Un amor cliché

La fierecilla indomable

Leonardo 

 

¡Bien! Hemos aterrizado en Madrid después varias horas vuelo escuchando a mi hermana berrear.

Yo también estoy enojado, pero vamos que una cosa es estar molesto y otra muy distinta es que medio avión se entere de nuestro drama familiar.

A veces Valeria me da pena ajena y más cuando se pone a defender a su ogro azul, el cual es la principal razón del sorpresivo cambio de residencia.

¡Vamos! Que al tío el mote de capullo le quedaba corto, no era bien recibido por nadie, excepto por la loca de mi hermana.

Gracias a la última gracia del tipejo, mis padres decidieron poner tierra de por medio y aunque yo ya no viera a mis amistades o a mis "amigas", alejar a ese imbécil de mi hermanita valía la pena.

Agradecí infinitamente que el avión se hubiera parado por completo, un segundo más y Valeria sería parte de la decoración como no cerrara la boca.

No me gustaba ser violento con las mujeres, pero ella me sobrepasaba.

—¡Vamos, apresúrese! —nos gritó mamá mientras corría hacia las bandas del equipaje, si ya decía yo que mi hermana de alguien debió sacar el carácter.

Tome mi maleta, encaminándome hacia mi padre, quien hacía los arreglos para rentar un auto, mientras llegaba el suyo.

—¿Y tu madre y hermana? —señale discretamente a un par de mujeres peleando por sacar sus maletas, haciendo que papá se palmeara la cara, si alguien odiaba los escándalos tanto o más que yo, ese era mi progenitor.

Después de pasar mil vergüenzas finalmente pudimos llegar a lo que sería nuestro nuevo hogar.

No era la gran mansión, pero tampoco era una miniatura de casa como la que teníamos en Barcelona, dejémoslo que era tamaño promedio, estaba en una privada y se veía bien cuidada, por fuera al menos.

—¿Y es aquí donde vamos a vivir? —exclamó Valeria descontenta, nadie le hizo caso, seguramente, aunque le ofrecieran veinte mil euros, a ella le seguiría pareciendo mal, todo por ese tipejo.

—Vayan a escoger su habitación —papá prefirió ignorarla y seguir su recorrido inspeccionando la casa con mamá detrás.

Como Valeria se quedó haciendo berrinche, tuve la suerte de escoger la habitación más grande.

Hasta que los dramas de mi hermana sirvieron de algo.

(...)

Llevo una semana aquí y puedo llegar a una conclusión: ¡Odio Madrid!

Hay demasiado ruido, muchas personas y unas condenadas calles que son para perderse.

Gracias a eso hoy llego tarde a mi primer día en la universidad ¡Tarde! Con lo especial que soy para la puntualidad.

Después de dar como mil vueltas a la ciudad, por fin llegue a la dichosa universidad politécnica de Madrid, corriendo y todo sudado, pero llegue.

Iba tan a la prisa que sin querer choqué con alguien, bueno yo creo que fue culpa de los dos, ya que la otra persona literal se había estampado contra mi.

Vi que se trataba de una chica y decidí sacar mi lado caballeroso.

—Permíteme ayudarte —Total ya iba tarde.

En cuanto ofrecí mi mano no puede dejar de notar que me observaba con detenimiento, casi como escaneándome, no supe porque, pero me sentí avergonzado.

—Lo siento —se disculpó torpemente, aunque yo no sabía si por chocarme o por violarme con la mirada.

—Supongo que la repasada que me disté nos deja a mano —No sé ni porque dije eso, pero ver su ceño fruncido me hizo reír, se veía adorable.

—¡Ni que estuvieras tan bueno! —junto sus cosas y se fue, esa cría estaba loca, espero que las mujeres de Madrid no sean así.

(...)

Por fortuna, parece que aquí nadie conoce el término "puntualidad" de modo que cuando llegue al salón el profesor apenas iba entrando.

—¿Eres el nuevo alumno? —yo asentí—Pasa.

El grupo no era grande, pero me veían como bicho raro, todos estaban trabajando en parejas, menos ella...La pixie loca.

Me presente y me asignaron en equipo con ella, al parecer le gusta trabajar sola y no estaba muy conforme con la decisión del profesor, pero no le quedo de otra.

Tuve que sentarme con la señorita "yo trabajo sola" bajo la mirada llorosa de muchas mujeres...que loco, casi como que prefiero que sean como la chica a mi lado.

(...)

Oficial, mi compañera de asiento no me tolera, toda la maldita clase traté de entablar una conversación y nomás no funcionó ¡si el ofendido debería ser yo! A esa cría solo le faltó desnudarme.

Por fortuna en mi siguiente clase no la vi, pero si divisé a un compañero de la primera hora, así que decidí acercarme.

—¡Hola! Soy Leonardo ¿me puedo sentar?

—El chico nuevo ¿no? —asentí con pesar, parece que ese sería mi apodo de ahora en adelante— Yo soy Dante, oye...



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Editado: 12.10.2018

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