Está afuera del salón de clases con un grupo grande de personas, puedo ver que hay más mujeres que hombres; cuento cinco mujeres y tres hombres, deben ser sus amigos pienso, quiero moverme, pero mis pies no responden, sin embargo, mis ojos están fijos en la figura de aquel idiota, más bien quiero volver a ver esos ojos miel. ¿Qué acabas de pensar Ashley? ¡Debes estar de broma!, me cuestiono mentalmente. Salgo de mi trance y me dirijo al departamento de ayudantías de la Universidad, tengo que pasar a ver si ya están abiertas las inscripciones para tener ayuda en mi ramo de álgebra, aunque aún no sé qué tiene que ver las matemáticas en humanidades, pero tengo que pasarlo sí o sí este semestre. Para mi buena suerte, ya están abiertas y mañana mismo comienzan en las tardes después de mis clases.
Salgo hacia el estacionamiento, buscando mi Kia morning plomo, quito la alarma, me subo, enciendo mi auto y salgo de las dependencias de la Universidad.
Media hora después llego a mi casa, en un barrio más o menos antiguo de la cuidad de Cambridge. Tan solo al abrir la puerta me invade un aroma tan conocido como exquisito, cabe mencionar que Bette, apodo por el que siempre he llamado a mi abuela Elizabeth, es una de las mejores cocineras, siempre o las mayorías de las veces me tiene algo dulce para la once y hoy no es la excepción, tiene galletas recién horneadas.
- ¡hola Bette! - exclamo, dándole un sonoro beso en la mejilla.
- ¡hola mi niña! - responde riéndose, si hay algo que ama es que la salude así- ¿qué tal tu día? Veo que no muy bien, deja servir el té y conversamos- dejo mi mochila en el sofá de cuero negro y tomo asiento en la mesa de cuatro sillas que esta ubicada en la cocina, cerca del horno. Mientras tanto Bette saca la ultima bandeja con galletas de chocolate y me sirve un rico té verde con sabor a limón, no me gusta el café, me desagrada totalmente y el té normal digamos que también.
- ¿de qué fue esta vez? – dice Bette, mientras se sienta al lado mío y se sirve café. Comienzo a narrarle el sueño y se mantiene seria, cosa que no me gusta mucho, mi abuela tampoco es un mortal normal, al igual que yo tiene poderes y aunque esta viejita aún puede utilizarlos bien, puede descifrar los sueños mas raros que pueda haber, es por eso me asusta que no diga nada porque sé que algo ya sabe y no me lo dirá.
- ¿Qué piensas Bette? – manteniendo un hilo de esperanza en mi voz, para escuchar algo salir de su boca, pero lo único que hay es silencio.
Pasa alrededor de un minuto cuando habla.
- Ashley, sabes que no puedo decirte muchas cosas respecto a tu visión- la seriedad con que dice sus palabras me causan escalofríos. - lo que sí puedo asegurarte y decirte es que tengas cuidado, se vienen muchas cosas a tu vida y debes estar preparada, cuídate mucho mi niña, sabes que aun tenemos a muchos enemigos, incluso familia que nos quiere hacer daño- dicho esto una lagrima solitaria resbala por el rabillo de su ojo y eso no hace mas que confirmar que todo el asunto es muy complicado.
- lo hare Bette, me cuidare, te lo prometo- beso su mejilla y terminamos la once entre conversas sobre nuestro día.
- tu siempre has sido despistada Ash, pobre chico, ¡le ensuciaste su camiseta y terminas enojándote tú! – suelta una risotada que me contagia. Así termina el día entre risas y risas, me gusta como es mi abuela, a pesar de tener sus años siempre se ha mantenido fuerte como una roca, con la muerte de mamá y la del abuelo, aún sigue en pie con ese humor que la caracteriza, mi abuelo solía decir que yo me parecía mucho ella de joven, así que ya se como me veré de anciana; robusta, con mi cabello largo y rizado tapado de canas, como mi cara de arrugas, pero si hay algo que nunca nos cambiaran, será la juventud con la que brillan nuestros ojos purpuras.
A la mañana siguiente, mi ánimo está mucho mejor. El día esta soleado y eso que aun no son ni las 10 de la mañana, así que opto por un vestido azul ceñido hasta la cintura y luego cae en ondas, me llega arriba de la rodilla, lo acompaño con unas sandalias de tacón negras y una chaqueta de mezclilla pequeña.
El día pasa sin ninguna novedad, Lena no dio señales de vida en toda la mañana, menos en el almuerzo, debió estar muy ocupada.
Me dirijo a la sala donde será mi ayudantía, estoy nerviosa debo admitirlo, siempre le he tenido miedo a las matemáticas, ¿y si resulta que la persona que me ayudará no tiene paciencia?, Ashley deja de pensar así, de nada te sirve, me reclamo mentalmente. Llego a la sala correspondiente, toco la puerta y la abro.
Adelante mío hay una mesa blanca cuadrada con cuatro sillas, en una de ellas hay un muchacho sentado mirando unas hojas.
- Hola, mi nombre es Lucas White - dice aun sin mirarme, no se ha percatado de que tiene a la chica que le lanzo una bebida en su camiseta encima. – y seré tu ayudante, tú debes ser…- justo ahí levanta la cabeza y posa sus ojos en los míos, esos ojos miel.