GABRIEL
Volví a casa desbastado por dentro debido al intenso asco que sentía. Un día completo a merced del viejo Conde fue suficiendo para sentirme sucio.
Pero pude lograr obtener su maldita firma en los odiosos documentos. Cuando entré vi a mi padre que me esperaba con ansias. Le arrojé la carpeta con todos los documentos firmados a la mesa del linving.
— Aquí tienes lo que me pediste padre. Toda su fortuna, incluyendo su titulo es tuyo. Ya eres el Conde Von Fisher, perteneciente a ese clan.
Mi padre revisó pacientemente uno a uno los documentos. Luego de unos momentos una satisfactoria sonrisa se le dibujó en su rostro. Supe que estaba más que satisfecho con mi labor.
— Perfecto hijo, ahora debo ir a ver a mi abogado para terminar el trámite. ¿Te ocupaste de él?
— Por supuesto, un paro cardíaco. Tal como su doctor le diagnosticó que sucedería. Solo falta que corra la noticia.
— En ese caso debo apurarme. Por cierto, tu amado Anthony sigue en tu cuarto. Durmió todo el día. Ya arreglé tu puerta. En tu habitación encontrarás lo necesario para hacerlo despertar.
—Creerá que pasó conmigo todo el día de hoy ¿cierto?
— Así es
— Maldita sea no me gusta mentirle
— Dile la verdad entonces, y prepárate para perderlo definitivamente por supuesto.
Cerré los ojos con pesar, estaba acorralado. Era conciente de ello. Maldita sea. Intenté controlar mis alocados sentimientos antes de volver a mirar a mi padre.
Fausto me sonrió complacido, en verdad le gustaba tenerme a su merced. Mis sentimientos no importaban para él, yo debía sentir lo que él me ordenaba que sienta.
Era él quien controlaba mis sentimientos y emociones y no al revés. Solo con Anthony podía ser yo mismo al completo, solo a su lado era libre en verdad.
Mi padre me dió la nueva llave de mi habitación exigiéndome que debía estar listo para la cena. Luego se fue a ver al abogado.
Resoplé frustrado y me dirigí a la habitación. Allí lo ví, mi amado parecía un verdadero ángel durmiendo en mi cama. La amargura invadió mi alma, no tendría que estar drogado así.
Anthony debería dormir tranquila y profundamente, siendo libre de despertar cuando él así lo quisiera.
Pero ahí estaba, esclavizado por la maldita droga que le inyectó mi padre varias veces en el día. Sin embargo haría hasta lo imposible por lograr estar a su lado, más allá de la misma muerte aún.
Preparé la jeringa y le inyecté el remedio que lo despejaría, ayudándolo a despertar. En tanto me quité la ropa con asco h repulsión para entrar al baño a ducharme.
Bajo la tibia ducha me restregaba la piel con fuerza, me sentía desesperado debido a que aún podía sentir la pestilencia de ese maldito viejo pervertido en mi cuerpo. Todavía sentía sus repugnantes manos acariciarme.
Me sentí tan descompuesto que fui y vomité todo. Estaba hecho una piltrafa humana. Luego regresé a la ducha, el agua tibia empezaba a relajarme. Poco a poco deje de sentir el aqueroso olor de ese viejo en mi piel.
— Calmate Gabriel, todo está en tu mente. Por dios, olvidalo ¿de acuerdo? — me dije a mí mismo.
Estuve casi una hora en la ducha hasta que me pude relajar y recuperar el control perdido. Cuando salí me sequé y luego me perfumé al completo.
Salí del baño y ví que el mayordomo había dejado el carrito con lo necesario para tomar té. Preparé el té de hierbas curativas para mi amado dorado, que empezaba a despertar.
En ésta ocasión me puse la máscara de intensa felicidad, debía convencerlo de que todo fue un sueño suyo. Él despertó sintendose muy agotado.
Lo abracé con amor intenso, él mi miró en extremo confundido. Lo ayudé a incorporarse en la cama.
—¿Gabriel? ¿Qué pasó? — comenzaba a decirme todo lo que vió, lo recordaba a la perfección. Pero hice mi máximo esfuerzo y empecé con la actuación.
—¿Qué dices mi vida? Pero si estuvimos juntos todo el día de hoy ¿que sucede contigo?
— No es cierto, mira. ¡Destruí la cerradura de tu puerta!
— La cerradura está intacta Anthony.
Él se levantó como pudo y se acercó a la puerta solo para confirmar que yo tenía razón. La incredulidad se reflejó en su rostro. Lo sujeté y lo ayudé a ir al sillón donde se sentó. Estaba desnudo, como yo.
—No lo entiendo
— Mi vida seguramente fue un sueño.
—¿Un sueño?
— No se me ocurre otra explicación. Estuvimos juntos todo el día.
Le dí la taza con el té de hierbas y lo ayudé a beberlo. Anthony creía en mí por eso fue relajándose. Yo bebí té también.
Necesitaba impregnarme con el aroma de mi amado. Su luz es tan hermosa y tan necesaria para mi paz mental y emocional.
—Fue tan real mi amor
— Calmate, yo estoy bien mientras me permitas seguir a tu lado.
— Gabriel siempre estarás a mi lado. Haré que mi padre lo entienda.
—¿Y si no lo entiende?
— Será su problema porque no pienso renunciar a tí.
El medicamento era bueno, Antonhy recuperaba los colores en su rostro, y las fuerzas. Ahora podía sostener la taza él solo. Su mente iba despabilándose más y más.
—Debería ducharme — dijo Anthony dejando la taza en el carrito — Veo que tú ya te duchaste.
— No me importará volver a ducharme contigo, de paso quiero que pruebes un nuevo jabón ¿qué dices?
Como única respuesta él se levantó y tras sujetarme practicamente me arrastró a la ducha. Allí aproveché para usar el jabón medicinal en él, que lo ayudaría a terminar de eliminar las toxinas que los restos de la droga dejaron en su piel.
Fue la mejor ducha que tuve, Anthony acabó de eliminar de mi mente, de mi alma y de mi piel los recuerdos espantosos del viejo Conde. Yo curaba su cuerpo pero él me estaba curando el alma.
— Te amo Gabriel — me decía él aferrado a mí — No tengas miedo de contarme lo que te sucede, nunca te dejaré ¿entiendes? Nunca. Tú eres alguien muy importante para mí.
— Y tú eres mi vida, eres lo que le dá sentido a mi existencia. Mi bello y dorado amor.