Un Amigo Para Recordar

CAPÍTULO 3

Durante una leve tormenta de nieve un camión de limpieza había perdido el control, entrando en la intersección a una alta velocidad estrellándose contra el lateral derecho del auto del oficial Graham Wilson y su esposa Lorraine… Es lo primero que salió en las noticias después del trágico accidente donde murieron mis padres. No quería recordar lo que prácticamente arruinó nuestras vidas, incluso, recordar a Baxter echarse al lado del ataúd de mi padre, sin moverse ni un segundo, me hizo entender que el amor de un perro hacia su dueño iba más allá de unos simples lengüetazos en las mañanas…

—Oye, niña, ¿vas a pagar por eso? —dijo el hombre tras el mostrador.

Becka había mordido y al mismo tiempo escupido un chocolate Twix mientras buscaba las golosinas agridulces que tanto le gustaba. En cambio, Amber trataría de introducir su licor entre las frutas, la leche y el pan; pero no creo que lo logre, Alfred no es tan tonto como aparenta.

—Claro, que lo pagará —le dije, mostrándole un billete de cien dólares.

El hombre no dejaba de mirarme, algo creció dentro de su mirada como la mala hierba. Al parecer no le caí nada bien, aunque no era algo que me importara mucho. Por eso, eché más chocolates Twix a la cesta mientras Baxter quería que le comprara sus croquetas favoritas, pero por más que escudriñé no hallé ninguna con el nombre de Royal Canin.

—Lo siento, amigo… confórmate con las croquetas que hay en el auto —dije.

Alfred ubicó la cesta con todas las cosas enfrente del hombre que parecía que no le gustaba sonreír mucho, como si estuviera odiando su trabajo. Y por la cara de Amber, supongo que no logró ocultar el licor, le va a tocar beber solo leche antes de irse a dormir.

—¿Recibe tarjeta de crédito? —dijo Alfred, quizá pensó que aquí aún vivían cavernícolas.

—Claro, señor.

—¿Y dónde están todos?

—En sus casas, señor.

—Parece que nos les gusta salir mucho.

—Que tenga un buen viaje, señor.

Qué le pasa a Alfred, por qué dialogaba con ese retrasado, que parecía como si hubiese salido de un campamento militar. Mejor le comuniqué que nos marcháramos, no pretendía quedarme más en este asqueroso lugar y, además, ya quería surfear, quería desafiar las olas de Southampton.

Fui el último en subirme a la miniván, pero al parecer la costumbre de Buckley era aparecerse repentinamente, pues su patética cara volvió asomarse por la ventanilla. Esta vez asustó a Amber.

—¡IDIOTA! —dijo.

—Pensé que te quedarías aquí, muchacho —dijo Alfred, mientras intentaba encender el auto.

—Este lugar me da miedo, no me gusta. Además, tiene un olorcito que me desagrada.

Por fin en algo estábamos de acuerdo, aunque eso no significaba que me caí bien. Al ingresar al coche, vi como Buckley se llevaba el vaso de medio litro de cerveza a los labios y el líquido dorado le entraba en la boca estrepitosamente. Quería decirle que no era la última cerveza del mundo, pero no pretendía que después se hiciera el gracioso conmigo.

—Mejor me quedó en el siguiente pueblo, si no les importa —dijo, secándose los labios con las manos.

Todos teníamos las miradas puestas en Alfred, preguntándonos por qué diablos no avanzábamos. Alfred no contestaba a nuestros gestos visuales, solo podía ver un leve sudor empapar su cara.

—El auto no enciende —por fin Alfred dijo algo.

Amber negó con la cabeza y Gemma frunció el entrecejo, sobrecogida. 

—Lo que faltaba —dije.

—Lo revisaré —dijo Buckley—. Sé de coches.

Alfred abrió el capó de la miniván y Buckley comenzó a examinarlo. Yo no sabía mucho de autos, pero creo que debe ser un problema en el sistema eléctrico. Buckley le indicaba con las manos a Alfred que volviera a intentar prender el auto. Nada, absolutamente nada pasaba.

—La mayoría de las veces sucede porque la batería está fallando o está dañada —dijo Buckley— ¿Cuándo fue la última vez que lo llevaron a un buen mantenimiento?

—No más de tres meses —dijo Alfred.

—Qué extraño…

—¿Qué pasa?

—Pienso que también podría deberse a un alternador en mal estado.

Buckley solo daba demasiadas suposiciones, nada preciso. No sé si creerle que en verdad sabía de coches.

—¿Puedes repararlo sí o no? —le dije.

—Me tardaría un poco.

—Alfred y yo podemos ayudarte, y así podemos irnos de este asqueroso pueblo de una vez.

—Me parece una buena idea.

En ese momento apareció detrás de nosotros el hombre del Minimarket. Estaba despeinado y con los ojos medios cerrados, pero soltó un amable << porque no se alojan esta noche en el Hostal Manson>> mientras miraba lo que Buckley le hacía a la miniván.

—¿Por qué todo aquí es Manson? ¿Quién diablo es Manson? Ya me dieron ganas de conocerlo —dijo Amber. 

—Ten cuidado con lo que dices, señorita —dijo Gemma, que estaba de espaldas a nosotros buscando cobertura de su celular. 



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En el texto hay: misterio y amor, perros, drama

Editado: 08.02.2021

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