Bajo las escaleras de emergencia lo más rápido que las botas me lo permiten, sabiendo que mi madre no estará nada contenta de que haya desaparecido por tanto tiempo —y ni hablar del interrogatorio que me espera—. Salgo a la recepción, tomo una bocanada de aire y finjo tranquilidad mientras camino en dirección a la puerta, cuando, por estar distraída con mis pensamientos, choco con el hombro de alguien, obligándome a detenerme un segundo para pedir perdón.
—Discúlpeme —murmuro antes de voltearme y seguir con mi camino. Segundos después me detengo, y creyendo haber visto a alguien conocido, miro hacia atrás—. ¿Dalia?
—¡La misma!
Suelto un chillido de felicidad al verla y me apresuro a darle un fuerte abrazo que ella rápidamente me corresponde.
Ella es Dalia Cowen, mi mejor amiga y probablemente la única persona que en verdad me conoce y sabe lo que está pasando conmigo —al menos mucho más que la mayoría—. Nos conocimos en la secundaria cuando su familia se mudó a Krainsnów por una oferta laboral que le habían hecho a su padre. Desde entonces nos hemos vuelto inseparables.
Luego de un largo abrazo, ambas nos separamos. En sus ojos cafés siempre se refleja lo que siente, así que casi lloro de felicidad al ver alegría pura en estos.
—Te he extrañado tanto —dice, apretando mis mejillas y haciéndome sonreír, pero pronto su mirada se torna en una de preocupación—. ¿Estás bien?
Sé que lo pregunta más que nada por mi peso, pero ella jamás lo diría tan directo solo para no hacerme sentir mal.
—Si, acabo de salir de una sección de fotos.
—Por eso mismo pregunto, ¿estás bien? —ella bromea, posiblemente intentando no hacerme sentir incómoda.
Ambas reímos.
—¿Por qué no me dijiste que ya habías vuelto?
—Apenas acabo de llegar.
—¿Y viniste a verme sin siquiera dormir un poco?
Ella niega. —Si dormí. Todo el vuelo, de hecho. Siento que explotaré por sobrecargo de energía si pego los ojos un rato más.
Rio, y segundos después, ella también lo hace.
—¿Qué tienes que hacer ahora? Podríamos ir a Sunsett3 a tomar un rico batido o un trozo de pastel de limón.
Oh, comida. Justo lo que debo evitar.
—Vamos a comer con mi padre...
—Pero seguro que él te dejará venir conmigo —ella me interrumpe, emocionada—. Si fuera tu madre la tendríamos...
—...mi madre y yo —concluyo.
Ella parpadea dos veces, entonces niega.
—Esa mujer quiere monopolizarte la vida —la escucho susurrar por lo bajo, así que la miro con desaprobación. Al instante ella parece haberse dado cuenta de su error—. Lo siento mucho, sé que la respetas mucho y que te molesta que hable mal de ella.
Su disculpa le da paso a un pequeño silencio entre ambas que solo es lleno cuando caigo en cuenta en que no he respondido a su disculpa.
—No te preocupes —digo al fin. Pero ella no dice nada, simplemente me regala una sonrisa apenada. Estoy a punto de añadir algo más, cuando la voz de mi madre me detiene.
—Te he estado buscando por todas partes, Enya.
Por un instante mis ojos se abren ligeramente ante el susto de oír su voz tan de repente, pero definitivamente lo que más me asusta en este momento es ver a Demián saliendo de las escaleras de emergencia junto a Jules y pasando justo frente a nosotras, luciendo su vestuario impecable, por lo cual nadie de aquí pensaría que solo hace un par de minutos estuvo fumando quién sabe qué en la azotea.
—Míralo, —escucho murmurar a mi madre—, quién sabe lo que estuvo haciéndole por ahí a esa jovencita ese delincuente.
Por el rabillo del ojo veo a Dalia apretar los labios con fuerza, intentando no reírse. Por mi parte, me mantengo seria incluso cuando me vuelvo hacia mi madre y veo su exagerada cara de disgusto.
—Lamento haberlos hecho esperar a papá y a ti por tanto tiempo —me disculpo antes de que pueda gritarme algo sobre que perdió mucho de su valioso tiempo por mí.
Ella mantiene silencio por un segundo, como si recién se percatara de la existencia de Dalia. Como ya es de costumbre, ella pasa mi mejor amiga y finge no haberla notado para no saludarla.
—Tu padre ha tenido que salir de emergencia a la fábrica. Ha habido algunos problemas con la fabricación en masa del vestido Kelly.
Claro, el Kelly. La obra maestra de mi madre, que ha tardado tres años en perfeccionarla, por ende, una simple gorda no podría usarlo jamás. Miro discretamente a Dalia y noto rápidamente que parece ilusionada. Entiendo al instante. Ahora cree que podría cancelar con mi madre para salir un rato con ella, algo que parece un poco egoísta, pero en realidad ella absorbe todo mi tiempo —no solamente el libre—, así que no veo por qué no podría robarle yo también un poco de tiempo. Aunque la verdadera pregunta ahora es, ¿podría yo pedirle —más bien exigirle— ese tiempo a mi madre?
—¿Entonces no comeremos los tres? —pregunto solo para confirmar que él no llegará a tiempo.
—No, solo tú y yo.
—¿Eso significa que puedo cancelar contigo para ir a comer con Dalia?
Acabo de soltar la bomba. Los ojos de mi madre se tornan en un azul tormentoso que de repente empieza a asustarme. Inconscientemente intento alejarme de ella, pero tan pronto como mi madre comprende mis intenciones, se acerca dos pasos hacia mí.
—Quería que hablar unas cosas contigo —intenta persuadirme a través del miedo.
—Ya tendremos tiempo en la casa.
Otra bomba.
Mi madre sonríe plásticamente.
—No.
—Papá me dejaría.
—Yo no soy tu padre.
—Solo serán un par de horas.
—Dije que no.
Siento varias miradas sobre mí, así que miro discretamente alrededor y me encuentro con que la recepcionista del lugar y un par de clientes están observándonos fijamente. Vuelvo mi vista al frente, y creo que podría llorar solo de la impotencia que me causa no poder dirigir mi propia vida, cuando la mano de Dalia toma la mía, dirigiendo mi atención hacia ella. Al mirarla, ella sonríe con tranquilidad.