Y la vida le había cambiado trágicamente para ella. Durante un tiempo, su padre se entregó a la depresión. Se enfermó, pero el gran amor que le tenía a su hija lo llevó a recuperarse para ella. Poco a poco lograron mitigar el dolor que sentía por la pérdida de la amada Katherine y volvieron hacer felices. Emily se sentía afortunada de que su padre viviera para ella y se prometió vivir para él: serían un equipo para siempre, los dos, solo los dos.
Por eso el mundo se le vino encima a Emily a los doces años, cuando su padre se enamoró de una bella mujer y decidió casarse con ella.
Aun podía recordar el día en que la conoció. La noche anterior Eduardo le había hablado de ella y de sus intenciones de casarse con ella. Emily había llorado, suplicado y amenazando para tratar de obligarlo a echarse para atrás su decisión, pero él parecía que nada cambiaría la determinación de su padre: se iba a casar con ella, le gustara a su díscola hija o no. Pera Emily eso había sido una traición a la memoria de su madre y a ella misma por eso desteto a Lucy aun cuando no la había conocido ni siquiera.
-Esta es Lucy –había dicho Eduardo a Emily –saludala.
Emily se había sorprendido pues esperaba a una mujer joven, rubia de piernas larga y de aspecto de caza fortuna, no a una mujer de la misma edad de su padre, de baja estatura, apariencia modesta y mirada amable.
-No quiero –había dicho la niña.
-¡por favor, Emily!
-La odio –gritó Emily –siempre la odiare. Porque ella es una intrusa.
-Emily por favor –dijo su padre.
-Déjala, necesita tiempo para conocerme –había dicho Lucy con amabilidad –yo… también tengo una hija, ella es un poco mayor que tú.
-No me interesa. Lo único que quiero es que se vaya y nunca vuelva –había dicho ella.
Entonces Eduardo la había castigado por su grosería y días más tarde, ignorando por completo la rabieta de Emily, se había casado con Lucy.
La mente de Emily volvía al presente. A la mujer que estaba en la cocina. Treces años después de aquella tarde en que entrara a esa casa por primera vez.
Fui tan injusta. No quería ver que su amor por mi padre era sincero, que solo quería ser buena conmigo. ¡Que egoísta fui! Se dijo mentalmente. ¡Que daño le había hecho a esta magnífica mujer!
-¿dígame en qué piensa? Preguntó Eduardo al ver a su hija ensimismada.
-En el pasado. En el día que conocí a Lucy.
Eduardo le acarició el rostro a su hija.
-No vale la pena. Lo importante es que ahora la quiere mucho.
-¿Y a qué precio? ¿Al precio de la felicidad de Lucy?
-No debí haberte dicho lo que te dije –dijo Eduardo refiriéndose a la pregunta de su hija sobre el regalo –de navidad quiero que me regale una pipa.
-Tu no fuma –dijo Emily sonriendo.
-Pero te hice sonreír y eso es lo que me importa.
La joven amplió su sonrisa
-¿De qué se ríen usted dos? –pregunto Lucy llegando hasta ellos.
-La flaca no cree que quiero una pipa como regalo de navidad –dijo Eduardo
-¡Una pipa? Si tu no fuma –dijo Lucy.
-¿Y qué? Siempre quise una pipa, creo que me vería muy guapo. Así que, flaca, es mejor es que la consiga.
Las mujeres sonrieron.
-Ven, Emily, ayúdame a poner la mesa ante de que tu padre te pida algo más como un palo de golf o un traje de Batman –dijo Lucy.
-Tiene mucha razón. El palo de golf lo podría encontrar muy fácil, pero el traje de Batman… Uff no sabré cuando –dijo Emily yendo tras la mujer.
Entre las dos pusieron la masa y minutos más tarde disfrutaban de un delicioso almuerzo en familia.
Pero a Emily le parecía que estaban incompletos. Como lo había estado desde hacía ocho años.
-¿Te siente bien? –pregunto Lucy notando que la joven no participaba del todo en la conversación.
-Sí, claro que si –dijo Emily saliendo por un momento de sus pensamientos.
-Parecías ausente. ¿Dime que te pasa?