Karla y Gabriel siempre habían disfrutado de los pequeños momentos que pasaban juntos. Uno de sus rituales favoritos era dar largos paseos nocturnos, donde podían desconectarse del ajetreo diario y simplemente disfrutar de la compañía del otro.
Una noche de verano, después de una semana particularmente estresante para ambos, Gabriel sugirió salir a caminar para despejarse. Karla, encantada con la idea, se puso una chaqueta ligera y se encontraron en la entrada de su edificio.
La ciudad estaba en calma, las calles iluminadas por farolas y el cielo despejado, salpicado de estrellas. Empezaron a caminar sin rumbo fijo, dejándose llevar por la tranquilidad de la noche. Mientras andaban, hablaban de sus sueños, sus recuerdos de infancia y planes para el futuro.
Después de un rato, llegaron a un parque cercano. El aire fresco y el sonido lejano de los grillos creaban un ambiente sereno. Se sentaron en un banco, disfrutando del silencio cómodo que solo se tiene con alguien especial.
Gabriel rompió el silencio primero:
—Karla, ¿alguna vez has pensado en cómo sería nuestra vida si nos mudáramos a una pequeña casa en el campo? —dijo, mirándola con una sonrisa soñadora—. Lejos del ruido y el estrés de la ciudad, solo nosotros y la naturaleza.
Karla sonrió ante la idea, imaginándose una vida tranquila y sencilla junto a Gabriel.
—Sería hermoso, Gabriel. Siempre he soñado con tener un jardín donde pueda escribir al aire libre, rodeada de flores y árboles. Y tú podrías tener tu taller para tus proyectos —respondió, con los ojos brillando de ilusión.
Siguieron hablando de esa vida soñada, dejando volar su imaginación. El parque era un refugio de paz, y esa noche se sentía mágica. Karla tomó la mano de Gabriel y lo guió hacia un pequeño lago en el centro del parque. Se quedaron en la orilla, observando el reflejo de la luna en el agua.
De repente, Gabriel se volvió hacia Karla con una expresión seria pero tierna.
—Karla, sé que la vida no siempre es fácil y hemos tenido nuestros altibajos, pero cada momento contigo, incluso los difíciles, han sido los mejores de mi vida. Quiero seguir soñando, caminando y viviendo a tu lado.
Karla sintió su corazón latir más rápido y una cálida emoción la invadió.
—Yo también, Gabriel. No puedo imaginar mi vida sin ti. Eres mi mejor amigo, mi confidente y mi amor. —respondió, con los ojos llenos de lágrimas de felicidad.
Se abrazaron, sintiendo la profunda conexión que los unía. Bajo el cielo estrellado y con la luna como testigo, prometieron seguir construyendo sus sueños juntos, apoyándose en cada paso del camino.
El paseo nocturno se convirtió en un recuerdo imborrable, un momento donde reafirmaron su amor y compromiso mutuo. A partir de esa noche, cada paseo bajo las estrellas sería un recordatorio de su inquebrantable vínculo y de los sueños que compartían.