Un Amigo Para Recordar

CAPÍTULO 4

HOSTAL  MANSON

 

La recepcionista del Hostal Manson se llamaba Alyn, era muy sonriente y tenía una piel tan blanca como una ardilla albina. Detrás del mostrador, había un letrero donde se leía RECPCIÓN en letras escarlatas. Ya que ni Alfred y Gemma ni Amber y Buckley estaban especialmente preocupados por la ortografía, porque parecía que el letrero llevaba décadas sin corregirse. 

—Queremos hospedarnos —dijo Alfred.

—¿El perro viene con ustedes? —dijo la recepcionista.

—Sí, hay algún problema con que se quede… 

—No, también es bienvenido, ¿quiere una habitación compartida o privada?

—De hecho, una privada y una compartida. ¿Supongo que recibe tarjeta de crédito?   

—Claro, señor.

La recepcionista puso las llaves en el mostrador.

—¿Cuántas estrellas tiene este hostal? —dijo Amber, queriendo fastidiar a Alfred, y de paso, a la recepcionista con sus preguntas tontas.

—Tiene dos estrellas, señorita.

—Solo dos, acaso no hay un hostal de cinco estrellas en este asqueroso lugar.

—Discúlpela, usted entiende, así son los adolescentes —dijo Alfred.

—Los hostales no llegan a cinco estrellas, solo hasta a tres… Lo que significa que está en el mejor hostal del pueblo. Habitación nueve y diez, y gracias por su estadía.

Subimos por las escaleras porque ni siquiera había un ascensor, pero menos mal las escaleras no eran muy desgastantes. Buckley se despojó de la rústica chaqueta y vi que tenía la espalda de la camisa celeste empapada de sudor. Debe de estar enfermo, porque el frío ya empieza a encalar mis huesos.

—Parece que somos los únicos en este hostal —dijo Amber.

—No seas ave de mal agüero, solo descansan —dijo Gemma.

Buckley introdujo la llave y abrió la mano derecha para luego apretar el pomo que abría la puerta de la habitación siete. Seguimos por el diminuto pasillo mientras el suelo protestaba bajo nuestro peso con una sinfonía de estremecimientos y crujidos. La habitación de Alfred y Gemma estaba en sorprendente buen estado, aunque el moho había invadido un poco la nuestra, seguro era la ventana rota que había dejado entrar la lluvia.

—Menos mal era un hostal de dos estrellas, no quiero imaginarme si hubiese sido de una estrella —dijo Amber, observando qué cama escoger.

—Ya, no te quejes… Yo escojo esta cama —dije, lanzándome en ella causando un chirrido áspero.

—Justo para tener sexo.

—Que no te oiga Alfred.

Ya una luz débil brillaba a través de la ventana, y de paso, impactaba en el rostro de Becka que no dejaba de mirar hacia la calle.

—¿Qué tanto ves? —le dije.

—Creo que alguien nos observa —dijo, apretando con sus manos el peluche en forma de un lobo siberiano.

Exhausto, me descendí de la cama, ubicándome al lado de Becka y clavé también la mirada hacia la calle.

—No veo nada —dije.

—Justo ahí… —dijo, y por motivos que no era capaz de explicar, Becka señalaba algo que no existía.

—Ya, déjala en paz —dijo Amber—. Por lo menos sabemos que hay vida en este pueblo.

Me sentí como un tonto tratando de ver lo que Becka señalaba, así que la abracé para retirarla de la ventana.

—Mejor escoge tu cama —le dije.

—Ya Baxter lo escogió por mí —dijo con una larga sonrisa.

Una sonrisa que extrañaba, pues después de la muerte de nuestros padres no volví a oír el tierno y tintineante tono de su risa.

—¡No, Baxter! Esa es mía —dije.

En ocasiones las pesadillas me perseguían, mi mente aún no podía borrar la imagen de sus maltrechos rostros en la nieve y sus pálidos brazos extendidos y desangrándose como si intentaran salir por la ventanilla del coche escarbando con las manos. Después de las pesadillas me pasó casi todas las noches tratando de poner en orden mis pensamientos acerca de lo que pasó aquel día a partir de recuerdos, escenas retrospectivas y sueños. En un intento de encontrarle sentido y verlo con claridad, pero el ruido que hacía la cama de Becka era como si alguien estuviera arañando un plato con el tenedor, lo cual me había puesto de malhumor.

—¡DEJA DE HACER ESO! —le dije.

Becka y Baxter se quedaron quietos y no me quitaban la mirada de encima. Yo sabía que estuvo mal en gritarle; pero no podía seguir soportando ese maldito sonido estridente que me estaba volviendo loco.

—Eres malo —dijo Becka, dándome la espalda y abrazando a Baxter.

Alfred casi tenía miedo de abrir la puerta de la habitación, pero cuando finalmente lo había hecho, nadie estaba de ánimos para hablar con él.

—Nuestra habitación esta mejor —dijo, queriendo hacerse el gracioso.

Con su cara de sacristán el sarcasmo no le quedaba, así que todo lo ignoramos.



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En el texto hay: misterio y amor, perros, drama

Editado: 08.02.2021

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