Capítulo 3
"Encontrados"
Mi cuerpo estaba desnudo. Ninguna tela de ropa que antes poseía cubría mi pálido cuerpo, intentando darme el calor que en este momento necesitaba.
Estaba parado, firme, viendo y escuchando a lo muy lejos la cascada que soltaba agua. Esa agua tan fuerte que formaba una corriente de la que me salvé hace ya más de dos horas. Más bien, de la que pude sobrevivir puesto a que quien me salvó la vida fue un cachorro que antes quería hacerle cosas para nada buenas.
—¿Y cómo te llamas? —solté la pregunta de la nada, mientras aún mi mirada veía la lejana cascada brillante. Mis brazos estaban entrelazados, ambos metidos debajo de mis axilas.
Al no obtener la respuesta del perro, miré hacia su dirección. Había una hoja seca y gigante que yo mismo había encontrado y con la que decidí tapar el pequeño cuerpecito peludo y mojado del cachorro, pues se veía a leguas los temblones que éste tenía debido al agua en la que se hundió por salvarme a mí. Debido a esa razón, lo menos que pude hacerle, fue darle esa hoja para que obtenga algo de fervor.
El canino hizo un ruido con su garganta, llamando mi atención. Me aproximé a él a pasos lentos y a la vez entusiasmado. Mi pecho aún latía con fuerza y tenía un poco de miedo, nerviosismo, por lo que había pasado hace rato. Ya estando al lado del cachorro, me senté, tomando la siguiente postura:
Mis piernas, mis muslos, lo pegué a mi pecho desnudo. Abracé con mis brazos los mismos para apegarlos más a estos.
—¿Estás mejor? —pregunté, en tono bajo. El cachorro estaba parado y con la hoja por encima. No obtuve respuesta alguna, algo que me esperé, realmente, pero se sentía tan bien estar con alguien que no sean mis padres. Se sentía tan bien tener una conversación con alguien que no sean mis padres, esa que nunca pude tener con otras personas.
Solté un suspiro y volteé la cabeza, mirando hacia delante.
—Bueno... al fin y al cabo no me entiendes. —apreté un poco los labios para continuar diciendo lo que ya le repetí —. Realmente, nadie lo hace.
Una risita con la garganta, penosa y desanimada, abandonó mi boca tras hablar. Apreté más los muslos desnudo a mi pecho el cual estaba igual. Apoyé mi mentón en mis rodilla, dejando en descanso mi cabeza. El cachorro se sacudió y algunas gotas de agua cayó a mi cuerpo, no obstante, no le di suficiente importancia, más bien, sonreí un poco.
Una idea para hacer más divertida la plática, la conversación, con mi nuevo amigo, así que, de la emoción, me levanté del suelo entre un salto, con varias hojas pegadas a mi trasero y sacudiéndolo utilizando mis manos.
—Sé qué voy a hacer contigo. —Dije en un chillido divertido. El cachorro ya no tenía encima la hoja que antes de sacudirse llevaba en él. —Vamos a jugar, ¿vale? —miré al perro mientras cada palabra era abandonada por mis cuerdas bucales.
El sol de la tarde ya estaba algo intenso, brillante y un poco picante, por esa razón fue que me quité toda la ropa (incluyendo mi ropa interior) y las dejé como una forma humana, como solía hacerlo mamá en mi cama, pero la diferencia era que esa estaba en el suelo donde justo le llegaba el sol para así poder secarla con el caliente de éste. Me acerqué a la ropa y vi que toda estaba mojada aún, me sentí un poco desilusionado con eso, pero no me importó lo suficiente.
—Voy a andar desnudo. —Determiné, girándome y agachando la mirada hasta el perro, alzando los hombros después, inocentemente. —A mamá no le gustaba que me quede desnudo en la habitación porque decía que ya estaba creciendo, quizás me hubiese gustado ser pequeñito. —informé, en un tono con un ápice de desanimación muy notoria —Además, a papá le gustaba pasearse en pelotas por toda la casa —solté una risilla inocente utilizando mi garganta recordando esos momentos que mamá gritaba como una loca histérica cuando papá hacia eso. Esos eran unos momentos que me divertían un poco. —¿Sabes? Hubo una vez que le pregunté a mamá que por qué papá tenía el bimbolin mucho más grande que el mío. Recuerdo que esa vez quedaron en silencio por segundos, balbuceando palabras sin sentidos y al fin decidieron decir que era por el crecimiento, esa misma vez quise preguntar que para qué las personas debían de utilizar el bimbolin, pues las orejas son para escuchar, las manos son para tomar cosas, la boca es para hablar y para comer, las piernas son para caminar, Así que para qué era eso. Esa pregunta se quedó en mi cabeza por tiempo y determiné que era para hacer pipí, pero cuando fui creciendo, en la escuela me enseñaron que... —me pausé por un momento que en mí fue tanto divertido como vergonzoso —No era tan sólo para hacer pis, je.
Mis mejillas ardieron entre sonrojos cuando hablé con el perro. Éste me miró con algo de desconcierto, pero después en su rostro se implantó una sonrisa ladina y saltó de felicidad, como si...
Eso le gustase.
Como si a él le gusta lo que yo le contaba.
Un sentimiento que nunca sentí en la vida recorrió por mi cuerpo.
Era uno satisfactorio, un sentimiento al que yo le podría dar el significado: felicidad. Mi corazón daba vuelcos, giros y palpitaciones que nunca en la vida llegué a sentir.
—Okey, vamos a jugar el juego, ¿vale? Ven.
Caminé con el perro hacia un lugar inespecífico del bosque, pero intentando dejar las huellas de mis pies marcadas o creando un camino, apartando las hojas secas, con el fin de tener una pista para volver a por mi ropa.
—El juego es éste, no soy bueno creando juegos, soy más bien de verlos jugar, pero como no sé tu nombre, y veo que no tienes un collar, voy a decir muchos nombres, así que tienes que ladrar para saber cuál es el tuyo, las cosas con nombres son más fáciles. —informé, admitiendo todo el argumento de propuesta que le hice. —Empecemos:
>>¿Tú nombre es Jash? Bueno, Jash es mi nombre, así que ese no debe de ser. —Hice una pausa mientras caminaba —¿Te llamas Loggy? —el perro no ladró, así que continué —¿Asher? ¿Ares? ¿Edwin? ¿Al? —el canino en ningún momento de la mención de los nombres ladró para saber si uno de esos era. Por un momento pensé que quizás no tenía nombre, pero luego supuse que todo animal debería de tener un nombre, porque de igual manera tenía una mamá, pero no está, quizás ambos estén perdidos y se estén buscando. —¡No me digas que te llamas Peter! —chillé, en un momento poco esperado para el animal ya que éste se exaltó de forma apresurada, con miedo. —Perdón —me disculpé, viéndole.