—¡Bienvenida a la universidad, Pelirroja! ¿Te llevo a alguna parte?
Me volteo en dirección a ella, algo distraída por los murmullos y las miradas que hay a nuestro al rededor.
—Me encantaría, pero tienes clases a las que asistir y ya vas tarde.
Dalia hace una pequeña mueca, dándose cuenta de que tengo razón, pero tan rápido como le llega una idea a la cabeza, la remplaza por una amplia sonrisa.
—No importa. Te llevaré a la oficina de la rectora y nos veremos más tarde en la puerta del comedor. Hay un flan delicioso que quiero que pruebes.
—¿A las once y media?
—A las once y media —ella acepta—. Yo te guío.
· · ·
—Ya puede retirarse a sus clases, señorita Cowen. Y por favor, hágame el favor de cuando pase por el edificio dos, decirle a Xavier que venga. Necesito pedirle un favor.
Dalia asiente mientras se pone en pie y, luego de darme dos besos en las mejillas, se va a sus clases. Ya sola, me siento en la incómoda silla de la oficina de la rectora Williams, y finjo una sonrisa cuando ella me mira.
—Por lo que veo todo está en orden, señorita... ¿Enya? —pregunta la rectora, confundida probablemente por si está pronunciando mi nombre bien. Yo asiento—. Correcto. Ya he mandado a llamar a un estudiante para que le sea de guía, aunque no sé qué tanto vaya a durar... —murmura mirando el reloj dorado que hay en su muñeca.
Me quedo en silencio por un momento, pensando en por qué no pudo haberle pedido a Dalia que lo hiciera, si ella es parte del comité de bienvenida. Cuando ha pasado un tiempo considerable de espera, la rectora se pone en pie, y luego de haber tomado un par de papeles de su escritorio, se detiene en la puerta para hablarme.
—Espero que no te moleste aguardar sola unos minutos aquí.
—No se preocupe —le doy la libertar de irse, de todos modos, ¿de qué hablaríamos de quedarse aquí? Ya me dio mis horarios, me habló de las materia y carreras...ya no hay más nada de qué hablar. Seguido de mi aprobación, la rectora sale por la puerta de su oficina, hecha una bola su humo. Cuando se va, suelto un bufido.
Nunca he entendido por qué las personas se esfuerzan tanto en comportarse tan bien a mí al rededor. Entiendo que lo hagan frente a mis padres porque son "personas importantes en el mundo de la alta costura" o porque "son famosos y salen en revistas", pero ¿yo? Yo solo soy su sombra.
Ya que me encuentro sola, aprovecho para relajarme un momento echándome hacia atrás sin cuidado, causando que algo caiga al suelo y suene un cristal haciéndose añicos.
Mucho había durado sin causar un desastre.
Me pongo de pie y me apresuro a recoger lo que sea que haya tirado al suelo antes de que la rectora vuelva, pero cuando veo lo que he roto, suelto un pequeño grito. Veo con puro horror la placa de "Mejor no sé qué cosa del año" que estaba recubierta de cristal, ahora rota en el suelo.
A lo mejor si empujo a lo que se redujo la placa debajo de un mueble nunca se entere.
No, eso no es nada propio de mí, y mucho menos algo honesto.
Los pasos apresurados fuera de la oficina me alertan de la presencia de la rectora en el pasillo, por lo que ahora me tocará fingir ser adulta y pagar por mis errores y mi extrema patosidad.
—Enya, te presento a... ¡Rayos y centellas!
Sé que es un momento serio, pero no puedo evitar querer reírme por la expresión de la rectora Williams.
Cálmate, cálmate, cálmate... No es momento para reírse.
—Y-yo lo lamento. No la vi —me disculpo, deseando que la tierra me trague.
—Oh, no te preocupes —la rectora Williams sonríe, tensa—. Solo era una placa sin valor.
Aunque de su boca salen palabras con el fin de tranquilizarme, en su rostro soy capaz de ver que está de mil maneras, menos calmada. En mi defensa, esa placa estaba muy cerca de mí. Yo solo me moví un poco y se cayó.
Abro la boca, dispuesta a ofrecer mandar a arreglarla, cuando una figura detrás del cuerpo de la rectora llama mi atención. Es un chico de tez morena y unos ojos increíblemente negros. Su cabello rizado, muy parecido al de Dalia, cae por su frente, despeinado, dándole un aire de chico desinteresado por la vida.
Creo que me enamoré...
El chico se da cuenta de que mi atención está en él, por lo que me sonríe de lado.
¡Y además tiene una sonrisa hermosa!
El sonido de cristales siendo arrastrados por el suelo me sacan del pequeño trance en el que caí al ver al chico.
—Él es mi hijo Xavier. Es el presidente del comité de bienvenida, por lo que él es el encargado de mostrarte la escuela —dice la rectora después de estar un buen rato barriendo los cristales de su difunto reconocimiento.
Ah, claro. Por eso no le pidió a Dalia que me llevara. Aunque si lo miro bien, no me siento para nada molesta con su decisión. Por el rabillo del ojo noto que me miran, así que me volteo y le regalo una pequeña sonrisa al chico.
—Un gusto —dijimos los dos al unísono, haciéndome sonrojar. Para mi fortuna no se nota.
—Bien, ustedes pueden irse. Yo debo recoger esto antes de que alguien se lastime.
Ninguno de los dos titubeamos en salir al pasillo. Ya allí empezamos nuestro recorrido. Primero, por la parte delantera del campus y, luego, la de atrás. En todo momento Xavier me iba mostrando los lugares y nombrándolos.
En este preciso momento nos encontramos pasando por el campo de fútbol americano, que, al ser tan extenso, nos obligó a quedarnos en un silencio incómodo, pues no hay nada que nombrar en varios metros. Lo único interesante es el grupo de fútbol de la universidad que está practicando no muy lejos de nosotros.
—Entonces te llamas Xavier... —digo, dispuesta a romper el silencio incómodo en el que nos hemos sumido—. Es un bonito nombre. Yo soy...
—Enya Callahan. Sé quién eres.
—Oh —siento el calor subir a mis mejillas—. Y, ¿en qué año vas?