Demián toma lo primero que ve en la mesa.
—Imagina que eres este libro.
—Aquí vamos —murmuro.
—Y yo soy este marcador —continúa hablando—. Somos del mismo mundo, el mundo de los estudios, pero no somos iguales.
—¿Y qué con eso?
—Tú me discriminas porque no tengo la misma cantidad de información que tú, mientras yo sé que eso no es relevante, pues tenga letras o no, yo soy un marcador y tengo un trabajo en concreto, un aporte a la sociedad, al igual que tú, a pesar de que este sea diferente.
—Y...
Él suspira.
—Mi trabajo es marcar, y el tuyo ser marcada. Mientras tú te mantienes abierta para mí, yo me encargo de marcar tus mejores partes.
Entrecierro los ojos en su dirección, y segundos después veo como Demián empieza a reírse.
—Mejor cambiemos de roles, yo quiero ser el marcador —digo.
—¿Para marcarme en mis mejores partes?
Esta vez no puedo evitar tirarle el libro de estudio en la cara.
—Eres un grandísimo imbécil —le digo, tomando ahora la laptop y borrando todo lo que tenía él escrito—. Si tanto quieres que hagamos un relato, pues haremos un relato, pero que hable sobre que, a pesar de la discriminación, las personas suelen ser empáticas y ayudar al necesitado.
—¿Y en qué se va a basar tu gran relato? —él ironiza.
—En tú y yo, que, a pesar de nuestras opiniones distintas, si me vieras en una situación de peligro me ayudarías —Demián no responde—. ¿Verdad que sí?
—Será mejor que no te encuentres en riesgo de muerte conmigo cerca, porque aparte de decepcionada vas a estar muerta.
Vuelvo a tomar el libro de estudio, pero esta vez Demián me detiene.
—Está bien, si te ayudaría. ¿Eso te deja más tranquila?
Tomo la computadora y me alejo un par de asientos de él, dispuesta a trabajar yo sola, cuando la puerta se abre de par en par, espantándonos a ambos. Es uno de los estudiantes que se fue antes con el maestro.
—Dice el profesor que pueden irse, que comió mucho y ya no tiene ganas de dar clases —que profesor más extraño, la verdad—. Y hay una reunión con varios maestros por una alerta de seguridad que surgió en la universidad, así que la última clase está cancelada.
Genial. Al menos puedo salir por hoy un poco más temprano.
Tomo aire y le paso su computadora a Demián. Él la acepta y parece querer decirme algo, pero su teléfono suena. Aprovechando su distracción, recojo mis cosas y salgo del aula. Con bastante pesar por las horas que pasé sin dormir, arrastro mi mochila por todo el pasillo, hasta que a unos metros de mi diviso a Xavier.
—Enya, que bueno que te encuentro. Te estaba buscando.
—¿Enserio? ¿Para qué?
Xavier no me mira a los ojos y tartamudea constantemente, como si estuviera nervioso. Baja la cabeza a sus manos, haciendo que yo también mire hacia allí, encontrándome que trae entre sus dedos un sobre negro.
—¿Qué es? —pregunto.
—Una invitación. Es mi cumpleaños y quiero que seas mi pareja...para ese día, claro. Puedes llevar el disfraz que quieras o podemos compartir uno... Solo si quieres.
Sonrío ampliamente.
—Estaría encanta, pero primero debo ver en mi agenda que tenga la noche libre.
Realmente debo convencer a Nessa de que sería una buena idea dejarme ir porque así puedo usar uno de sus incómodos vestidos y hacer contenido para mis redes sociales después de tanto tiempo.
—Cierto, no recordé que seguro estarás ocupada...
Antes de que pueda seguir hablando, tomo el sobre de sus manos y le doy un suave apretón a su antebrazo con mi otra mano.
—Tranquilo, si tengo la noche ocupada intentaré liberarme unas horas para ir a verte.
Xavier sonríe ampliamente. —Me dejas saber.
—Está bien.
Nos despedimos con un beso en la mejilla, y pronto continúo mi camino hacia el aparcamiento, cuando al girarme me encuentro con la cara de fastidio del Engendro.
—¿Por qué tan emocionada? —pregunta Demián, alejándose de la pared en la que antes de recostaba para seguirme.
—Xavier me invitó a salir.
—Entiendo... ¿Y por qué tan emocionada?
Me giro brevemente para mirarlo mal, pero la felicidad de saber que pronto estaré en esa fiesta me hace sonreír.
—¿Qué pasa ahora? ¿Estás celoso, Engendro?
—Ni un poco, Callahan.
—Si, claro. Ahora dilo sin llorar.
—Ya quisieras... —murmura el pelinegro, volteando la cara.
Volteo hacia el frente y continúo caminando hacia el aparcamiento, sacando el teléfono para mensajearle a Dalia, cuando Demián vuelve a hablar.
—¿Por qué me defendiste?
No hay que ser genio para saber que habla del suceso que pasó en el programa de Eleonor Huston.
—Lucías miserable —respondo con simplicidad.
—No fue solo eso. Que yo luzca miserable te haría feliz, así que debe haber otra razón.
Me detengo. Eso es cierto, ¿por qué lo defendí, entonces? A lo mejor él... No. Ni siquiera debería pensar semejante tontería. En el fondo también lo odio.
Lo miro. Demián espera mi respuesta, pareciendo también ansioso.
—No lo sé. Estabas en problemas, eso es todo.
No hay respuesta por su parte, así que lo miro, buscando la razón por la cual se ha callado —porque como es bien sabido, Demián nunca se calla—, cuando lo veo mirar hacia el frente, con el ceño fruncido.
—¿Qué? —pregunto.
—Es mañana su cumpleaños y también tenemos una parrillada organizada en la junta de vecinos.
—¿También te invitó a ti? —ignoro la última parte, sintiendo curiosidad al saber que él también conoce a Xavier, a pesar de que jamás los he visto hablando.
—Claro, siempre me invitan a cumpleaños como si conociera a todos los cumpleañeros.
—Pero no irás, ¿o sí? —pregunto con cautela. Lo único que falta es que también se aparezca por ahí.
El pelinegro arruga más su entrecejo.