. No sé quién soy, cómo voy a saber quién eres, qué quieres, o qué va a pasar.
El agarre a mi brazo cede, y en sus ojos atisbo la lucha interna que mantiene. La misma que siento yo en este instante. Poso la palma de mi mano sobre la de él, una corriente de calor se desliza por mi piel ante nuestro contacto.
―No soy un asesino ―confiesa en voz baja, aunque no estoy muy segura si me lo dice a mi o él mismo.
―Te creo.
No se lo digo por decir, y no hay manera de explicarlo con palabras. Mi corazón me dicta que no lo es, que William no me hará daño, y que puedo confiar en él. ¿Es posible que me equivoque? Sí, pero si una cosa he aprendido con la perdida de mi madre es que somos un suspiro en el universo, y que lo que me resta de existencia no quiero vivir con miedo, quiero albergar y atesorar la esperanza en mi corazón.
―¿Sabes qué es lo que me ocurrió, por qué me puse tan mal antes? ―le aclaro la pregunta, y espero impaciente a que me responda. Se aleja dando un paso atrás negando con la cabeza. El calor de su tacto se esfuma.
―Esto es peligroso ―realiza un gesto veloz señalándonos a ambos―. ¿Tienes alguna idea de qué soy? ―avanza hacia mí, intenta ser amenazante, pero no pienso dejarme cohibir.
Decirlo en alto supondrá que todo es real, que asumo lo que Lincoln me dijo. Dejará de ser una mera leyenda, o un mito. Implicará aceptar que mi madre me lo ocultó, que no quiso advertirme en qué me iba a convertir…
―Cazador ―susurro.
―Y sigues aquí, hablando conmigo. ¿Por qué? ―cuestiona.
―No lo sé… Puede que haya perdido la cabeza ―esbozo una tenue sonrisa.
―Es posible ―me responde elevando la comisura de sus labios―. ¿Qué es lo que sabes?
―Poco o nada, la verdad. Aun me encuentro en un proceso de asimilación.
―¿Tú madre no te contó nada? ―Niego con tristeza―. Comprendo…
―El señor Couture ―ante la mención del nativo se tensa― me contó varias leyendas de su pueblo, le pedí información sobre mi madre y el colgante porque sentía que algo me estaban ocultando.
―Los Kootenai son prudentes, no van contando a los desconocidos su historia. Pero siendo la hija de Norah, es distinto.
―¿Qué sabes de mi madre? ―le pregunto cerrando el espacio que nos separa.
―¿Te han dicho ya que precedes de un antiguo linaje de ma҂inkin? ―Asiento lentamente― Tus abuelos fueron asesinados cuando tú madre tenía tan solo seis años de edad, a ella la criaron una familia de la reserva. Con diecisiete años conoció a tu padre, y por lo que sé se enamoraron. Al poco tiempo se casaron, y un año más tarde naciste.
―¿Por qué se fue? ―le pregunto.
―Eso debería de decírtelo otra persona.
―¿Quién? ―inquiero, estoy harta de que me digan las cosas a medias.
―Mi padre.
―¿Qué?
―Ya habrá tiempo, antes tendré que avisarle ―alza la mirada al cielo, y al segundo la baja para clavar sus ojos verdes de nuevo en mí―. No puedes quitarte el collar, Destiny.
Por acto reflejo muevo la mano y lo sujeto.