Un Acto Casi Nada Infantil

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Aquel paseo fue, para mis adentros y exagerando un poco, todo un éxito. Mi bloqueo se fue por unas semanas, para que otro lo sustituyera más adelante. Otro aspecto positivo fue que Jordi dejo de insistir en salir.

        Ese día me exigió que le contase a detalle lo que vi, le insistí en que no era buena idea, más para él que para mí. Finalmente cedí aunque sabía que eso marcaría a mi amigo, en gran parte es culpa mía, pues le conté todo sin dejar de lado los aspectos más grotescos de la escena.

        Regresando todo a su monotonía, mis horas enfrentando al bloqueo, mi vigorizante té, las visitas a mi casa con sus respectivos debates literarios y su informe sobre el mundo; esperanzada en que me contara algo que inspirase mi mente, pero desde ese día evita los temas relacionados con los homicidios. He intentado que hablemos de temas relacionados con ello sin obtener ningún resultado.

        Siendo sincera, mis historias siempre se han basado en los muchos casos que resolví en mi juventud, que absurdamente creí que durarían hasta que me retirara. Esas experiencias me convirtieron en la famosa escritora que soy ahora. Nunca creí que me vería en la necesidad de regresar al mundo en busca de nuevos crímenes inspiradores.

        Necesito conocer que sucede con los crímenes del mundo, necesito dejar este nuevo bloqueo atrás, necesito de regreso a mi inspiración.

        Hoy le diré sin rodeos que me hable de lo que me interesa, que no se guarde ningún detalle. Únicamente fui discreta y prudente porque sé que el tema le afecta, y en parte porque fui parte del problema, pero es decisivo dejar en claro lo que necesito de él.

        Apague la computadora y fui por mi te, esperando a que Jordi llegue. El té no logró calmar mi mente en lo más mínimo. Pues surgió una idea, absurda e impensable, ni siquiera sé porque la pensé; aunque Jordi estaría encantado con ella.

        Lave la taza haciéndolo con lentitud, atenta a escuchar el llamado a la puerta. Espere en el sillón mirando hacia la puerta, dando de vez en cuando una fugaz mirada a mi celular para consultar la hora o por si aparecía algún mensaje o llamada. Era más que obvio que ya había un retraso.

        Hice lo que siempre hago ante situaciones como ésta, para mantener la mente ocupada en lo que suele ayudarme más que otra cosa, más que el té. Es de las pocas decoraciones que tengo en casa y están colocadas en la sala por capricho de mi amigo. En su tiempo se las ofrecí para que se la llevase a su departamento, pero se negó diciendo que carecía de espacio.

        Todos ellas fueron regalos de mis tiempos en que ayudaba a la gente con sus problemas, desde pequeños malos entendidos hasta complejos misterios que me llevaron días resolver; primero fue a gente común, con el tiempo fui solicitada por eminencias de la sociedad.

        Mi conocimiento sobre el arte, a pesar de ser basto, no es nada comparado con el de algún experto. He desarrollado mejor el análisis complejo del estudio del comportamiento humano y, claro está, el arte de escribir.

        Me regalaron cinco pinturas, de las cuales solo una está en mi habitación y el resto está aquí. Dos de ellos son Monet, uno de Joaquín Sorolla y uno de Berthe Morisot. El de mi habitación es un Rembrandt, ocupando la pared frente a mi escritorio.

        Cuando observo las pinturas, primero me reto a recordar con todo detalle el caso que resolví y por el cual me obsequiaron la pintura. Luego observo la pintura, fijándome en los tonos, las pinceladas, las sombras y las luces. Este proceso me lleva más tiempo que el recordar el caso sin omitir absolutamente nada.

        El llamado a la puerta me hizo interrumpir mi análisis del Monet; fui a atender el llamado esperando la excusa de mi amigo que suele ser una chica. Abrí ya preparada para atacarlo con un chiste ingenioso, sin embargo ni siquiera pude empezar a decir algo en cuanto vi cuatro rostros desconocidos.

        Tres mujeres y un hombre están frente a mi entrada, los de hasta el final son pareja, sin duda alguna, todos tienen los ojos rojos e hinchados, aspecto que desentona con el hombre con su cuerpo grueso a base de músculos y vello, tiene tanto que hasta su rostro parece perderse en él. Es un hombre que las mujeres describirían como varonil y que los hombres considerarían intimidante aunque lo negasen.

        Las otras dos mujeres parecen de la misma edad, aunque sus rostros son jóvenes, se les veía ojerosas y unas facciones que no deberían estar ahí en ninguna persona joven.

        — ¿Qué desean?- si venían a pedir caridad, a dar lástima o a venderme algún producto inútil, es mejor que lo digan lo más pronto posible para cerrar la puerta y esperar a la visita adecuada.

        — ¿Es usted Helena Jones Flores?

        — Pues en estos momentos no quisiera serlo.

        Una de las otras dos mujeres fijo su mirada en mí, tan directa como aquella vez durante el paseo. Ahora no me queda ninguna duda de que me reconoció ese día. Su presencia aquí me da mala espina y estoy segura que tiene que ver con lo sucedido en esa facultad. Son por estas razones que maldigo a veces mi curiosidad.

        — Por favor, solo usted puede encontrarlo- la otra mujer casi se me echaba a los pies, dejándose llevar por su tristeza—, la policía no ha hecho ningún avance.



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En el texto hay: asesinatos, crimen, detective

Editado: 22.03.2020

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