Mientras las familias cenaban, Fran se tuvo que levantar para contestar una llamada telefónica.
— ¡Sí… ! — Dijo Fran.
— ¿Por qué no has aparecido hoy por el gimnasio? — Se quejó Damián, al otro lado de la línea mientras intentaba dormir a su hijo Angelo. — Me habría venido bien un buen contrincante.
— Estoy de vacaciones de fin de semana con mi familia y unos amigos. — Respondió Fran, era la primera vez que se tomaba un fin de semana después de mucho tiempo. — Si has ido al gimnasio es porque hay algo que te molesta.
— Sí, mi cuñado Héctor. Su presencia me irrita.
— ¿Qué te ha hecho? Pensaba que te llevabas bien con él.
— Sé que nos llevábamos bien. Pero ahora no aguanto su presencia. En algún momento debía pasar.
Eiden disfrutaba de la cena escuchando a los demás padres hablar de sus hijos, de sus trabajos o del día a día de sus vidas. Cuando miró hacia la mesa donde los cinco niños cenaban y sonrió al encontrar su mirada con la de su hijo Martín.
— Ya estoy aquí. — Se acercó Fran.
— ¿Era Damián? — Le preguntó Selena, cuando Fran se sentó a su lado.
— Sí, quería saber porqué no había ido al gimnasio hoy. — Le contó Fran a su esposa. — Al parecer está molesto teniendo a su cuñado en su casa.
— ¿Habláis del profesor Héctor? — Preguntó Helena. — He oído de mi hijo que es un gran profesor. Damián debería estar agradecido de que su cuñado esté en su casa, así puede ayudarlo con sus hijos.
— Cuando dicen Damián, ¿estáis hablando del padre de Tamara? — Se atrevió Eiden a preguntar.
— Sí, de él mismo. — Le contestó Fran. — Somos amigos de la universidad, los dos éramos competidores de boxeo.
— ¿Boxeo? — Eiden se sorprendió, nunca imaginó que Damián se hubiera dedicado al boxeo. — Me resulta extraño que fuese boxeador, Fran.
— De ello hace mucho tiempo. — Se rió algo avergonzado.
Los demás hombres allí presentes se quedaron mirando a Fran, sintiéndose pequeños.
— ¿Y cómo dejastes el boxeo para trabajar en una empresa? — Preguntó Iván, siendo callado por su esposa Marisol al meterle en la boca un trozo de pan.
— No hables más de la cuenta. — Lo regañó Marisol. — Sigamos cenando para llegar a tiempo a la sesión de cuentos de terror.
Los hombres se callaron y siguieron cenando, pero Eiden vio a Ophelia salir por una de las puertas del comedor del hotel.
—Discúlpame un momento. — Se levantó Eiden.
— Claro. — Le dijo Selena, viéndolo salir del hotel.
Eiden buscó a su alrededor hasta que encontró a Ophelia apoyada en el tronco de un árbol.
— Tienes los ojos rojos. — Habló Eiden con ella.
— ¿Has venido para burlarte de mí, al igual que un día hice yo?
— No soy como tú. — Eiden se acercó a ella. — ¿Qué te ha ocurrido?
— He salido con un maldito hombre. — Respondió Ophelia, cayendo de sus ojos unas lágrimas. — Mañana tengo que irme de aquí. Pensar que dejé a mi familia por él y ahora estoy sola y embarazada.
— ¿Te ha preñado y ahora te está votando a la basura? — Eiden se dejó caer en el mismo árbol que Ophelia. — Menudo marrón.
— Sí. — Ophelia se secó las lágrimas. — Entonces, ¿sí te acuerdas de mí?
— Eres difícil de olvidar. — Eiden buscó en el bolsillo de su pantalón un paquete de tabaco. — No lo tengo… — Murmuró al no encontrarlo.
— Lamento lo que hice en aquel entonces. Damián no me perdonó y dejó de hablarme.
— La actitud de él fue lo que me molestó, no la tuya de niña mimada.
Eiden sonrió al igual que Ophelia lo hizo, pensando Ophelia que era cierto… Era una niña mimada que todo lo tenía.
— ¡Papá, empezará la sesión de cuentos de terror! — Lo llamó Martín, que salió por la puerta.
— Martín, ven acércate. — Le pidió Eiden, incorporándose.
Martín se acercó a su padre y se agarra a su mano mirando a Ophelia.
— Hola… — Saludó Martín.
Ophelia le sonrió, sorprendida de que Eiden fuese padre cuando le gustaban los hombres.
— Hola, soy una amiga de tu padre. — Se presentó Ophelia.
— Amiga más o menos. — La corrigió Eiden.
— ¿No lo somos ahora? — Preguntó Ophelia seria y Eiden sonrió.
— Puede…
— Como qué puede.
Ophelia lo golpeó en el brazo y los dos vieron a Martín confundido.
— Martín, si Ophelia quiere nos casaremos, ¿te parece bien? — Le habló Eiden a su hijo.
Tanto Ophelia como Martín miraron a Eiden.
— ¿Qué estás diciendo, Eiden? — Ophelia se preocupó. — A ti no te gustan las mujeres.
— Es verdad. — Eiden acercó a su hijo a él. — Pero, pensando en lo que una vez me dijo mi madre, eres una buena opción.
— Buena opción. — Repitió Ophelia, no comprendiendo a qué se refería.
— Tú necesitas una persona que te ayude en estos momentos y yo necesito tener a una mujer en casa, es lo que mis padres esperan y me gustaría hacerlos un poco felices.
Casarse y ser normal, darle a su hijo una estabilidad, una familia… Una madre como sus amigos tenían.
— No, papá. — Martín negó a su padre, no queriendo que cambiara.
Eiden lo agarró de la cara y pegó sus frentes, diciéndole que no debía preocuparse y que todo estaría bien.
Damián veía una película de animación con su hija Tamara, notando de pronto que su teléfono móvil vibró en la mesita. Damián tomó su teléfono, le había llegado un mensaje con una fotografía y al descargarla vio a Fran con las personas con las que fue de fin de semana.
«¿Envidia eh?», pensó Fran, riéndose por dentro al ver que Damián vio sus mensajes.
Se encontraba en la estancia del hotel donde se estaba haciendo la sesión de cuentos de terror.
Damián solo se fijó en que Eiden aparecía en la foto y se incorporó en el sofá, agarrando el teléfono con ambas manos.
«Eiden, ¿lo conoces?».
Damián envió un mensaje a Fran.
«Nuestros hijos son amigos. ¿De que lo conocés tú?».
Recibió la respuesta de Fran y él también escribió un mensaje.