Un alma perdida

2: Felicidad

Samuel había cavado su propia tumba cuando mató a su compañero de clases. El pecado lo había consumido con el peor de los crímenes: haber arrebatado la vida del prójimo.

Ya se imaginaba las caras de sus padres, si estos se enteraban de que un cuerpo estaba enterrado en lo profundo de su bosquecillo, con un aterrador arreglo en su cara.

Pero lo que le decepcionó de sí mismo fue ver las ganas que tenía de cumplir otro crimen. Y a pesar de todo y contra todo, no se sentía dueño de su cuerpo, mucho menos de su mente... Porque esta, otra vez tenía preparados pensamientos tóxicos y dañinos.

El monstruo volvió y le mostró la imagen frente a él. Una sanguinaria y satisfactoria para sus ojos. Tenía que cumplirla, si no, nunca lo dejaría en paz, y él, estaba gustoso de llevarla a cabo.

Haría que el viejo rico y gordo para el que trabajaba se tragara toda su mierda, literalmente. En pocas palabras, lo que desbordaba de sus bolsillos.

Con un cuchillo de cocina se acercó al viejo, amenazante. Entonces, escuchó un grito y en medio del ataque, alguien cayó sobre él. En su cabeza pesó la gran culpa de la estupidez. La hija del señor, aquella estúpida estaba en la casa.

«¡Idiota! Haz algo con ella. ¡Mátala también!»

Instantáneamente clavó el cuchillo en un punto ciego, este se enterró y un gemido prosiguió del dolor. Con la cabeza dándole vueltas, vio a la chica en el suelo tirada, con la sangre rodeándole. De repente, por un gran impulso se dejó llevar y apuñaló incansablemente el estómago de la muchacha como si fuera un costal lleno de harina.

Los gritos del viejo no cesaban y tampoco paraba de revolotear incansablemente los brazos en busca de una inexistente ayuda. La chica estaba, sin poder creerlo, con una mueca parecida a una sonrisa. Con el odio bullendo de su interior tomó las monedas de oro guardadas recientemente en su bolsillo.

El dinero del ricachón entró por la boca de la chica, la llenó toda haciendo que esta se desbordara y se vieran sus mejillas abultadas. El enfermo en la silla de ruedas tuvo uno de sus constantes infartos.

Pero para ellos el dinero era felicidad y que mejor forma que morir tragando sus ganancias.

Esa vez Samuel estaba congelado, las cosas habían salido mal. El señor se cayó de la silla de ruedas con un golpe sordo y se sintió solo... más hundido en la oscuridad y sin estrellas de compañía.

Las risas del monstruo sonaron malignas en su cabeza y entonces vio en lo que se estaba convirtiendo. Pero cuando se dio cuenta era muy tarde, se rindió, porque no encontró un modo de poder salvarse.

Se preparó para no dejar huellas. Tomó el carro de la chica y la montó en él. Limpió la escena, ¿y el viejo? Simplemente llamó una ambulancia e informó que cuando lo encontró había sufrido uno de sus constantes infartos. Igual, él no era culpable, ¿o sí?

Solo estaba esperando tener una charla con esa tormentosa voz. 



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En el texto hay: miedos, terrorpsicolgico, luchas internas

Editado: 03.07.2019

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