Un alma perdida

7: Tristeza

Los ojos de la criatura se clavaron en los suyos. Era el monstruo de su cabeza, la terrible voz que lo volvía loco. Su padre corrió hasta la casa, tropezó varias veces, pero llegó en medio de un mar de lágrimas.

La sombra negra, alta y sin forma humana lo miraba, con unos ojos tan brillantes y aterradores. Rojos como la sangre. Su cuerpo parecía tener garras dispuestas a atacar en cualquier momento.

Bastó esa simple mirada para saber que el tiempo estaba contado y que su padre debía morir.

No quería hacerlo, pero era como si su mente no mandara sobre su cuerpo. Lo que menos quería era manchar de sangre su familia y sin embargo estaba caminando en dirección a él.

Los perros empezaron a ladrar y le recordaban a los aullidos de un lobo.

Él o yo. Ese mensaje no dejaba de repetirse en la cabeza de Samuel y con el martillo en la mano corrió hasta su casa. La puerta ya estaba cerrada con seguro y no se lo pensó dos veces, dio tres fuertes martillazos y con un crack esta cedió.

Adentro todo era un alboroto. Se escuchaban gemidos, lloriqueos y susurros. Cuando llegó hasta la cocina dispuesto a todo, la escena que estaba al frente lo detuvo por un momento.

Era su madre abrazando a su hermana pequeña, más temblorosa que una torta de gelatina. Su padre estaba al frente suyo con un arma apuntando directamente a su cabeza.

Los perros aullaban, ¿o ladraban?

Él o yo.

Pero era su familia. Aquella con la que había crecido, no se creía capaz de matarlo. De arrebatar una vida que podía seguir siendo feliz.

Su padre también temblaba, pero hubo algo en su mirada que le dijo a Samuel que no le iba a hacer daño. La sombra monstruosa, cruel y sedienta de sangre se paró justo cerca de la mesa recordándole quién mandaba.

Entonces vio el celular tirado en el suelo y supo que lo habían traicionado.

Su propia familia.

La policía venía en camino y era...

Él o yo.

Golpeó la pistola con el martillo y la tiró lejos. No hubo tiempo para reaccionar con sorpresa, pues la cara de su padre dio un tremendo crack cuando el martillo se estrelló en su pómulo.

Por cada ladrido había un crack nuevo.

Por cada ladrido había una lágrima de dolor, pena y arrepentimiento.

Por cada ladrido había gritos de terror.

Era él o Samuel. Así de sencillo. E indudablemente había sido Samuel quien había ganado, ¿Pero a costa de qué?

Perder su familia.

Manchar de sangre su vida.

Terminar hecho nada.

Pensaba escapar, irse bien lejos. Pero allí estaba el monstruo... Y seguía hambriento de sangre. Ahora señalaba a su madre y su hermana.

Samuel quiso llorar ahí mismo. Quiso escapar. Morir. No tenía palabras para describir sus sentimientos, pero estaba triste, arrepentido... Muy hundido.

Ese era su castigo. Ya había cumplido con las ocho muertes, pero esa era su condena por la desobediencia.

En realidad, Samuel no había triunfado. ¿El monstruo? Ese sí que había ganado. 



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En el texto hay: miedos, terrorpsicolgico, luchas internas

Editado: 03.07.2019

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