CIUDAD DE LONDRES. INGLATERRA 1847
Alezandra encontró a su marido en la biblioteca, Alaric tenía una expresión demasiado pensativa que le preocupó.
—¿En qué piensas, mi amor? —preguntó Aleza, sentándose en el regazo de su esposo. Alaric sonrió y posó sus manos en la cintura de su mujer.
—Nuestras hijas han crecido tanto. Extraño que ya no sean nuestras pequeñas —su esposa sonrió.
—Lo sé. El tiempo se siente corto. —ambos se miraron a los ojos y se sentían de nuevo como aquella pareja de jóvenes, locos el uno por el otro.
Los años habían fortalecido su matrimonio. Catherine, la hermana menor de Alezandra se había convertido en una hermosa mujer, amante del arte, tanto que se había casado con un pintor y residían en Grecia; una vez cada dos meses iban a visitarlos. Sus hijas ya eran unas mujeres aunque sintieran que debían cuidarlas siempre, sobretodo Alaric.
SABINA
Cada trazo era perfecto: los rasgos cincelados, los oscuros y vivos ojos del varón, su cabello que siempre llevaba pulcro. Mis dedos querían tocarlo pero la pintura aún no se había secado aunque ahora le parecía más atractiva la idea de quemar el retrato.
—Tan hermoso como también patán y repulsivo. —murmuré furiosa.
—¡Así me gusta! —me sobresalté y en la puerta del estudio estaban mis dos hermanas. Eliana me sonreía ampliamente mientras que Romina se encontraba tan serena—¿Destilando todo el odio que sientes por Kai con una pintura? Yo en tu lugar lo estaría matando.
—Yo lo despellejaría vivo —sugirió Romina.
—¡Yo te ayudaría! —enfatizó Eli.
—¡Quieren callarse!
—No es justo que pagues tu mal humor con nosotras, Sabina. —suspiré y me relajé.
—Lo lamento.
—Aunque esa disculpa no se escucha sincera, hemos venido hacerte una propuesta indecorosa para salir a divertirnos —dijo Eliana con un tono lleno de coquetería, levanté una ceja.
—¿A dónde?
—La residencia de los Talbot —enfatizó Romina, sonriendo por primera vez.
—¡¿Qué?! ¡Están locas! Saben que las fiestas de los Talbot están siempre llenas de libertinaje.
—¡Por eso mismo iremos! Debes divertirte Sabina —enfatizo Eliana —Olvídate de tu eterno amor por una noche y deja de pensar en el bastardo de Kaidan McDonall.
Mordí mi labio inferior con fuerza.
—Vamos Sabina, te divertirás y nuestros padres no se enteraran —Eliana tenía una sonrisa tan grande y llena de promesas, lo más sorprendente era que Romina, quien siempre era la voz de la razón estaba de acuerdo con aquella desfachatez y me estaba convenciendo a mí.
Estos meses había intentando acercarme a Kaidan pero con cada paso parecía que erraba más en mi cometido. “Quería dejar de pensar en él”.
—Sabina…
—De acuerdo. Iré.
KAIDAN
“¡Maldita sea!” –pensé colérico cuando la espada se escapó de mi mano. Otra vez había perdido el duelo contra Adam, mientras se escuchaba la risa de Robert por todo el salón.
—Estas muy distraído Kai. No es normal que mi hermano te haya derrotado tantas veces —se burló Robert. Furioso fui en busca de mi espada.
Yo sabía el porqué de que no me pudiera concentrar en el duelo. Mis pensamientos estaban dominados por Sabina y en cómo estaba a punto de perderla.
—Hermano, ambos sabemos que la razón siempre es la mayor de las Berfor —dijo Adam divertido —Hoy habrá una fiesta en la residencia de los temibles Talbot, ¡hay que ir!
—No me apetece —respondí con un tono brusco.
—Tal vez una mujer te saque a Sabina de la cabeza. —sugirió Robert.
—Ja. Lo dices tú que llevas años intentando conquistar a Eliana Berfor y ella ni siquiera te da una sola oportunidad —dijo Adam y noté como la expresión de Robert cambiaba a una de disgusto.
—Eliana es una mujer difícil que no está interesada en ser la esposa de nadie.
—O por lo menos no la tuya. —enfatizó Adam.
—Es solo una mujer dura y de carácter.
—Creo que te confundes, la dura es Romina —respondí recordando a la más severa de las Berfor. —Ella me odia.
—Haces sufrir a su hermana, ¡¿cómo esperas que no te odie por eso?! —dijo Adam.
—Y tú pareces que te llevas de maravilla con ella. —expresó Robert y su gemelo sonrió.
—Somos buenos amigos y es bastante ameno conversar con ella. Nos ayudábamos mutuamente.
—¿Con qué cosa? —pregunté.
—Es secreto pero les confieso que ahora mismo adoro a esa tosca pelirroja.
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Editado: 02.04.2022