ANTHONY
Con el correr de los días iba regresando a mí aquella antigüa alegría a que solía caracterizarme, reía más seguido y disfrutaba de la ciudad en éste lado del océano debido a que aquí nada me recordaba a Gabriel.
Absolutamente nada. Y eso era precisamente lo bueno del lugar. Me ayudaba a olvidar a Gabriel, superándo así su adiós.
Empezaba a tener mi rutina diaria, desayunaba con Rafael en mi mansión. Luego cada quien se iba por su lado.
Mientras mi amigo se sumergía en la montaña de papeles en su oficina, yo me iba al gimnasio para pasar allí tres horas y media.
Luego almorzaba en el mismo restaurante todos los días, ne encantaba ese lugar. Tras acabar volvía a casa encontrandome con Rafael con quien pasaba un par de horas conversando de todo un poco.
Me encantaba conversar con él, ya que teníamos mucho en común. Además me fascinaba el hecho de saber que él había podido superar su intenso dolor del pasado, siendo alguien totalmente diferente ahora. Espero que yo pueda hacer lo mismo que mi amigo.
Luego de eso la situación iba variando dependiendo de lo que sucedía cada día. Por el momento no quería empezar ninguna relación amorosa con nadie, no mientras Gabriel siga siendo el dueño de mi corazón.
Rafael había regresado a su propia mansión donde empezaba a retomar su vida encontrando al fin su propio camino. Y todo gracias a su amado sol quien, con su sola presencia y dolor, iluminó su vida. Eso era lo que él siempre solia decirme al referirse a mí.
Aquel apodo solía incomodarme debido a que me hacía pensar que quizás él siente algo más por mí. Espero que no sea el caso, ya que mi único amor fue, es y será Gabriel.
RAFAEL
Esa tarde, al despedirme de Anthony, volví a los suburbios donde solía ir antes de encontrar Anthony. Empezaba a extrañar aquellos sitios debo aceptar.
La mayor parte de mi vida la pasé en sitios como estos, mientras que la aristocracia fue algo en extremo reciente.
Deambulando por las peligrosas calles iba contemplando los rostros de quienes habitaban este lado de la sociedad, todos me miraban desconcertados.
No acostumbraban a ver con demasiada frecuencia a personas aristócratas como yo.
Entré en uno de los bares pensando en nada, solo quería alejarme del glamur que tanto dolor me ocasionó en el pasado, debido a mi madre y a mi padrastro.
Pero algo llamó mi atención esa tarde en cuestión. Una joven de larga cabellera azúl oscuro y mechones fuccia. Su apariencia era hermosa, de blanca piel lozana. Delagada con un cuerpo más que deseable.
Sus ojos verdes reflejaban dolor y tristeza. Vestía un short negro con dibujos de estrellas y lunas planteadas y un top blanco que apenas le cubría sus pechos.
Llevaba tacones altos negros. Era quien servía los pedidos a los clientes quienes solían manosearla a gusto.
Cada vez que ella intentaba alejar aquellos molestos roces, la sujetaban con fuerza volviendose violetos con ella, quien al instante cedía muy a su pesar.
Me acerqué a quien parecía ser el dueño de ese bar y le pagué una suma sustanciosa por pasar con ella unas cuantas horas.
La sonrisa del sujeto me revolvió el estómago pero suspire profundo intentando serenarme. Así fuí conducido a uno de los mugrosos cuartos del lugar.
Aguardé pacientemente su llegada que no tardó. La joven se veía nerviosa y en extremo asustada. Las luces y sombras se fucionaban en ese lugar, era el mejor para hacer eso con una desconocida.
Podía percibir sus temblores, aunque la muchacha se esforzaba en discimularlos.
- No temas, no voy a lastimarte - le dije a ella para relajarla - ¿Cómo te llamas?
- Ada - respondió ella con temor.
- Yo soy Rafael
Ella me miró intrigada, ya que al parecer yo era el primero en verla y no lanzarsele encima.
Aquello en verdad la sorprendía, impulsándola a mirarme a los ojos. A mis ojos dorados que solían traspasar las barreras de cualquiera. Incluso las de Ada misma. Le sonrió con dulzura. Ella en verdad era hermosa.