Siete de la mañana. Tengo a Dalia al teléfono gritando de desesperación. No encuentro mi zapato izquierdo. Mi padre perdió papeles muy importantes. Nessa parece acribillándolo con la mirada. Demasiadas cosas para ser lunes.
—Cálmate, Dalia —intento inútilmente prestarle atención a ella al mismo tiempo que veo si Blue lleva mi Converse negra en su hocico o simplemente olvidé donde la puse—. Si te tranquilizas a lo mejor pueda entender lo que me dices.
—¡Es que nadie me entiende! —ella chilla luego de sorberse la nariz sonoramente.
Me rindo ante mi búsqueda de la pequeña loba y pongo mi atención total en ella.
—Ahora sí, Ricitos, ¿Cuál es la causa de tanto escándalo?
—Mi padre me ha quitado las llaves del auto porque no quiero ir a vivir con él.
—Entiendo. Entonces podríamos irnos juntas a la universidad.
—Vives muy lejos.
—Iré por ti.
—Tendrías que salir más temprano.
—Es un sacrificio que estoy dispuesta a hacer por ti.
—Aaw —la oigo empezar a sollozar del otro lado—. ¿Qué haría yo sin ti, Pelirroja?
—Espero que nunca tengas que saberlo, Ricitos.
—Ya basta de decirme cosas bonitas, Pelirroja. ¡Se me van a hinchar más los ojos!
Recordándome a mí misma que lo que dice Dalia es verdad, y que no quiero llegar a mi primer día en la universidad con los ojos hinchados y el maquillaje corrido —sin contar que probablemente a este ritmo vaya a llegar tarde—, seco una lagrimita que estaba creándose en mi ojo y me recompongo.
—Bien, ya basta. Sécate las lágrimas y termina de cambiarte. Pasaré por ti en quince, ¿okey?
—Okey.
Cuelgo la llamada e inmediatamente me propongo a buscar otro par de zapatos que combine con mis jeans, cuando Nessa entra a mi habitación, asustándome. Me echa una ojeada de arriba abajo y luego alza una de sus perfectas cejas.
—¿Iras así vestida?
Miro mi ropa. No parece haber nada mal con ella...pero pronto empiezo a encontrar pequeños defectos en ella. Como en mi top de lana. ¿Por qué lo usaría en un día tan soleado como hoy?
—No. Me cambiaré de ropa ahora mismo.
Ella asiente, aun seria.
—Ponte una falda jean y la blusa Moonroiner. Queda bien con unas sandalias y un bolso blanco pequeño.
Entonces cierra la puerta, y así sin más, me veo obedeciéndola aunque no quiera.
· · ·
—¡Enya, si no sales ahora vas a llegar tarde! —me grita Nessa desde el pasillo. Escucho sus tacones de aguja perderse por las escaleras solo unos segundos después.
Gruño mientras termino por dejarme el cabello suelto, ya sin saber qué hacer con él, cuando miro con horror que los quince minutos en los que le dije a Dalia que pasaría por ella, ya casi se terminan. Bajo las escaleras con rapidez, y afortunadamente al único que me encuentro antes de salir es a mi padre.
—Nos vemos, papi.
Él me abraza con fuerza.
—Espero que tengas un buen primer día como universitaria, mi niña.
Aunque ya me ha dado un beso en la mejilla y demás, mi padre no parece querer dejarme ir.
—Papa, por favor —pido que me deje ir, mortificada por la hora que es. Llegaré tarde mi primer día de "adulta joven", como les dice mi tía a los universitarios.
Rowan me suelta, me peina un poco y luego se despide de mí. Ya fuera me dirijo hacia mi auto con bastante prisa, y antes de darme cuenta me encuentro enciendo el motor. Piso el acelerador y mi frente se arruga al sentir que olvido algo, mientras sigo desplazándome hasta la salida del garaje y saliendo a la calle, cuando de repente alguien se atraviesa delante de mí. La alarma del auto suena a último momento, haciéndome frenar de golpe. Evidentemente, frenar de golpe a último momento no evita que choque al chico que en ese preciso momento pasaba por delante de mí porche.
—No puede ser, ¿qué he hecho? Casi lo mato —murmuro alarmada, abriendo la puerta del auto para ver quién es, cuando por delante del capó identifico la cabellera negra de Demián—. No, no creo tener tanta suerte —susurro para mi misma.
Jen, que estaba recién llegando a la casa de hacer unos mandados, se acerca al joven. Así que mientras yo, la que casi lo atropello —si querer, que conste—, estoy en mi auto, esperando a que se mueva para arrancar e irme, ella está fuera, mirando con miedo y pena al espécimen que casi atropello. Ante mi obvia falta de interés, ella se planta en la ventana del copiloto a regañarme.
—Al menos pregúntale si está bien —murmura, nerviosa por haberle hecho daño.
Suelto un profundo suspiro mientras bajo la ventanilla.
—¿Demián? ¿Sigues vivo?
Una mano aparece delante del capote, primero imitando con sus dedos unas orejas de conejo, pero luego su mano se vuelve un gesto grosero. Luego, con ayuda del capote, Demián se sostiene para lograr ponerse en pie.
—¿Ves, Jen? Está perfectamente. Después de todo, no tengo tanta suerte.
Después de tres minutos y veinte intentos de Jen por hacerme bajar del auto a ayudar a Demián, ya que este está durando mucho para hacerlo solo, me desmonto del auto y me paro frente a él, quien está sentado en el piso, jugando con unos bolígrafos.
—Enya —me saluda.
—¿Quieres hacer el favor de quitarte de enfrente de mi auto? —le digo, molesta. Siento algo pequeño golpearme en la cabeza. Miro hacia abajo cuando lo que me golpeó en la cabeza impacta contra el suelo. Es una piedrecilla—. ¿Por favor?
—Mmm, déjame pensarlo...
—Si dices lo que creo que vas a decir, te rompo en pedacitos... —lo amenazo.
—...no —termina.
Me quedo viéndolo a los ojos con enojo.
—Quítate de ahí, Engendro. Voy tarde.
Él niega. Gruño y me vuelvo a montar en el auto.
—¿Y? —me pregunta Jen desde fuera del auto, intrigada.
—Voy a atropellarlo.
Jen alza una ceja. —¿Otra vez?
—Todas las veces que sean necesarias.